[XVI]

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Jean y Levi llevaban varias horas caminando a pie. Habían dejado atrás el pueblo en el que Jean había leído el último mensaje de Marco para él. Estaba bien, pero, aun así, no podía evitar sentir cierta presión en su pecho, pues temía que, durante aquel periodo de tiempo en el que no obtenía noticias suyas, hubiera sucedido algo que le apartara del pequeño. Y, también, de Armin. El rubio no les debía nada a ninguno de los dos, pero estaba cuidando de Marco. Jean estaba convencido de que lo hacía por él, por aquel sentimiento, aquella especie de lazo invisible que les unía. Se limitó a guardar silencio, a sumirse en sus pensamientos y a intentar comprender por qué Armin, por qué un hombre, había despertado en él más emociones que cualquier otra chica con la que hubiera estado.

Levi, en cambio, se limitaba a observarle de reojo de vez en cuando. Comprendía su malestar y, lamentablemente, encontrar las palabras para reconfortar a alguien que no deseaba perder la esperanza nunca había sido su punto fuerte.

A lo lejos, Levi se percató de que había algunos carros de caballos y objetos tirados por el camino. Jean también lo vio y el muchacho se adelantó a grandes zancadas. Ambos caminaron entre bolsas repletas de ropa, comida y demás efectos personales hasta que Jean salió corriendo hacia una camioneta que había contra un árbol. Levi, antes de seguirle, se agachó para inspeccionar el terreno y se percató de que había impactos de bala a lo largo del camino o incrustados en la madera de los carros. Solo con eso, ya podía imaginarse lo que había sucedido en los campos de trigos que se extendían hacia ellos. Posiblemente, habría sido una masacre.

Jean rebuscó en la parte trasera de la camioneta. Si su memoria, tras meses encerrado en aquella prisión, no se había deteriorado desde entonces, era igual que la de Hanji. Si habían sido asaltados en el camino, esperaba encontrar alguna pista, algo que le dijera que todos estaban bien.

Al mover una cesta de mimbre, encontró la pequeña cartera de piel marrón que Marco llevaba encima. La tomó lentamente entre sus manos y, al abrirla, se confirmó que pertenecía al niño. En su interior estaban las fotografías que habían cogido apresuradamente antes de dejar Alemania. Y faltaba una, la que él le había dicho que había entregado a Pauline.

Un carraspeó de Levi le distrajo. Jean se giró para mirarle y se detuvo en sus movimientos al ver al capitán rodeado por tres soldados que le apuntaban con armas de fuego.

–¡Un oficial británico y un civil, mi capitán! –gritó uno de aquellos hombres.

–¡Tráigamelos! –le respondieron desde lo alto de la colina, donde había muchos más soldados.

Jean bajó de la camioneta sin comprender muy bien lo que estaba pasando, pero una mirada de soslayo de Levi le bastó para entender que tenía que guardar silencio y dejarle el resto a él.

–Venga, síganme.

Los dos caminaron hacia lo alto de la colina. Los tres soldados que les escoltaban no les quitaron el ojo en ningún momento y llevaban sus armas cargadas. No les fue necesario utilizarlas, porque ni Jean ni Levi pretendían revolverse contra ellos. Eran soldados franceses, de eso estaban seguros. Quizás, la suerte, había empezado a sonreírles.

En lo alto de la colina, todo un pelotón de soldados se movía de un lado para otro, apresuradamente, dando y siguiendo instrucciones. Parecían estar organizándose para algo, pero, dado el griterío y el sonido de los cañones siendo cargados con munición, Jean no alcanzaba a comprender del todo qué era lo que tenían entre manos.

Un hombre en la treintena, con un fino bigote sobre el labio, les hizo el saludo militar, al que Levi respondió con poco entusiasmo.

–¿Quién es? –les preguntó aquel capitán a los hombres que les habían encontrado.

Respiraciones [Jearmin. 1940 AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora