Un Día Especial

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Ya habían pasado casi siete años de aquel día en que Alejandro recibió la misteriosa carta, este ya era un hombre fornido, de rasgos pronunciados una voz mucho más calmada que de costumbre; como que si a través del tiempo se hubiera convertido en un ser más sabio; introvertido a veces se aislaba un poco del mundo para leer sus libros favoritos a la sombra de aquel árbol que estaba en la entrada de su casa.

Tío Vicente ya tocado por el tiempo, su cabello se fue tornando cada vez más gris, como cuando las nubes van a llover ya su cuerpo se apoyaba de un bastón de madera para caminar, la edad no pasó inadvertido en su cuerpo.

Estefanía casi ciega por las largas noches de costuras que hacía para coser esos moñitos de algodón que vendía en el mercado y que formo ya parte en el sustento de aquel hogar. Los muchachos fueron creciendo poco a poco y Augusto trabajaba en la Universidad donde su hermano estudiaba, Alejandro había hablado con el decano de su facultad para que su hermano ayudase a mantener las áreas verdes de aquel paradisíaco campus.


Augusto se había convertido en un hombre con más madurez, veía las oportunidades de la vida con más pasión y con la ayuda de Alejandro tomaba sabias decisiones; a solas y en las noches pensaba en su cuarto por qué había abandonado los estudios, pues tenía como ejemplo a seguir a Alejandro que con sacrificio estaba a punto de lograr ese sueño que desde pequeño era ser médico.


Alejandro sabía que Augusto sufría muchísimo pues este asumió junto con su tío Vicente la crianza de los demás hermanos y que en el fondo había dejado de lado a sus sueños. Siempre que salía de clases y veía a Augusto recogiendo aquellas bolsas de hojas que los arboles habían desechado, lo llamaba y abrazaba.


— Gracias hermano.


— Sin ti esto no estuviera sucediendo — comento casi con los ojos llorosos.


Siempre que podía Alejandro conversaba con los profesores de la facultad para que ayudaran a su hermano a conseguir ese tan anhelado sueño que había pospuesto tenía las esperanzas puestas en él.


Fue aquel martes por la tarde cuando el sol se terminaba de ocultar y por la puerta principal cruzaba Alejandro con la cara llena de felicidad; no cabía en la ropa que llevaba puesta y sus ojos se veían más grandes de lo normal.


— Muchachos — gritó.


Estos corrieron al encuentro de su hermano, por circunstancias del destino casi se repetía, la noche de aquella lluvia donde don Rafael se sentó a conversar con sus hijos; se sentaron con Alejandro en la mesa a escucharlo a hablar.


— ¡Hermanos!


— Tengo algo que decirles.


— El mes entrante recibo mi título de Médico Cirujano.


— Me convertiré en el sueño que quería darles a todos ustedes en especial a papá — exclamo en voz alta.
La vida ha sonreído de nuevo, todo va a cambiar comentaban todos en la mesa. Augusto en ese instante llegaba a la casa cuando vio la reunión en la mesa y decido sentarse al lado de sus hermanos para escuchar cuando Alejandro les hablaba de aquella noticia, que los dejo a todos casi boquiabiertos. Al terminar los hermanos se levantaron y se abrazaron junto con él y su madre Estefanía; reían de la alegría por la buena nueva.


El Poder de una Sonrisa en la AdversidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora