Adiós al Mar

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En vista de la situación que estaba sucediendo con las actitudes del padre de Rosmargaret, la madre dice hablar con Josefa una hermana que tenía en la ciudad le comentó que ya ella estaba vieja y que no podía seguir criando a su hija.

Josefa era una mujer de temple, astuta y de mucho dinero, perteneciente a la alta sociedad de aquella ciudad, esbelta y delgada de cabellos castaños, estaba casada con un médico militar llamado Daniel, hombre delgado de voz recia y un poco calvo de grandes lentes. Ambos vivían en una de sus tantas propiedades, la casa quedaba al final de una calle subiendo por una colina, la entrada era espectacular se parecía al mismo paraíso, los jardines eran de un verde singular, había árboles frutales por doquier.

Llego el domingo por la tarde y María con los ojos llenos de lágrimas, pero con una sonrisa abrazaba fuerte a Rosmargaret, estaba como despidiéndose.


— ¡Hija tu vida va a cambiar ya esta vieja no puede más! — comentaba.

A lo lejos se divisaba un carro mercedes color blanco como una nube era Josefa y Daniel quienes venían a buscar a Rosmargaret. Los nervios comenzaron a hacer de las suyas ante la expectativa y María abraza más fuerte a su hija, como que si no la fuese a ver más.

Rosmargaret abrumada por el abrazo tan fuerte de su madre le dice.

— ¡Mama me haces daño no entiendo!

— Porque lloras si me dices que mi vida va a cambiar.

Josefa al llegar le dice a su esposo Daniel.

— Deja yo me bajo para que la niña no sufra y María tampoco, no te bajes déjame manejar la situación — sonríe y se baja.

— Hola, María — se abrazan como si nunca se hubiesen visto.

Las dos comienzan a llorar y Josefa de inmediato le seca las lágrimas.

— María para ya tiene que ser fuerte — le dice en voz baja al oído.

— ¿No me hablaste para que me hiciera cargo de Rosmargaret?

— Pues bien, ya estoy aquí hermana.

Rosmargaret aturdida y algo perdida sale a abrazar a la madre y a la tía, las tres de pronto reían y no sabían que, era como que si la vida les estaba dando otra oportunidad.

Josefa mira a Rosmargaret.

— Ven vamos sube tu maleta al carro — dice.

Daniel esperaba allí y casi inmediato la joven salió corriendo al Mercedes, su semblante cambio por completo Josefa volteó y termino de secar las lágrimas a María.

— Hermana yo me hago cargo de Rosmargaret — le vuelve a decir.

Se dieron un beso en la mejilla y esta se dirigió al carro. Rosmargaret se despedía de su madre sonriendo gritándole que pronto regresaría, que tía Josefa se la lleva de vacaciones a su casa. Daniel entendió la mirada de Josefa y arranco el carro la brisa del mar soplaba fuerte por la ventanilla en ese instante.

Todos ya en el carro estaban en silencio, camino a casa del lado derecho se veía un mar inmenso donde las olas reventaban en la orilla dejando una espuma brillante y ese olor tan peculiar; era como si este se estaba despidiendo también de Rosmargaret.


El Poder de una Sonrisa en la AdversidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora