Capítulo 16: Muertos vivientes

738 97 15
                                    

—¿P-p-papá? —volvió a repetir la chica pues no podía creer lo que veía con sus propios ojos— ¿Cómo lo contactaste?

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¿P-p-papá? —volvió a repetir la chica pues no podía creer lo que veía con sus propios ojos— ¿Cómo lo contactaste?

La directora le entregó la tableta.

—Soy agente secreto, Milah —respondió Romina con el mayor cinismo posible— Hasta conseguir el número de mi ex esposo resulta tarea sencilla.

La chica tomó asiento en la silla frente al escritorio inclinando el aparato tecnológico para nivelarlo conforme a su vista. Ese momento resultaba demasiado irreal. El ver a sus padres reunidos, aunque fuera por un medio poco tradicional, era demasiado para su cerebro. Estaba a punto de explotar.

—Hola papá —saludó la americana— ¿Cómo has estado?

—¿Es una broma? —el señor Anderson chistó— Debería preguntarte lo mismo en vista de que todavía sigues en Venecia a pesar de lo que acordamos.

—Sí, sobre eso...

Milah desvió la mirada y se encogió de hombros ante la incomodidad. Sabía que esta plática tarde o temprano se llevaría a cabo, pero con el acontecimiento de los hechos no había tomado el tiempo suficiente para meditarlo.

—Dijiste que sería una visita rápida a tu madre y que en cuanto hablaras con ella volverías a D.C. Han pasado ya varios meses. ¿Por qué sigues ahí?

—Solo han pasado dos días desde que volvió a la escuela.

—¿Y acaso necesitas más?

La morena evadió su mirada volteando a la pared a su costado. Había cambiado su posición a brazos cruzados. Estaba frunciendo el ceño y pequeños mechones castaños caían frente a su rostro. Ahora no solo estaba enojada con la mujer frente a ella, sino también con él.

Girando el dispositivo, Romina se comunicó con el Señor D.

—Tu hija está renuente a volver a su casa —confesó la italiana apuntando al fruto de sus entrañas— Ya le he dicho que no es bienvenida aquí.

—Esa es solo tu opinión —masculló la joven— Para que lo sepas tengo muy buenos amigos y profesores que me estiman. Trece años esperando su reencuentro y resulta que solo basta un desacuerdo para que vuelvan a hablarse como si nada.

La americana soltó aquella acusación de un modo agresivo, aunque también pudiera tratarse de alguna clase de tanteo. No lo podía decir en serio. Que creara un círculo de amistad le tenía sin cuidado, pero que deseara quedarse en el Cráter eso jamás lo permitiría.

—Contacté con tu padre ayer en la tarde, justo después de tu increíble accidente con el agua.

—¡¿Le contaste lo que pasó?! —la muchacha abrió la boca en reproche.

—Pero por supuesto que me comentó —David refutó—, y de saber que tu vida casi corre peligro, hubiera tomado un boleto de avión de regreso por ti.

Cráter [Libro I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora