Capítulo 13: El secreto de Milah

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Eran las cinco de la mañana de un sábado cualquiera y mientras que la mayoría de los estudiantes estaban descansando cómodamente en sus camas, cuatro jóvenes practicaban en el salón del profesor Kyle

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Eran las cinco de la mañana de un sábado cualquiera y mientras que la mayoría de los estudiantes estaban descansando cómodamente en sus camas, cuatro jóvenes practicaban en el salón del profesor Kyle. La pesadez en sus ojos era demasiado abrumadora, lo que más deseaban ahora era ir a desayunar, pero eso no sería una posibilidad cuando tenían una tarea qué realizar.

—¿Es todo lo que tienes? —preguntó el australiano a su pupilo.

Guido colgaba por encima de un muro de rapel, a pocos metros del suelo y, a la distancia de brazos cruzados, Blake lamentaba el día en que se le hubiera vuelto a asignar un estudiante como él. Milah del otro lado de la sala, alentaba a Cameron para que alcanzara la cima. Estaba a pocos escalones de alcanzar la cima, por lo que estaba en verdad orgullosa.

—¡Oye novata! —exclamó el muchacho de ojos azules— ¿Qué te parece si cambiamos de estudiantes? El que me dieron a mi parece estar descompuesto.

—Te crees muy gracioso Evans, pero es a ti a quien asignaron a Guido. Es tu deber ayudarlo.

Finalmente, el del equipo naranja tocó la campana del vencedor y soltándose de la pared se dejó deslizar suavemente de las cuerdas hasta que por fin llegó a tierra firme a abrazar a su entrenadora.

—¿Qué tal mi tiempo? — preguntó el rubio— ¿Lo hice más rápido? ¿Crees que esté mejorando?

Milah con una sonrisa le mostró el cronómetro en la frente: un minuto treinta y tres. En realidad, había sido su mejor marca.

Detrás de ellos, el ojimar soltó un suspiro mientras ayudaba al gondolero a desenredarse del arpón. Aquel a quien Franchesca le había asignado al parecer no servía de mucho más que en abrir las puertas del Cráter.

—Un minuto treinta y tres —el líder del equipo negro chistó— Con ese tiempo nunca alcanzarás a nadie.

—Es un excelente tiempo Blake —contradijo la señorita apoyando a su aprendiz.

—Claro que es un excelente tiempo si compite contra sujetos como él —el adolescente apuntó hacia Guido quien resoplo en su respuesta— Si en realidad quiere ser el mejor, deberá esforzarse más.

El de cabello rizado bajo del muro finalmente. Con una sonrisa triunfal, chocó palmas con Cameron y Milah, pero se detuvo al pasar junto a su entrenador quien de brazos cruzados lo veía con una mirada mordaz.

—En serio me decepciona que quieras celebrar en una situación así —contestó su tutor con los brazos cruzados.

—¡Blake!

—Lo siento Anderson, pero es la verdad —dijo el de barba tupida encogiéndose de hombros.

—Nuestro trabajo como profesores es el de alentarlos.

—¡Tal vez trabajes de esa manera! Yo no. ¡Estos jóvenes necesitan disciplina! Y es eso lo que les daré.

Como castigo por llegar en segundo lugar, Di Laurenzzo tuvo que dar cincuenta vueltas a la cancha, aunque con tan solo la número diez, sus pasos comenzaron a ser lentos y torpes. En el otro extremo del salón, la estadounidense y su estudiante practicaban su puntería. Las paredes del área de tiroteo estaban demasiado agujereadas por sus innumerables años de prácticas. En ese lugar había varios muñecos de prueba, con blancos gigantes enumerando sus pechos para ir marcando el grado de dificultad. El australiano los observaba desde lo lejos, burlándose de sus métodos de enseñanza porque al parecer ninguno de los dos estaba seguro de lo que hacía.

Cráter [Libro I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora