Capítulo 1

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¿Sabéis esa sensación de decepción...., esa sensación de que el mundo se te viene encima con solo una frase?... Eso fue lo que yo sentí cuando descubrí que a lo que yo llamaba familia, no era real.

Al parecer soy adoptada, pero me diréis (¿Que tan mal es ser adoptado? ¿Mucha gente lo es no?) Pero eso no fue lo que me dolió, lo que me dolió fue que mi propia madre o a lo que yo llamaba madre, me dijese, que me adoptó porque así, el Estado le daría dinero.

No les importaba nada. Mi mundo se me vino a bajo y no sabía que hacer, a los que yo llamaba hermanos, me dieron la espalda, a los que yo llamaba abuelos igual... Mi vida era una pelota de mierda que cada vez se iba haciendo mas grande.

Así que lo que hice fue, una noche que todo el mundo dormía, ir sacando todas mis maletas de casa, todos mis objetos personales, y dinero (el cual le robé a mis padres) y salí de mi casa. Estaba hecha una mierda, no sabía que iba ha hacer con mi vida, así que anduve tres kilómetros en dirección a la estación de trenes, para irme lejos de aquí, de Los Ángeles.

Esperé con todo mi equipaje ya en mi asiento y vi, a una pareja con una hija pequeña y en ese momento, me recordó a lo que yo viví cuando era niña. Me eché a llorar de inmediato sin poder soportarlo, no podía tragarme mis lágrimas.

En ese momento, sentí como dos manitas pequeñas me tocaba una de mis piernas y quite mis manos de mi rostro, y allí estaba la niña, sonriéndome como si nada ni nadie pudiese arrebatarle esa sonrisa. Me hizo sonreír y todo, mi debilidad son los niños.

– ¿Por qué estás triste? – dijo la niña quitando su sonrisa y poniendo una carita triste. Debo admitir que eso me mató. Quería que siguiera sonriendo.

– Layla, no molestes a la nena. – dijo su madre intentando que la niña volviera a su asiento. Yo con un gesto de cabeza, le dije a la madre que no me molestaba. Creo que me haría sentir mejor hablar con alguien, aunque sea un desconocido.

– Hoy he tenido un día muy muy malo. – dije sonriéndole.

– Mi madre dice, que cuando una persona llora lo que necesita es un buen abrazo. – dice la niña extendiendo sus manos para que la cogiera. Eso me tomó por sorpresa, pero no sé lo iba a negar. Así, que cogí a la niña y la abracé. Fue el abrazo más tierno y más bonito que me han podido dar en la vida.

Me lleve todo el viaje hablando con la pequeña, la gente se iba bajando del tren, mientras yo decidía donde bajarme, pero siempre decía que en la siguiente, para poder así, seguir con la niña.

En el trayecto, los padres se unieron a la mesa y terminaron sentándose conmigo y con Layla. Estuvieron haciéndome preguntas de ¿cuántos años tenía?, ¿dónde iba? Y se las respondí, les dije que tenía 16 años y que no sabía todavía a dónde iba a ir, les expliqué lo que me había pasado sin que ellos me preguntasen nada, pero me hacía sentir bien, sacar todo el sentimiento y toda esa pelota de mierda y no guardarmela para mi.

Los padres se quedaron boquiabiertos con mi historia y como no, alguna lágrima brotaron de sus ojos.

Los maquinistas nos informaron que San Francisco era el último estado en el que este tren paraba, así que pensé en quedarme allí. Nunca lo había visitado y además, tiene muy buenos institutos allí.

Pasaron dos horas y ya era la hora de salir del tren. Este viaje me había sentado muy bien, y la familia del tren me había echo sentirme más fuerte.
Me despedí en la estación del tren y antes de que me fuera, la madre de Layla me dió su teléfono para que la llamara para volver a vernos.
Entré en la estación de tren y vi los diferentes pueblos o ciudades que tenía San Francisco y mientras lo miraba, un hombre o más bien, un joven de unos 20-25 años me observaba desde lejos sin apartar la mirada de mí.

Me sentí intimidada pero intenté pasar de el.
Seguí mirando el mapa y mientras miraba el mapa, vi que al lado de este, había varias propuestas de alquilar o comprar pisos. Me fijé que en la calle Francisco St, había un piso a muy buen precio.

Me fui al mostrador para preguntar qué autobuses había que coger hasta llegar allí pero vi que no había nadie y al intentar volverme, me vi al hombre de antes pegado a mi. Pegue un grito que hizo que el hombre retrocediera varias pasos hacia atrás.

– Soy policía señorita. – dijo el hombre mientras se volvía a acercar a mi. – ¿Tiene algún problema?

– No, no tengo ningún problema. – dije intentando tranquilizarme. Todavía es temprano como para que mis padres supieran que me he fugado, además de que ellos nunca notan mi presencia en la casa. Me quedé sumida en mis pensamientos y no me enteré de lo que el policía me estaba hablando.

– Veo que eres nueva aquí en esta ciudad, si quieres puedo llevarla a donde quiera. – dijo volviéndose a acercar. Intenté echarme de nuevo hacia atrás, pero choque con el mostrador, señal que el policía pilló.
Metió su mano en el bolsillo y saco la placa que lo identificaba como lo que es, un policía de verdad. – Soy realmente un policía, no le va a pasar nada. – dijo mientras volvía a acercarse a mi. Esta vez sí lo deje y dejé que me ayudará con las maletas.

Me llevó hasta el coche patrulla, y mientras el colocaba las maletas en el maletero, yo le iba dando las maletas. Cuando acabamos, me dejó montarme en el asiento de adelante con el.

No estableció una conversación hasta que salimos de la estación de trenes. Puso la radio floja mientras conducía hasta la calle que le dije.

– ¿Que le trae por aquí, por San Francisco? – dijo el policía mientras me sonreía.

– Quiero cambiar de aires, salir a descubrir mundo. – dije nerviosa. Le rogaba a Dios desde lo más profundo de mi corazón que no me preguntará la edad.

– Eso es bueno, yo cuando tenia 18 hice lo mismo. Me fui en mitad de la noche y me vine aquí, estudié y me metí en la policía.

– Si no fuera porque lo acabo de conocer, pensaría que es mi hermano. – dije mientras sonreía, es igual que yo. Ha echo exactamente lo que yo, excepto por la edad.

– ¿Eso quiere decir que, vas a estudiar para ser policía?

– Si, eso es lo que he dicho.

¡El policía es mi vecino!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora