Primeros Pasos

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Durante varios minutos se miraron el uno al otro. Ella con comprensión y curiosidad; él con duda, cautela y asombro. Al tomar su mano empezó a guiarlo al agua, introduciéndose hasta la misma caída del manantial y atravesando la corriente rápida, llegando así a una pequeña caverna escondida detrás de la cascada. El lugar era pequeño, se vislumbraba un breve pasadizo en la roca que conducía a camino desconocido. Thranduil dudaba pues, a pesar de hallarse armado respecto a Naí, quien ni siquiera llevaba puesta prenda alguna, no podía engañarse pensando que el olor que desprendía el fondo del pasadizo era solo una leve pestilencia.

Sabía que olía a orcos.

Luego de una leve pausa, desde la entrada al corredor, Naí lo miró y le hizo gestos invitándole a acercarse mientras señalaba la roca del piso, cual indicando que guardara precaución al pasar.

Quizá porque aún estaba ensimismado, quizá porque su cuerpo se movía sin pensar, el rey avanzó hacia ella; pero en un leve instante una brisa proveniente de las profundidades de ese pasillo le hizo despertar y detenerse, y el corazón se le llenó de cólera al creer su confianza traicionada, pues ella lo llevaba al lugar del enemigo, y cuando tomó Naí su brazo para guiarle al interior el arrebato hizo que la girara azotando su espalda contra la pared atrapando en una mano su garganta.

—Hasta aquí llega tu engaño, ulunn. Es tu apariencia una mentira, un engaño perfecto para atrapar a tus presas. Sé qué hay allí dentro, ¿creíste que sería tan sencillo?; ¿por un momento pensaste que un par de orcos serían suficientes contra un elfo?

La desesperación y el apremio la invadieron reflejándose en sus ojos a medida que el rey pronunciaba sus palabras. Suavemente empujó a Thranduil liberándose de la fuerza de su agarre murmurando vocablos indescifrables: "arath!", "mirma", "manhr", mientras con los brazos gesticulaba pidiéndole aguardar por ella. Con pies rápidos corrió atravesando el túnel, olvidada de las precauciones que había advertido antes; al instante estaba de vuelta y le mostraba las manos extendiendo las palmas, y en ellas brillaban, a pesar de la oscuridad que los rodeaba, un cúmulo de piedras preciosas. Eran blancas como la luz de las estrellas, azules como el cielo de la tarde, rojas como el ocaso de verano, verdes como la primavera, con intensidades y formas y tamaños distintos; sus brazos temblaban y las piedras caían al suelo en tintineos suaves que hacían eco como gotas que caen en el agua, temblaban sus brazos y su cuerpo entero.

—Proeto —decía mirándole con ojos húmedos de lágrimas contenidas—. Prometo. ¡Prometo! Sígueme. ¡Prometo!

Exclamaba con convicción, con necesidad y con agobio. Thranduil ya no estaba seguro de cuál debiera ser su próximo movimiento. Estaba convencido de la presencia de orcos en él y aunque las gemas le sorprendieron, lo que más llamó su atención fue la actitud de Naí, pues si esto era una pantomima la perfección de sus expresiones confundiría al más sabio de todos los reyes.

Decidió por fin terminar con el asunto. Se adentró en el pasadizo seguido por ella; el piso resultaba venenoso, las suelas de sus botas empezaban a emitir un calor perturbador. Al llegar encontró una segunda caverna con un pequeño manantial en su interior y, al fondo y alrededor de este, cual arena piedras preciosas en todo el suelo. A un lado había una ruma de prendas, era aquello que apestaba pues eran prendas orcas. Aparentaba haber sido la guarida de alguien, ¿de ella? Volteó a verla, se dio cuenta de que le sangraban los pies, volvió a percatarse de su desnudez. Estuvo tentado de llenar los bolsillos con todas las gemas de luz de estrellas; sin embargo, en lugar de ello, de un movimiento la cargó en sus brazos ágilmente y emprendió el camino fuera.

—Aprenderás sindarin en la fortaleza, te daré abrigo y alimento, conocerás las formas y costumbres élficas y vivirás con nosotros. Cuando sepas comunicarte me contarás tu historia —dijo Thranduil, decidido.

—¿Uh? —Naí gimoteó en respuesta, no entendió palabra salvo el tono que demostraba seguridad.

Salieron de la cueva, Thranduil la dejó al pie de la roca donde estaba su capa, la cubrió con ella y le limpió los pies que sangraban de correr por las piedras envenenadas.

—Está bien, no lo entiendas ahora, es mejor así —le sonrió—. Serás mi protegida, eres el misterio que ha llegado a mí, puedes ser un regalo o una maldición; sea cual sea, es mi deseo descubrirlo.

Cabalgó de vuelta al castillo abrazándola por delante, su pecho contra la espalda de ella le provocaba una sensación curiosa, pensó que sería la falta de costumbre. Llegando al castillo la llevó a una recámara y se encargó de enseñarle la sala de baño, la pequeña biblioteca, la sala de vestir y el lugar donde dormiría mientras permaneciera en el reino. La dejó descansar y se dispuso a encontrar a un oficial de servicio de la corte a fin de que le brinde lo necesario, vestimenta y útiles de aseo, y que vele porque esté tranquila y no deje el recinto. Aún tenía que resolver un par de asuntos para que estuviera encaminado; Golthgalu se encargaría de su enseñanza, era el mejor en lenguas del reino además de ser un profesor paciente bien instruido en los protocolos y costumbres, la idea de enseñarle a un ser extraño sobre la raza élfica le resultó tanto extraño como motivador.

—Naí, te introduzco a Golthgalu quien será tu profesor en diversas artes. Empezarán con la próxima salida de sol, le obedecerás en lo que solicite —dijo Thranduil.

«¡Naí!», respondió Naí con entusiasmo. A veces, cuando le hablaba, se sentía frustrado. Perdía el sentido si al final no le entendía. ¿Realmente no le entendía?

—Mae govannen, Naí. Descansa, mañana empezaremos luego de la primera comida —dijo un curioso y no poco ansioso Golthgalu.

Salieron de la recamara dejándola sorprendida. Se sentía como no lo había hecho en años, estaba limpia, limpia de verdad, no solo fresca del rocío de la lluvia. Tenía ropa sin ese horrible olor a putrefacción; la estancia emanaba un aroma a incienso que invitaba al descanso. Estaba cansada, estaba muy cansada de las desventuras que le seguían por años. Hoy era libre, hoy tuvo suerte, hoy y luego de mucho tiempo, podría echarse en una cama suave y dejarse llevar por los sueños, sin tener que estar alerta al peligro. Hoy se sentía feliz.

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Ulunn – criatura horrible, monstruo
Mae govannen – bienvenida

Las Hojas del Destino - Un Romance de Thranduil y una humanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora