Y el vals continúa

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Toda la estancia cantaba alegre, el vino había sido bueno. El primer baile había terminado hace poco y todos se congregaban en grupos en el salón charlando sobre sus expectativas. Cuando la música empezó a sonar de nuevo Naí intercambiaba risas y murmullos con sus amigas, tomando un sorbo de trago cada tanto.

—Me alegro por ustedes —decía Naí—. Los próximos días van a ser interesantes.

—Ya lo quisiera—dijo Minaí—. Mientras bailábamos, Faeren me ha contado que saldrá con la próxima ronda de guardia, mañana en la tarde.

—¿A dónde irán? —preguntó Naí.

—Cabalgarán norte, cerca del linde del bosque con las Montañas Grises, piensan que hay una base de arañas escondida por la zona.

—Bueno, entonces nos encargaremos de tenerte entretenida hasta que vuelva —dijo Erui.

—Si me dejas, podría ayudarte con el trabajo —dijo Naí—. ¿A qué se están dedicando ahora?

—Tejemos mantas para el invierno, entiendo que serán enviadas a Dale.

—¿Mantas? —preguntó Naí.

En pocas palabras relataron la historia de la desolación de Smaug y el hundimiento de la Ciudad del Lago, la fiebre del dragón que trastornó a Thorin y la victoria en la Batalla de los Cinco Ejércitos. Erui contaba la historia vista desde los ojos de Golthgalu, pues luchó junto a Legolas y el rey hasta que el sonido de la victoria retumbara en las montañas. Hablaron sobre el apoyo que el reino de Thranduil brindaba a Dale desde entonces, sobre todo para sobrevivir los crudos inviernos que azotaban últimamente. A cambio, las ciudades procuraban sus mejores vinos para los elfos abasteciéndolos en cada nueva estación de hojas verdes.

Acordaron que Naí acompañaría a Minaí en el tiempo que Faeren estuviera fuera. Minaí le prometió enseñar el arte de trabajar las telas y tejidos, aunque Naí no se sentía segura de que eso fuera a tener buen fin.

—Despreocupa, si no te va bien con ello siempre son bienvenidas un par de manos extra en la cocina—dijo Erui, que seguía entusiasmada luego del baile.

—Y por cierto... cuándo vas a empezar a contarnos, ¿eh? —dijo Minaí mientras le dedicaba una mirada inquisidora a Erui.

—Contarles... ¿qué? —dijo Erui.

—Ay, no hagas como si no supieras de qué hablamos.

—Solo hemos bailado, nada más, acaso te refieras a eso —dijo Erui llevándose la copa a los labios y bebiéndola de un sorbo. Un destello rosado teñía sus mejillas

—Te fuiste tartamudeando—dijo Naí.

—Roja hasta las orejas —dijo Minaí.

—No ha dejado de mirarte desde que se separaron —añadió Naí.

—Ni bien empezaron a tocar la música vino a por ti —siguió Minaí.

—Y se entienden muy bien en el baile —dijo Naí. Las tres muchachas se miraron en complicidad, sonrieron y luego estallaron en carcajadas.

Violines gritaban su canción al aire despertando a los corazones y llenándolos de gracia. Un grupo de danzantes se mecía en el centro del salón, la luna se posaba sobre ellos y las estrellas titilaban en el lienzo azul del cielo. Naí llenaba su copa en el puesto de bebidas, la esquina llena de barriles y jarras colmadas.

—Con cada visita me sorprendo más del buen gusto de Lord Thranduil para el vino —Haldir se acercó a ella.

Hîr Haldir, sin duda en su tierra tendrán vinos tan buenos como los de Esgaroth —decía Naí, quien había descubierto un gusto peculiar por esa bebida, el placer en lo seco y lo amargo.

—Nuestro vino local es excelente, pero aun así no hay comparación con el que se encuentra aquí. Sin embargo, lo que en bebida falte lo compensamos con creces en la danza. Si me permite, puedo mostrárselo —dijo él extendiéndole una mano.

Dos copas llenas quedaron sobre la mesa, esperando. Naí veía la estancia pasar frente a sus ojos a medida que daban vueltas al ritmo de la música, miles de luces de velas y farolas se convertían en breves rayas y las personas solo eran siluetas borrosas, lo único claro frente a sus ojos era su acompañante. Haldir bailaba sin esfuerzo guiándola consigo y ella lo sentía como lo más natural del mundo, como si hubiera nacido para ello. Pensaba que se asemejaba a caminar sobre nubes, con pasos fluidos y delicados que le alegraban el alma.

—No estoy segura, ¿nos movemos nosotros o toda la sala está girando alrededor? —decía Naí sin poder contener la risa, «vaya que la deben pasar bien en Lothlórien» pensaba—. Si así son vuestros bailes, las fiestas han de durar semanas.

—Eso sería estupendo, pero no mi señora, el don de la danza no es la regla común en la ciudad, solo somos algunos los privilegiados —dijo Haldir con un guiño que le hizo sonreír aún más.

—¡Cómo va a ser!, algo me dice que el señor está exagerando sus habilidades —dijo Naí, con sana ironía y énfasis en la distinción, retándolo con la mirada. Haldir no pudo evitar morderse un labio mientras le regalaba una amplia sonrisa y los ojos le brillaban con anticipación.

Los músicos levantaron el tono cual leyendo su intención y la danza siguió su compás. No hubo un espacio del salón que sus pasos dejaran de recorrer y, sin embargo, no estaban solos en la pista. Los pliegues de su vestido se expandían con las vueltas y se mecían cada vez que se acercaba y alejaba de él. Entonces sucedió que los danzantes cambiaron de lugares y Naí se encontró frente a frente con un Golthgalu derrochaba alegría de pies a cabeza. Tras un par de pasos la hizo girar, ella miraba a su alrededor, allí estaba Erui dos posiciones a su derecha y Faeren bailaba con quien reconoció ser una de las elfas que trabajaba en la sección de repujado de la joyería, «Mîreth» creyó recordar.

Procuró imitar los pasos de quienes estaban más cerca, replicando la posición de las manos o los movimientos de los pies y las respuestas a algunos quiebres en la melodía. Debía darle crédito a Haldir, ya habían sido tres parejas y sentía que solo con él no debía esforzarse por hacerlo bien, tan solo fluía. En un nuevo giro sus ojos se encontraron, Haldir le sonreía. Fue entonces cuando el tacto de una piel fría la viró de vuelta y los cantos se volvieron suaves, tranquilos como una brisa de verano.

—Veo que te diviertes —los ojos, azules, centelleaban con la luz de las lámparas.

—Mi Lord, si no nos divirtiéramos esto no sería una celebración —dijo Naí mirándolo sin parpadear. Él no respondió y ella solo sintió cómo sus dedos se entrelazaron por un breve momento antes de iniciar otro movimiento.

—Nos queda pendiente una charla —dijo Thranduil.

—¿Desea tenerla ahora, mi Lord? —dijo ella, algo sorprendida. Él curvó los labios en una mueca, una media sonrisa.

—Claro que no, Naí —rodeó su cintura acercándola y exhaló un «ahora no...» que le hizo estremecer.

La música demandó otro cambio de parejas y se encontró bailando, de nuevo, con Haldir quien le sonreía con ojos orgullosos. La melodía se iba apagando.

—¿Convencida, mi señora? —dijo Haldir.

—¡Totalmente! —respondió ella en un jadeo.

—¿Está segura?, podemos bailar otra pieza solo por si le quedara alguna duda —dijo Haldir con una enorme sonrisa grabada en el rostro.

—¡Oh no, ...no, no, no! Ha sido suficiente baile por lo menos hasta el próximo otoño—respondió Naí riendo mientras volvían hacia sus copas—. Pero por favor, no es necesario lo de señora. Llámeme Naí, así... sin más.

—Muy bien Naí, entonces brindemos —Haldir levantó su copa frente a él—, porque una estrella ha brillado en la hora de nuestro encuentro.

Y desde el cielo una estrella los miró y brilló con fuerza llenando la noche con su luz, pues los encuentros están destinados a ser. Y la noche siguió su camino de canciones de regocijo y remembranza, de bailes joviales y recitales de poemas y cuentos de historias pasadas, de charlas más allá del estupor que causa la abundancia de comida y vino. La noche dio paso a un nuevo amanecer, a un nuevo otoño.

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Hiril = Señorita, Lady.
Hîr = Señor, Lord.

Las Hojas del Destino - Un Romance de Thranduil y una humanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora