Solsticio de Invierno

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Turuhalme se llamaba a aquella festividad que desde días antiguos se daba como bienvenida al solsticio de invierno. Gruesos troncos de madera con bendiciones escritos se quemaban en el centro de la Sala del Fuego, la segunda estancia en importancia luego del Salón del Rey, este último siendo aquel donde el trono yacía.

En la Sala de Fuego apilaban maderos que se consumían durante la tertulia volviéndose luz y cenizas que se elevaban por el aire hasta llegar al eterno Valar Manwë, sentado en su trono en Taniquetil, la montaña más alta de Aman y de la Tierra, desde donde nada escapa a sus ojos, y la ceniza elevaba plegarias y en la luz depositaban cantos para sus oídos, pues un ciclo se cerraba.

En la vida de un elfo las estaciones pasaban como una onda constante de repeticiones, como una semana de los hombres. Ellos no contaban los días, no contaban los meses: vivían en un paulatino caer y renacer de hojas, y el tiempo les resultaba amargo pues la vida, para todo menos ellos, era efímera.

Los elfos del bosque eran gente alegre que mantenía las costumbres como símbolo de su inamovible existencia. Cada año, como ahora, preparaban la estancia para guardar el fuego, pues durante la Turuhalme el fuego no debía extinguirse. Ardería alimentado siempre con troncos secos al centro de la Sala, y seguiría ardiendo hasta próxima salida del sol. La fiesta del fuego que no muere le decían, pues así lo disponía la historia y la tradición silvana.

Entraba la tarde y estaba todo dispuesto. Fuera del palacio carretas cargadas con mantas, provisiones y regalos partirían a Dale a la mañana siguiente, tal cual Minaí contaba mientras acomodaban los manteles y bocados. Dale pronto habría terminado su reconstrucción y empezaría el gobierno del nuevo Rey Bardo el Arquero, o Rey de la Ciudad de Valle, según prefieran llamarlo aquellos que escriben los libros.

Naí usaba su mejor vestido, aunque poco tenía de dónde elegir. En la habitación de Minaí tres amigas se hacían arreglos en los cabellos mientras hablaban entre ellas.

—Deberías llevarlo suelto —decía Minaí mientras apreciaba las ondas castañas del cabello de Erui.

—Minaí tiene razón, siempre lo llevas atado, suéltalo esta noche por variar —dijo Naí. Erui se negaba, pues por costumbre y trabajo solía llevarlo en una coleta. En las cocinas hacía calor y era la forma más práctica de lidiar con el asunto, según decía en su justificación.

—Al fin y ¿para qué? —dijo algo irritada, sin que las demás entendieran—. Es decir, ah... olvídenlo —cambió de tema—. Minaí, Faeren va a quedar embobado, ¡solo mírate!

—Estás preciosa —resaltó Naí, y añadió riendo—, no podrá ni decir palabra; pobre, no quisiera estar en sus botas.

Minaí, una elfa de ancestros silvanos, tenía el cabello de un dorado tan claro que parecía plateado y esa noche se vestía con ropas verdes que acentuaban su piel, sus ojos avellana y su origen. Pequeñas flores amarillas adornaban un cabello lleno de trenzas intrincadas, coronado con una tiara delicada y sencilla, carente de adornos. Las tiaras eran un accesorio común entre los elfos del bosque quienes, aunque amaban la joyería, no solían portarla en demasía salvo sea para denotar estatus, poder o por deliberada ostentación de aquel que destilara un poco de vanidad. Estas piezas, en cambio, representaban el carácter o la historia de su portador, un símbolo de identidad. Así, aún Erui siendo una elfa de origen sencillo y no de familia acaudalada, poseía varias fueran estas herencias de sus ancestros, regalos que recibiera a lo largo de su vida, o resultados de su propia creación.

Tal como fue predicho, al llegar a la Sala de Fuego Faeren por poco no se vertió encima la bebida, algunas gotas se escaparon corriendo por su barbilla. Se unió a las muchachas y los cuatro escucharon la bendición del Rey en la introducción, saludaron a los conocidos y aguardaron el comienzo del baile que, como en toda ceremonia importante, representaba una Intención. En cuanto la primera nota sonara llenando la sala con música indescriptible, Minaí estaba ya al centro llevada de la mano por su acompañante.

Las Hojas del Destino - Un Romance de Thranduil y una humanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora