DANTE

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VIOLET

Parecía ser una muy fea pesadilla. Simplemente no asimilaba la muerte de Max. Mi corazón ahora está roto y tendrá cicatrices para la eternidad.
Todo pasó tan rápido, lo de Dylan, mamá, papá, Max.

— ¿Dylan? — salí de la habitación y mi madre estaba en la sala.

— él no se encuentra, salió.

— ¿a dónde se fue?

— fue ayudarles a los chicos con cualquier cosa.

— ¿te dijo cuando regresaba?

— no, solo que te dijera que volvería más tarde.

— está bien, gracias ma.

— y ¿ya te sientes mejor?

— no lo sé ma. Es tan cruel que ya no sé si siento dolor o lastima de mí misma.

— ¿de qué hablas?

— ¿me creerías si te digo que no puedo sentir algún sentimiento?

— tranquila, que eso pasará, solo es cuestión de tiempo.

— no lo sé.

— ¿quieres hacer algo?

— voy afuera, para ver si llega Dylan.

— ve, pero con cuidado.

— sí, mamá.

Cuando salí el viento me hizo estremecer el cuerpo. Luego una suave brisa pegaba contra mis mejillas. Tranquilizante. Abrazada a mí misma recordaba todos los momentos que tuve con Max.

— ¡Dante! — casi grité por el susto de aparecer como un fantasma.

— tranquila, que no vengo a hacerte daño — era tan serio e indiferente que su presencia me causaba irritación.

— ¿sino?

— tengo que cumplir una promesa.

— y ¿qué tiene que ver eso conmigo?

— Max me hizo prometer que cuidaría de ti.

— ¿cómo sé que eso es cierto? — dije con indiferencia.

— primero te contaré como fue que pasó.

Dylan llegó y con una mirada fulminante hizo callar a Dante.

— ¿qué parte no entendiste de que no te le acercaras? — dijo furioso.

— Dylan, tranquilo que solo estamos hablando — traté de calmarlo.

— él no tiene nada que hacer aquí — siguió mirándolo con mala cara, algo que no hizo inmutar a Dante.

— bro, le estoy explicando lo de Max y que bueno que llegaste, así podré contarles a los dos.

— te escuchamos, Dante — solté.

— cuando lo capturaron fue sorpresivo, puesto que Max fue uno de los mejores aprendices del líder y jamás pensé que algún día lo traicionaría. En la celda donde lo tenían era horrible, me dijeron que lo vigilara, me dejaron a cargo de él, y sabiendo que mi amigo estaba así decidí ayudarlo. Le pregunte en que podía serle útil, me dijo que solo tenía que prometerle algo.

— que me cuidaras — terminé la oración —. ¿verdad?

— sí. Me dijo que si algo le pasaba cuidara de ti para siempre y que procurara que seas feliz.

Las lágrimas nublaron nuevamente mi visión y en cuestión de segundos empecé a llorar de nuevo.
Solo el haber escuchado lo que Max le había hecho prometer me provocó una sensación muy dolorosa en el pecho.

ENTRE DOS MUNDOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora