Mil historias se han narrado de aquellos mitos de antaño, entrañables en ocasiones, también oscuros y trágicos. Leyendas tocadas por una pizca de veracidad, hazañas de grandes guerreros que consiguieron escribir su nombre en las estrellas, época de dioses traicioneros, que bajaban de su reino haciendo estragos entre los mortales. Solo algunos elegidos caían en gracia de las deidades y recibían dones con los que combatir los duros tiempos a los que se enfrentaban.
Todos hemos escuchado alguna vez las historias de Aquiles, de Odiseo, de Perseo o el gran Heracles y su fuerza sobre humana, mas de entre todas las historias que llegaron a nuestras vidas hubo una que pasó desapercibida, quizás se perdió entre héroes y leyendas mas merecía ser contada, la historia de un amor que traspasó los límites del tiempo a lo largo de mil largas vidas.
Corría el año 470 antes Cristo, una noche oscura y sin estrellas fue testigo del nacimiento de un niño, de ojos esmeralda, claros en ocasiones y en otras oscuros, cabellos castaños como una cascada que caían por su espalda, un pequeño destinado a la grandeza que, por causa de un trágico destino, Alessandro creció solo y luchando contra un mundo rudo que intentaba ahogarlo en sus fauces.
La soledad le hizo fuerte, la vida valiente mas cada día alzaba su mira buscando con su mirada esmeralda el consuelo de los dioses y un solo ruego salía de sus labios, no quería seguir solo.
Luchaba para sobrevivir a medida que iba creciendo, un joven mercenario que conseguía alimento con su diestra espada y su enorme agilidad, sin un hogar fijo, sin establecerse, vagando de un lado a otro buscando sin pretenderlo su lugar en el mundo.
Contaba con 15 años de edad cuando los dioses, aquellos que parecían haber desoído sus eternas suplicas, le otorgaron el mayor regalo de su vida y, sin saberlo, iniciaron una historia cuya magnitud no tendría final.
Tenía hambre, llevaba meses vagando de un lado a otro sin encontrar una causa que le otorgara alimento, estaba fatigado, el polvo del camino cubría sus andrajosos ropajes mientras sujetaba su espada, su herramienta para lograr un futuro mejor, entrando a Esparta con paso decidido, sabiendo que ese lugar era hostil con los desconocidos mas apreciaba el coraje y el valor.
Vagaba por las calles buscando algún lugar donde pedir refugio cuando el llanto de una muchacha captó su atención. Él era inteligente, sabía a ciencia cierta que jamás debes ofender a un espartano en su tierra, que no debes meterte en asuntos ajenos que no te incumben mas su curiosidad le llevó a buscar a dicha muchacha sin saber que estaba a punto de sellar su destino.
La encontró, deteniéndose sin aliento al contemplarla, en toda su vida jamás había visto una criatura tan hermosa, tan perfecta y a la vez tan triste... Una joven esclava, menor que él, de cabellos claros como el sol que competían con el azul de su mirada, ojos tristes y sin brillo, llenos de lágrimas al sentir el contacto del cuero, los maltratos de su señor.
No pudo razonar, pensar con claridad, no ante los ojos encharcados de la muchacha. Ni siquiera se detuvo a contemplar a aquel guerrero que la estaba maltratando cuando se lanzó sobre él derribándolo con fuerza.
Aquel hombre, sorprendido, no pudo evitar observar los gestos fieros en el rostro de un niño, desafiándolo. Se merecía la muerte por su descaro mas su valor le había conmovido. Le ofreció un pacto, sellado por el honor de los guerreros, lucharían y el vencedor sería el dueño de la joven esclava por la que el muchacho había enloquecido.
Muchos hombres hablaron durante décadas de tan singular combate, un muchacho, apenas un hombre contra un famoso guerrero de Esparta, no había emoción en los espectadores, iba a ser una masacre pero los dioses decidieron velar por el joven y su valor, guiando su espada certera, empujándole a una victoria, la más importante de su vida, la misma que le otorgo un puesto de honor entre los hombres de Esparta y, por encima de todo, una victoria que llevó a Lyana a su vida.
Lyana, ese nombre se volvió el símbolo de su veneración, en cuanto fue suya la liberó pues no ansiaba que fuese su propiedad sino su familia. Ambos huérfanos, solos en el mundo, unidos por los dioses se volvieron inseparables, a medida que pasaban los años, iban creciendo juntos, solo cuatro años más tarde Alessandro tomó a su Lyana como esposa, uniéndose a ella para toda la eternidad pues ambos estaban convencidos de que los dioses habían bendecido el amor creciente que sentían como algo eterno.
Se amaban, eso era un hecho, mas él nació para luchar, para ser guerrero y durante años desaparecía en batallas que no eran las suyas dejando su amada esperando impaciente a que él regresara. Repitiendo en su mente una y otra vez las palabras que su amor recitaba en sus labios antes de partir... Mil vidas, me harán falta mil vidas para demostrarte cuánto te amo.
Eran felices en su mundo, cuando él regresaba, cuando nada más que su amor importaba... Sin poder ver que la belleza de Lyana había despertado los bajos instintos de uno de los dioses. Temido por todos, el rey del inframundo, deseaba su belleza, deseaba poseerla, envidiando con locura el amor que ambos se profesaban.
Durante años intento terminar sin conseguirlo con el joven y valiente Alessandro, el favorito de Afrodita ya que la diosa bendecía a los amantes con su protección.
Frustrado, anhelando a una mujer que no le pertenecía, luchó arduamente para eliminar a su rival durante años hasta que, finalmente, vio su oportunidad en batalla, una lanza desviada magistralmente por el Dios de los infiernos, una lanza que atravesó al muchacho segando su vida con el nombre de Lyana en sus labios.
La comitiva fúnebre llegó a Esparta, portando con ellos a su héroe caído. Lyana los vio llegar mientras su corazón se partía en mil pedazos, sin poder comprenderlo, sin poder entender que el amor de su vida yacía frío sobre el suelo frente a su morada. Sus rodillas tocaron el suelo al desvanecerse cuando el grito de un alma desgarrada salió de su garganta, rompiendo el reverencial silencio. Sus lágrimas bañaban las mejillas de su amado, intentando despertarlo con sus besos, se sentía morir, no podía seguir adelante, no sin él, no sin la razón de todo cuánto era...
Su grito se volvió un susurro, una plegaria a los Dioses, un deseo de volver junto a él una vez más, un ruego que fue escuchado por la diosa del amor, furiosa por la treta de Hades para segar la vida de su protegido.
Un rayo de luz que duró apenas un instante y Afrodita con todo su esplendor se presentó ante la joven completamente destrozada. Sus ojos estaban cubiertos de ternura y una sonrisa adornaba sus labios. En un susurro pronunció su promesa, Mil vidas, mil vidas para poder amarse y con un gesto Lyana cayó sobre su esposo, su cuerpo un mero recipiente ambas almas errantes esperando su momento, esperando volver a encontrarse, esperando una a una esas vidas en las que volverían a amarse.
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Mil Vidas
Fiksi PenggemarAU Clexa, adaptación de un fic swanqueen también escrito por mi: ¿Quien es esa mujer con chaqueta de cuero? ¿Por qué le resulta tan familiar? Son preguntas que Clarke se hace nada más verla, su nombre Lexa Woods y la familiaridad que evoca es demasi...