Cena familiar

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Un suspiro que encerraba demasiado se escapó de sus sonrojados labios, el tiempo parecía ralentizarse y no era capaz de escuchar nada de lo que decían a su alrededor, no podía discernir las explicaciones de sus profesores sobre todas las complicaciones que se podían dar en determinadas enfermedades, ni el leve cuchicheo de Ontari susurrándole que prestase atención. No podía concentrarse cuando su mente vibraba con demasiados recuerdos arremolinados, demasiadas vidas que nacían en su cabeza y poco tiempo para procesar los nuevos conocimientos, nuevos datos, nuevas sensaciones que colmaban su ser.

Un pequeño escalofrío recorrió su espalda sin poder apagar los recuerdos de esa terrible segunda guerra mundial, esa última vida, los horrores que presenció... sin duda Lyana en su cabeza hacía estragos con su cordura y solamente aferrarse al recuerdo de los dulces labios de Lexa ataba sus pies al suelo.

Lexa, pensar en ella iluminaba su mirada, su Alesandro encerrado en el cuerpo de una mujer, hecho insólito que le parecía una idea demasiado brillante, Hades no se lo esperaría...

Miró el reloj para comprobar que solo hacía dos minutos de su última ojeada, sentía la necesidad imperiosa de salir de ahí y correr a los brazos de Lexa puesto que, por primera vez desde el inicio de su historia, su despertar se había dado en una situación completamente diferente a la acostumbrada, no compartían más que su historia de amor, separadas las dos por sus quehaceres cotidianos y por el hecho irrefutable de que Clarke, por mucho que lo deseara, no estaba lista para dejar la casa de su madre y cohabitar con aquel que había robado sus sentidos durante demasiadas vidas.

Sin quererlo, la imagen de Abby nació en su mente y volvió a sonreír, recordaba perfectamente la soledad que torturaba su alma en sus otras vidas, la orfandad, la sumisión, la esclavitud y el desespero por alimentarse correctamente. Gracias a su madre en esta vida no le faltó de nada, tenía todo cuanto podía desear y a alguien que la adoraba sin pedirle nada a cambio, el amor infinito de una madre que, a pesar de no llevar su sangre, jamás le dio importancia a ese hecho creando a su lado una familia, algo que solo había tenido con Alesandro.

Perdida como estaba en sus pensamientos se sobresaltó al escuchar como sus compañeros comenzaban a recoger sus pertenencias, saliendo del limbo unos instantes y guardando todo en su mochila con prisa, por fin se acababa su jornada y podía correr a los brazos de Lexa una vez más, estaba ansiosa por verla y compartir con ella la idea que rondaba su mente desde su despertar, esperando que su amada estuviese de acuerdo.

Ya en la salida del edificio, se despidió de Ontari con una sonrisa en el rostro, asegurándole que se verían pronto para empezar a estudiar la cantidad ingente de temario que tenían ese curso, corriendo después con una sola dirección en mente, la facultad de historia.

Cuando por fin llegó a su destino, la radiante sonrisa de Lexa le dio la bienvenida mientras esta tiraba al suelo un cigarrillo y lo aplastaba sin miramiento alguno. Llegando a su altura, sus labios se encontraron en un beso ansiado por ambas durante toda la jornada, un beso dulce culminado en sonrisa mientras ambas se miraban con adoración, poniéndose rápidamente al día narrándose todo cuánto habían hecho desde que se habían dicho adiós, caminando sin prisa tomadas de la mano sin fijarse mucho en la errante dirección de sus pasos.

Finalmente llegaron a un parque donde tomaron asiento entre los árboles, dejándose mecer por el viento y el sonido de las risas de los niños que ahí jugaban. El silencio bailó entre ellas unos instantes cuando Clarke suspiró, clavando su mirada aguamarina en el perfil de Lexa, abstraída por todos los sonidos que llegaban a ella, invadiendo su mente como una canción.

-Lexa, hay algo que quiero pedirte

-Claro, pide lo que quieras, sabes que si está en mi mano te lo concederé

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