Capítulo 4: 911

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Los paramédicos subían a Tom a la ambulancia. Todo pasaba muy rápido, me costaba entender lo que estaba sucediendo.

—Solo uno puede subir. —Dijo uno de los paramédicos.

—Iré yo. —Respondió el profesor.

Tal vez me sentía mareado, pero eso lo entendí a la perfección.

—¡No! ¡Yo también quiero ir! —Dije apresuradamente.

—Trümper, esto no es broma.

—¿Quién bromea? ¡En serio quiero ir, TENGO que ir! —Miré a uno de los paramédicos. —Por favor.

Pareció dudar, pero todos estaban tan apurados que terminó aceptando. Probablemente solo para que me callara y dejara de insistir.

—Está bien. Sube, date prisa. —Dijo finalmente. Yo di un salto y entré a la ambulancia, luego entró el profesor y algunos paramédicos. Me senté al costado de Tom, quien tenía la cara hinchada y heridas en la frente, los pómulos y la boca. Al verlo en ese estado me entraron ganas de llorar.

*¡Esto no tiene sentido! Llevo literalmente un día de conocerlo ¡¿Por qué me siento así?! ¡¿Por qué me importa tanto?!*

Mientras yo estaba sumergido en mis pensamientos, los paramédicos cerraron las puertas y el conductor puso la ambulancia en marcha. La característica sirena empezó a sonar. Le pusieron a Tom una mascarilla de donde salía aire para ayudarlo a respirar, le tomaban el pulso y trataban de detener el sangrado.

No pude más y empecé a llorar.

*Por favor, por favor que todo salga bien... Por favor.*

—Tom... —No podía parar de llorar.

—Tranquilo. -Me dijo el profesor. -Él estará bien.

Realmente esperaba que tuviera razón.

¡El trayecto se me hizo eterno! Por suerte llegamos. Los paramédicos bajaron rápidamente y empujaron la camilla, donde Tom estaba echado, hacia afuera de la ambulancia. Luego entraron al hospital.

El profesor y yo los seguimos. Teníamos prácticamente que correr para poder alcanzarlos, ya que avanzaban muy rápido. Entraron, junto con Tom, a un cuarto. Yo quise entrar también.

—Ustedes tienen que quedarse aquí. —Dijo una enfermera. El profesor dio un paso atrás, pero yo quería entrar. Tenía que estar con él.

—Prometo no incomodar. —Dije tratando de convencerla de que me dejara pasar.

—Lo lamento. —Cerró la puerta.

—¡Pero...! —No pudo escucharme.

—Trümper. —Me llamó el profesor. —Vamos a la sala de espera.

Buscamos un lugar libre y nos sentamos. Había muchas personas, de las cuales la mayoría estaba llorando. Se consolaban unos a otros, esperando impacientes a que algún doctor les dijera cómo estaba la persona, familiar o amigo, a la que habían ido a ver.

Me sentía mal de solo ponerme a pensar que accidentes así pasan todos los días y uno nunca se daba cuenta. Honestamente, nunca he estado en un hospital (por suerte, nunca lo he necesitado). Pero si uno se pone a pensar, nadie sabe nada de la vida de nadie. Por ejemplo, puede ser que en algún lugar del mundo, alguien haya muerto el día de mi cumpleaños y toda la familia esté de luto, triste, extrañando a la persona que los dejó, mientras que por otro lado, yo estoy con mi familia y amigos celebrando. ¡Que injusto! Lo que para mí es un día especial y divertido, para otros es un día trágico y horrible. Casi hace que me sienta mal de ser feliz. Como ahora, yo estoy en el hospital, muerto de miedo de que algo le pase a Tom, cuando alguien en algún lugar del mundo está más feliz que nunca. Que egoísta. Incluso en navidad, la mayoría de familias está reunida, pasándola increíble, pero ninguna piensa (y si lo hacen, muy pocas) en la gente pobre. Niños y adultos pidiendo limosna la noche de navidad, muertos de frío y de hambre. Digamos que un 30% piensa en ellos. De ese 30%, ¿Cuántos hacen algo para ayudarlos y cuántos se limitan a decir "Sí, que pena"?

Mi alma gemelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora