Veintidós

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Mamá organizó un almuerzo en casa, como cada domingo donde compartimos con la familia Wesley. En cuyos almuerzos, pasamos una agradable tarde y compartimos como una sola familia.

Aja, debo resignarme a que somos una «familia».

Este domingo, mi pequeña hermana a decidido invitar a su amigo Alex y mamá encantada lo recibió, pero digamos que mi padre no.

—¡Mamá, tocan la puerta!— exclamo desde la sala a menos de diez pasos de la puerta. Oigan, el helado es primero.

Papá, quién está sentado frente a mi leyendo su habitual revista de construcciones en madera –Sí, ya llegó a la edad de obsesionarse con los trabajos en madera, hombres.–, me observa con su poblada y canosa ceja alzada divertido.

Arqueo mi ceja y lo miro desafiante, él cierra su revista y me señala con su dedo índice para luego colocarse de pie.

—Para la próxima, el helado es mío.— sonríe como todo un papá súper maduro haciéndome sonreír.

Se escucha el cerrojo abrirse y luego solo silencio. Quiero curiosear, pero el helado es gloria, señores.

—¡Jessica, Kelsey!— el grito de mi padre me hace saltar, dejo el helado en la mesita frente a mi y me levanto para ver lo que sucede.

Frente a la puerta está mi padre con sus fosas nasales abriendo y cerrando rápidamente, ceño fruncido y espalda recta y del otro lado de la puerta, se encuentra un pequeño con gafas de montura, vestido con una linda camisa azul marino arremangada a sus codos, jeans oscuro y un pequeño moño en su cuello, con una hermosa margarita en su mano.

Oh, oh, celos a la vista.

Tal vez, en otra vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora