Veintitrés

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El almuerzo familiar transcurre un poco tenso por parte de mi padre, Jared y su padre, quienes no dejan de escudriñar con la mirada al pequeño Alex, mientras que Kels, mamá, la mamá de Jar y yo, babeamos por la ternura del pequeño.

—Cuentanos, Alex, ¿cómo se hicieron amigos?— interroga papá apretando la servilleta más de lo normal. Mamá le da un codazo para que se comporte y él gruñe.

—La princesa Kels estudia conmigo en el preescolar, somos los favoritos de la maestra Lu, ¿verdad, Kels?— su adorable voz me hace querer comerlo y las otras damas presentes opinan igual. Mi hermana sonríe asintiendo con su cabeza, moviendo sus pequeñas trenzas.

Los hombres presentes gruñen, el pequeño niño acomoda sus gafas y comparte con mi hermanita su galleta.

Aww, ¿por qué Jared no pudo ser así?

...

—No entiendo el porqué del babear por el mocoso.— Jared vuelve a gruñir mientras seca los vasos mientras yo enjuago los cubiertos. Ruedo los ojos.

—Si vuelves a gruñir te convertirás en un perro.

—Muy graciosa, Ross.— rueda sus ojos y me observa con una sonrisa. Ignoro su mirada y los revoloteos de mi estómago, creo que la comida me hizo daño.— ¿Te gustan los chicos así de cursis o los rudos como yo?

Dejo caer el plato que tenía entre mis manos y lo observo perpleja. Su ceño se frunce y toma mi mano para verificar si me hice daño y suspira al percatarse que estoy bien.

—¿Qué sucede? ¿por qué tiraste el plato?

—Na-ada, debo ir al ba-año, disculpa.— seco la espuma de mis manos y salgo como la cobarde que soy sin mirar a mi mejor amigo.

Tal vez, en otra vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora