Veintiséis

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—¿Estoy en problemas?—susurro a la joven oficial que termina de llenar mi formulario. La chica me regala una apenada sonrisa, me hace colocar mis huellas dactilares en la hoja y luego me señala el pasillo para que espere a que vengan por mi.

Tomo asiento y espero pacientemente. Una anciana me golpea con su bastón, me giro indignada y ella suelta una carcajada.
—¿Disculpe?

—¿También acosas a los chicos?—suelta sin vacilar y mi cara debe ser digna de un Oscar, pues vuelve a reír mostrándome un formulario como el mío.

Le regalo una sonrisa forzada y me ruedo dos asientos a la derecha y la joven oficial ríe.

—¿En serio, Rossie?—me tenso al escuchar esa gruesa voz. ¿De todos, vino él? Diosito, ¿tu me odias?

Levanto la mirada y trago grueso. No hay destellos de ira ni mal humor, solo decepción, y eso es lo peor. Me levanto y camino en su dirección. Me despido de la anciana acosadora y de la joven oficial.

—Puedo explicarlo, papá.—lo sigo hasta la salida donde le entrego las llaves del auto y él sube en el asiento del conductor, me apresuro a subir de copiloto.— Papá...

—No quiero escuchar nada, Rossie. Sólo... no le digas a tu madre, no quiero que se altere nuevamente.

Y sin decir nada más, nos dirigimos a casa en el peor de los silencios.

Tal vez, en otra vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora