Capítulo 2: "Annete"

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Annete

¿Creen el cuento de una vida absolutamente perfecta?

¿Creerían la idea de un ser humano que lo tiene todo en el mundo, que está completo material y espiritualmente, sin ningún problema emocional o asunto que requiera de su preocupación?

En la vida nunca me había ido muy bien, en el sentido en el que uno se puede referirse a la vida como buena o mala, la mía de hecho, había sido un tanto complicada y dura. Pero bueno, suponía que por ley natural, ninguna vida podría ser lo suficientemente buena como para calificarla como perfecta.

Mi padre había sido un humilde y laborioso carpintero con poco trabajo. Eran escasas las veces en las que aparecía gente para que pudiese arreglar algún mueble o construirle, siquiera, una insignificante silla de madera. Realmente no conocía muy bien lo dura que podía ser la vida a esas instancias, y por razones lógicas de que una niña solo tiene que ocuparse de sus juegos y caprichos, no conocía lo cruel que podía ser.

Eran tiempos en que se necesitaba un buen trabajo,que te deje dinero suficiente y en el cual mantenerte ocupado,para poder sobrevivir y mediante opiniones generales,se podía destacar que la carpintería, no era uno de los oficios más importantes y codiciados.

Mi propio padre me había enseñado algunos trabajos con la madera, cuando era pequeña, y había adquirido rústicos conocimientos sobre la carpintería.
Cuando podía le ayudaba en su pequeño taller, el cual estaba prácticamente pegado a la casita en la cual vivíamos. Sin embargo, como dije antes, la carpintería no era un oficio del que de pudiera extraer mucho dinero para vivir moderadamente bien, de modo que se podía decir que no vivíamos del todo despreocupados.

De pequeña, me había educado en una escuela de niños de clase media, más o menos efectiva, y por la que se requerían muy pocas libras. Pero sin embargo, yo me consideraba moderadamente estudiosa y así,pude progresar muy de a poco, educándome tanto en materias escolares, como en la vida. Aprendí que no todas las expectativas pueden cumplirse.

En mi adolescencia me dediqué a ayudar a mi padre y a terminar mis estudios con altos promedios de los cuales no tuve mucho tiempo para sentirme orgullosa. El amor no formaba parte de mí como de otras muchachas, podríamos decir que no le daba mucha importancia. En la escuela pude conocer a una muchacha bonita de bajos recursos que se convertiría más tarde en la duquesa de Medina al casarse con el duque y tomando este hecho como referente, me animé diciéndome a mí misma que podía lograr muchas cosas.

Claro que no en la materia sentimental; en otras palabras, consideraba que el amor, no era algo con lo que no se pudiera vivir.

Habitábamos mi padre y yo en una simple y pequeña casa echa de madera y ladrillo colorado, no era muy grande, pero allí cabían algunos muebles, los camastros y los alimentos; mi propio padre la había construido.
Estaba feliz, nosotros dos, viviendo más o menos decentes. Supongo que era suficiente para mí.

Por un tiempo en plena pubertad, me dediqué a vender velas en una de las esquinas cerca de mi hogar junto con una gran mujerona, quién además de vender las velas, por la noche trabajaba en un burdel no muy lejos de allí. A los 16 años intenté triunfar como ayudante de un célebre médico de 62 años aunque a veces consideraba que no se podía llegar muy lejos como ayudante de médico, luego pensaba que yo misma me encargaba de tirar mis sueños al suelo y a veces me sentía un poco decaída.

Recuerdo que le alcanzaba los instrumentos que pudieran servirle y me dedicaba a observar discretamente aquellas terribles llagas, quemaduras o los moretones morados que ese médico atendía, por unas cuantas libras.
Ese trabajo terminó, cuando ese viejo doctor intentó sobrepasarse conmigo y mi padre me recomendó severamente que sólo me dedicara a ayudarlo a él. Por que hasta entonces había estado ayudando a mi padre en la carpintería y trabajando con ese médico.

Al menos podía ganarme algunos peniques.

Después de aquel "fracaso laboral", a los diecisiete años, una mujer delgada y morena me ofreció trabajar para ella en un burdel de su propiedad, llamado "El Puerto Carmín", cerca de la Recova y el Recinto.
Me negué.

Así transcurrió. Mi padre insistía en el negocio como carpintero y yo me pasaba la vida recorriendo lugares, de trabajo en trabajo aunque cuando tomaba algún oficio, en el fondo sabía que éste, no me duraría más de unos meses si tenía suerte. Hasta que mi progenitor enfermó de fiebre amarilla.

Esta enfermedad era mortal, muchos morían bajo sus terribles síntomas y yo temía por la vida de mi padre y mi único familiar. Una vez, cuando había juntado algunas monedas, destiné dos de ellas para comprar un diario,con el fin de que mi padre pudiera enterarse algo de lo que estaba pasando en el gobierno y algunas noticias frescas de la sociedad. Esa vez, leí una noticia sobre la fiebre amarilla y lo terrible que podía llegar a ser.

Creo que esta acción propia, provocó que mi ánimo decayera aún más.

Las fiebres y los delirios no disminuían nunca y mi progenitor me prohibía acercarme a él para llevarle alimentos o siquiera agua, para que yo no me contagiase. Esta necedad suya lo llevó, a su lamentable muerte.

Él me había dejado un pequeño trozo de papel a medio chamuscar en el cual ponía "Si yo muero, no dejaré que tú caigas por lo mismo". Y ese día lloré, las lágrimas salían una tras otra y no cesaban por más que quisiera.

El vacío que sentí fue enorme pues él había sufrido hasta sus últimos días, tendido en una cama, sin comer ni beber.

Luego de su muerte, debí quemar su camastro y sus objetos de pertenencia para evitar el contagio que aún podía existir.

Fue así que en esos terribles momentos de mi vida, cuando me sentí más sola que nunca.
No tenía a nadie, estaba sola en un cruel mundo ya no me quedaba ningún familiar o pariente, solo la casa en la que me crié y había vivido hasta entonces con mi padre.
No se por qué, pero me había venido a la cabeza una frase que había escuchado decir a un borracho que vagabundeaba por la calle,"Si no te comes al mundo,el mundo te devorará a tí"

Y esta frase era cierta, demasiado lamentablemente.

Fue hasta entonces cuando decidí que debía hacer algo, lo que fuera, aunque sabía que estaba sola.
Al principio intenté subsistir con el poco dinero que me había dejado mi padre y con la escasa cantidad que yo ganaba a diario haciendo pequeños trabajos de carpintería, como lo había hecho mi padre en vida. Me las había ingeniado para poder alimentarme y vivir en paz al menos por unas pocas semanas.

Finalmente llegué a la conclusión que a este paso, el dinero se me acababa más rápido de lo que lo ganaba.

Una mañana escuché un simple día, cuando había salido a comprar unos tarros de leche al Mercado, que el gran Conde, Lord Antoine Fontaine precisaba de una responsable y honesta mujer para poder cuidar y convertirse en la institutriz de sus hijos. Este anuncio llamó mucho mi atención y mi cerebro procesó las probabilidades.

Yo era una persona bastante honesta, responsable y alguien, sin ambiciones ni caprichos por los cuales mentir o estafar a alguien con un título tan grande como un Conde.
El oficio de institutriz no era fácil, aunque reconozco que me gustaban los niños, pero como Lord Antoine era alguien muy rico también supuse que debía pagar muy bien.

Intenté pensar en el lado positivo que traería el conseguir este trabajo. Mi situación económica podría mejorar, prosperaría y me encontraría viviendo en una gran Mansión, rodeada de lujos como los que nunca había tenido.












Lord Antoine #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora