❝ El motivo por el que no comprendemos el amor es porque, independientemente de ser humanos o no, todos vivimos en comunidades. Y la sociedad encuentra su premisa en las normas, ese es el primer conflicto: El amor no entiende de normas.
No puedes domesticarlo como domesticas a un cachorro asustado, el amor es el lobo más feroz de ahí afuera.
Por eso sufres, porque deseas enjaular algo que está por encima de tu poder. No puedes comprender el amor si no estás dispuesta a olvidar primero todo lo que erróneamente te enseñaron sobre él. ❞
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Yoona te observaba desde una distancia prudente. Tus pasos eran lentos y temblorosos, tu cuerpo enfundado en ese mismo vestido color vino en el que ella se vio años atrás, caminando hacia su altar como quien camina hacia una muerte dolorosa. Una muerte no física, sino espiritual.
Aquel día Yoona asesinó a su corazón, lo abrió en canal y lo dejó desangrar durante siete años.
O más bien, no lo asesinó: lo sacrificó.
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Hacía rato que habías dejado de sentir la mano de Yoongi en la tuya, acompañándote. Y ahora avanzabas sola por aquel sendero rodeado por gente que se abría dejándote un pasillo perfectamente trazado.
Las calles de la reserva habían sido especialmente decoradas, flores rojas y blancas y un camino de velas adornando cada ventana, cada árbol, cada calle.
Eran costumbres extrañas, pensaste.
Sin embargo, al llegar al centro de la reserva, en una pequeña y bien decorada plaza, pudiste reconocer a Namjoon en lo que parecía, un altar.
Alguien sujetó tu brazo y giraste la cabeza para encontrar la mirada de Seokjin. Él te llevaría al altar.
Era irónico, pensaste. Él era la persona en quien más habías confiado y el primero en venderte a aquel matrimonio concertado sin pestañear. Aún te sentías profundamente herida, pero tu camino hacia el altar había cambiado tu perspectiva.
Miraste aquellos rostros: Mujeres, hombres, ancianos y niños cuyas vidas dependían de las elecciones que su manada tomase.
Y tú eras parte de aquellas elecciones. No merecías sacrificar tu vida pero tampoco ellos merecían morir o levantarse en una guerra con Busan porque tú no quisieras.
En ese momento, tomaste tu decisión.
Era hora de ser fuerte, de ser valiente y jamás mirar atrás.
Alzaste la cabeza, cruzando la distancia que te separaba de Namjoon y miraste a Jimin. Estaba vestido con un traje mucho más tradicional que el vestido en el que a ti te habían infundado. Negro y con adornos en plata a juego con su cabello, perfectamente peinado y sus rasgos resplandecientes bajo el sol del atardecer.
Lucía como todo un príncipe, pensaste.
Te colocaste frente a él, encontrando su mirada y lo que hiciste a continuación fue lo más valiente que alguna vez habías hecho: Sonreíste.
—¿A qué viene esa cara? Luces como si te estuviesen casando en contra de tu voluntad. —Bromeaste en voz tan baja que sólo Jimin pudo escucharlo y soltaste una pequeña risa.Jimin te miró entre sorprendido y desconfiado de tu sentido del humor y finalmente una pequeña sonrisa asomó de sus labios, apagando un poco la angustia que acarreaba. —Mucho mejor. Ahora, más vale que finjas que me amas profundamente o pediré el divorcio.