La primavera había florecido en Daegu, abriendo sus generosos pétalos a un bosque lleno de color y vida.
Aquellos meses de colorido éxtasis eran los favoritos del pequeño Taehyung.
Se había vuelto a escapar del entrenamiento con su hyung y tendría que fingir esar enfermo otra vez, pero Taehyung no entendía como alguien podía gastar aquel hermoso día en aprender a luchar y no en contemplar aquel manto rosado que se extendía por Daegu gracias al florecimiento de los árboles de cerezo.
A Tae le gustaba perderse en un familiar camino. Admirar sólo y en silencio un año más, el regalo que la vida le hacía y que todos parecían dar por hecho.
Aquel día fue diferente. Había una figura sentada en mitad de aquel campo de cerezos en flor. Era apenas una niña, quizá de su edad. Tae pensó que quizá también se había escapado de sus lecciones para admirar aquel bonito suceso, pero a medida que se acercaba, el rostro de la niña no apoyaba su teoría.
Se veía preocupada o quizá triste, tan sumida en sus pensamientos que no se percató de la presencia del jóven lobo. Taehyung no la reconoció como una niña de Daegu.
Quizá se había perdido y por eso estaba triste.
La niña seguía sin verlo y Taehyung aprovechó para cambiar de dirección. Pasaron casi treinta minutos antes de que el castaño volviese a encaminarse hacia ella.
—¿Quieres ver algo bonito? —La niña se sobresaltó, sus oscuros tirabuzones botando de una forma inocente y llena de gracia.
Taehyung vio como ella se encogía ligeramente, como si estuviese programada para tener miedo de los demás y algo en él se retorció de tristeza. Se sentó con cuidado al lado de ella y extendió ambas manos, sin separarlas. La pequeña parpadeó con la curiosidad abriéndose paso en su mirada y sonrió incrédula cuando él abrió sus manos, descubriendo la pequeña y dulce criatura que escondía.
—¡Es un baepsae! —Rió Minji, observando al asustadizo pájaro blanco dar pequeños saltos en la palma de Tae, extrañamente calmado— ¿Cómo hiciste eso? Suelen ser muy miedosos.
—Él sabe que no voy a hacerle daño. —Dijo él, mostrando una adorable sonrisa cuadrada mientras acomodaba su mano con extremo cuidado para que el pequeño pájaro estuviese lo más cómodo posible.
Minji lo observó, completamente concentrado y preocupado porque aquella frágil e indefensa criatura estuviese a salvo con él.
Entonces, tuvo una epifanía. Una palpitación innegable.
Y quizá era demasiado pequeña e infantil para entender lo que aquella corazonada implicaba, pero lo supo.
Era él.
Él era su compañero.
Segunda Parte
En la calma y silencio del bosque, el lobo blanco como la luna cruzaba el extenso y salvaje terreno que conocía como la palma de su mano.
Min Yoongi avanzaba en su forma de licántropo, dejando atrás la cálida reserva de Busan, dejando atrás las familias, los cachorros aprendiendo a gatear y correr y a las madres de esos cachorros, mirando con ojos llorosos a sus compañeros que ahora, como Yoongi, dejaban sus hogares para adentrarse en la fría madre naturaleza y su campo de batalla.