Primera Parte
Baekhyun había hecho una promesa.
No se trataba de un juramento mancillado con nobles y vacías palabras, no.
Había hecho una promesa el día que nació del vientre de su progenitora.
La promesa de defender con virtud y rectitud a su gente, a su pueblo.
A su sangre y a la sangre que nacería de ella.
Y aprendió, que el ego era un espíritu malvado que cual serpiente para Adán, buscaría la decadencia del joven líder.
Sin embargo, si el egoísmo era la vil serpiente, el amor era la tierna manzana cuyo deseo era inocente y sin embargo, letal.
Baekhyun se dio cuenta de que él mismo había mordido la manzana y de que su amor por Yoona Han, lo había llevado a presenciar aquel momento en el que se encontraba, incrédulo observando cómo sus hombres caían.
—Por favor, ten cuidado. —Había suplicado ella, ojos brillando como la luna de medianoche, tal y como los recordaba. Baekhyun había fantaseado, durante un segundo, su propio rostro embarrado pero victorioso, volviendo de una batalla heroica para encontrar a Yoona esperándole.
Como una reina esperaba a su rey.
—Sólo será una pequeña exploración, Yoona. No tienes que preocuparte. —Había sonreído, mirándola desde arriba. Ella no era muy alta y sus rasgos carecían de esa belleza fina de porcelana que había visto en otras princesas dispuestas a casarse con él, pero Yoona era la mujer más hermosa que Baek conocería jamás.
Si tan sólo pudiese besarla, sin causar una guerra por ello.
—Gracias, Baek. Muchas gracias por esto.
—Revisaremos los alrededores y estaremos de vuelta antes de que nadie se de cuenta.
Sin embargo, no había sido así. A mitad de camino, dieron con el nido de Yun Jae y sus lobos. Y Baek ahora observaba cómo los lobos avasallaban su manada, armados con todo tipo de utensilios de plata, violando todo honor conocido en la historia.
¿Qué había hecho?
Debió haberlo pensado mejor. Debió haber negado a Yoona aquel favor y haberlo consultado con Namjoon.
Haber pensado en la seguridad de su manada en lugar de caer con sus rodillas débiles ante la preocupación de aquella dulce loba.
Un peso desplomado golpeó el suelo, ahuyentándo las hojas secas y removiendo el polvo al caer y el príncipe de Gwangju observó horrorizado el rostro sin vida de su compañero y hermano Kai.
Oh dioses
¿Qué había hecho?
Segunda Parte
Observaste fijamente al grupo de mujeres de diferentes edades, frente a ti. Se sentaban en una perfecta circunferencia, rasgos similares entre todas ellas. Ojos oscuros y profundos como dos pozos de sabiduría, había algo místico en su presencia.
O quizá no, y era simplemente porque ahora sabías lo que eran.
Hechiceras.
Minji estaba en uno de los extremos, con la mirada fija en sus rodillas como si temiese enfrentarse a cualquiera de sus familiares.