Flashback.
8 años atrás.
Bosque de Gwangju.
« Es tu decisión, es tu decisión. »
Una joven Yoona acogía el dolor más desgarrador que algún día volvería a conocer.
Sus dedos se aferraron a la nada mientras su cuerpo luchaba por no colapsar y desvanecerse del dolor. Había sangre. Sangre en su ropa, sangre en el suelo. Sangre que salía a chorreones de su boca. Y lágrimas de miedo y horror en sus ojos.
Se sentía como si se hubiese tragado una motosierra en marcha y ésta hubiese bajado a su vientre, destrozándo y destripando todo en su camino.
Aquella era su decisión. Aquel dolor era el precio de su libertad.
Una de sus manos aferraba su estómago, protegiendo algo invisible que jamás sería real. Algo que jamás viviría allí dentro.
Y entonces, otra ola de sangre se precipitó por su esófago, hasta ser vomitada por la débil y moribunda Yoona.
Cuando cesó, ésta dejó su cuerpo caer en el suelo del bosque, cerrando los ojos.
No estaba segura de sobrevivir aquello, desde que los dolores empezaron horas atrás, Yoona sabía que sólo había unas pocas posibilidades de que su débil cuerpo saliese con vida.
Había sido advertida y aún así, había seguido adelante con ello.
Si moría, la muerte también habría sido su elección.
Cerró los ojos, deseando la inalcanzable paz, fuese en la muerte o en la vida, ya no importaba.
Presente
Te estiraste, de forma perezosa en la cama, palpando las sábanas a tu lado con los ojos cerrados, sin encontrar rastro del cálido cuerpo Jimin.
Habían pasado semanas desde aquella noche en la que dejasteis a Chen con su nueva familia de acogida. Unos días atrás, recibiste un mensaje de un feliz Chen que te contó que le habían regalado su primer teléfono móvil y desde entonces manteníais el contacto. Lo que más te angustiaba era no poder contarle a sus amigos de la casa de acogida que Chen estaba bien y estaba a salvo.
En cuanto a Jimin, bueno. Aún seguíais discutiendo acerca de cada pequeña y rídicula cosa, pero habías aprendido que estaba en vuestra naturaleza ser así de peleones. Además, ahora él podía interrumpir la discusión besándote y eso distraería tu atención.
En realidad, usaba esa técnica muy a menudo, pero no tenías queja.
No recordabas estar tan feliz desde hacía mucho tiempo.
Sonreíste, arrastrándote a ti misma a la cocina para conseguir algo de café que te sacase de ese estado.
Aún no habías dado el primer trago cuando escuchaste la puerta principal siendo abierta y saliste a recibir a Jimin. Lucía algo exhausto y desanimado pero su sonrisa fue sincera al verte.
—¿Te has levantado ya, oso perezoso?
—¿Qué hay del "buenos días, princesa"?
Jimin rió sentándose (o más bien, desplomándose) sobre el sofá, con los brazos abiertos de par en par, indicándote que te acercaras. Negaste con la cabeza riendo y te sentaste en sus piernas, dejando la taza de café en la mesita del salón. Jimin posó sus manos en tus caderas y te atrajo un poco más. Te inclinaste entendiendo su demanda y dejaste un suave beso en sus labios, mientras tus manos subían a su plateado cabello para acariciarlo.