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— ¿Wills...?

Parpadeé, confusa.

Tardé unos instantes en darme cuenta de que estaba contigo, en tu habitación.

— Creo que me he dormido. — te comenté, aunque era algo quizá demasiado obvio.

Tú me sonreíste con cariño.

— Vete a dormir, mañana seguiremos.

— ¡No! — exclamé. — ¡Sigue leyendo!

Tú me miraste, adoptando una mirada seria.

— ...Por favor. — añadí.

— Es muy tarde. Las niñas buenas se van pronto a la cama.

— ¡Me da igual ser una niña buena! ¡Por favor, Paul!

— Te prometo que mañana seguiremos. — dijiste, soltando un bostezo. — ¿Lo ves? Incluso yo tengo sueño.

— Está bien. — acepté finalmente, yendo de mala gana hasta mi habitación.

Me tumbé en mi cama, tapándome hasta el cuello con la manta.

Sin embargo, no pude dormir en toda la noche. Estuve dando vueltas y más vueltas entre las sábanas.

Traté de no pensar en nada, dejar la mente en blanco para poder dormirte, pero me resultó imposible, porque en realidad aunque digas que no piensas en nada sigues pensando que no tienes que pensar nada, por lo que si que estás pensando algo.

Aunque quizá eso tenía más sentido en mi cabeza...

Al día siguiente me desperté con ojeras por la falta de sueño.

Bajé las escaleras, saltando los escalones de dos en dos.

— ¿Dónde está Paul? — le pregunté a mamá cuando llegué a la cocina.

— Había quedado con un amigo. — respondió ella, sin siquiera alzar la mirada de la revista que leía. — Creo que iban al parque.

Me sentí frustrada.

¡Me habías prometido que íbamos a seguir leyendo, Paul!

Así que volví a subir las escaleras, hasta tu habitación.

Abrí la puerta de par en par y rebusqué por todos los cajones y armarios, buscando el libro.

Lo encontré en una bolsa, dentro del armario.

Me senté de cualquier manera en el suelo y abrí el libro. Comencé a pasar las páginas, casi con ansia, buscando la parte por la que nos habíamos quedado.

Y entonces se me ocurrió una idea. Debía terminar de leer el libro, ¿no?

Pasé todas las hojas, hasta llegar al epílogo.

Leer el final, sería cómo terminar el libro, o eso pensé entonces.

Pero cuando iba a leerlo, la página comenzó a borrarse rápidamente, cómo si hubiera descubierto mis intenciones y no me permitiera saber el final.

Retrocedí varias páginas, para mi sorpresa estas también se estaban borrando.

Estaba paralizada. Todo el libro se estaba quedando en blanco, hasta que las palabras se borraron por completo.

¿Qué iba a hacer ahora?

¿Cómo te iba decir que el libro se había quedado en blanco?

Primero té tendría que decir que había cogido el libro sin tu permiso.

Me estaba poniendo más nerviosa por momentos, no sabía que hacer.

Así que dejé el libro cómo estaba y corrí fuera de casa, para buscarte.

Paul, Paul, Paul.

¿Dónde estabas?

Empezó a llover.

Yo ni siquiera llevaba zapatos.

Cuando te vi, no pude evitar respirar de alivio.

Corrí hacía ti, gritando tu nombre.

Crucé la carretera, sin ni siquiera molestarme en mirar si venía algún coche.

Debía haber mirado.

— ¡Wills! — me gritaste, abalanzándote hacía mí. Me empujaste y caí de espaldas sobre la acera.

El coche que pasaba y que me hubiera atropellado si no te hubieras puesto en mi lugar chocó contra ti y te derribó.

Rápidamente, el coche frenó y el conductor, un hombre de unos cuarenta años, se bajó rápidamente del coche para ver lo que había pasado.

Soltó una exclamación que no entendí y se apresuró a llamar a una ambulancia.

Después de unos minutos se escucharon las sirenas.

Yo no pude apartar la vista de ti, Paul.

El hombre me preguntó si te conocía. Yo le expliqué que eras mi hermano.

Le di el teléfono y él llamó a papá y a mamá, que vinieron en seguida.

Papá me cogió en brazos, cómo cuando era pequeña, y me prometió que todo iba a estar bien.

Mamá fue contigo cuando se te llevó la ambulancia, pero no me dejaron acompañaros.

Comencé a llorar.

Lo siento tanto, Paul.

Todo fue por mi culpa.

El secreto tras la niebla (1) | Ganador #Wattys2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora