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No sé cuánto tiempo estuve quieta, parada, sosteniendo mi bicicleta rosa que tenía a Shawn tumbado en la cesta.

Pero cuando el cachorro me lamió la mano suavemente, despertándome de mis pensamientos, ya hacía tiempo que te había perdido de vista.

— Se hace tarde —le dije a Shawn—. Deberíamos volver ya a casa.

Un aire gélido me envolvió de repente y lamenté no llevar más abrigo que mi vieja sudadera.

— Si —corroboré, mientras mi estómago rugía de hambre, empujando la bicicleta—. Deberíamos volver ya a casa.

Las campanas acababan de dar las dos, pero hacía demasiado frío para estar a mediodía.

Seguí avanzando por las estrechas calles del pueblo durante un rato, y volví a perderme sin remedio.

Cuando llegué al quinto callejón sin salida, Shawn de repente saltó de la cesta para aterrizar en el suelo y empezó a ladrar.

— ¡Shawn! —le llamé, tratando de que dejara de ladrar— ¿Qué te pasa, Shawn? ¿Shawn?

Pero no había manera. El perro parecía fuera de sí, ladrándole sin descanso a la pared llena de graffitis que se habría ante nosotros.

Y entonces, aparecieron.

Eran siete hombres con enormes máscaras que les tapaban completamente la cara.

Las mascaras tenían forma de un enorme triángulo blanco con los bordes negros, con otro triángulo negro dentro de él. El símbolo plasmado en las mascaras, el de dos triángulos, uno dentro del otro, me era extrañamente familiar, pero no alcanzaba a comprender dónde lo había visto antes.

Vestían largas túnicas negras que llegaban hasta el sucio suelo del callejón, anudadas por un cinturón plateado.

Los hombres tenían aspecto amenazador e iban armados con grandes pistolas y cuchillos.

Traté de retroceder, pero choqué contra el muro de graffitis.

— ¡Niña! —exclamó uno— ¡No te haremos daño si te resistes!

— ¡Eso, eso, no te haremos daño! —repitió su compañero, con una extraña  risita que me hizo imposible creer en sus palabras.

Otro de los hombres, el que parecía más el jefe, se deslizó detrás de mí y en un rápido movimiento me tenía sujeta por el cuello.

— Sólo danos el libro y nos iremos cómo si nada de esto hubiera ocurrido —me ordenó.

— N-No sé de que libro habláis...

— Mientes —me cortó el jefe—. Sabes muy bien del libro del que te hablo. Tú conoces perfectamente los secretos tras la niebla.

— ¿Cómo lo sabes? —pregunté.

— Nosotros lo sabemos todo sobre ti, Willow Scarlett Stephanson —dijo otro de los hombres, que por su voz parecía ser el mayor—, incluso las cosas que tú aún desconoces.

— ¿A qué te refieres?

— No tenemos tiempo para responder a esas preguntas ahora —comentó algo enfadado otro de los hombres.

— Cierto —corroboró el que estaba a su lado—, hemos venido a por el libro.

— ¡Yo no lo tengo! ¡Lo prometo!

— Registradla —ordenó el jefe.

Pero no encontraron nada en los bolsillos de mi sudadera más que un envoltorio de caramelo y pelusas.

— Lo tendrá el chico —sugirió el primero de los hombres.

— ¡Os dije que debíamos ir a por él primero! —exclamó el de su lado.

— Vayamos a por el chico, entonces —dijo el jefe, justo antes de desaparecer completamente en el aire, junto con sus compañeros.

Y entonces caí en que ese chico eras tú, Paul, y que por mi culpa ahora iba a por ti.

Así que devolví a Shawn a la cesta, me subí a la bicicleta y pedaleé lo más rápido que pude hacía la que me parecía la dirección hacía casa.

Debía darme prisa.

Un par de manzanas antes de llegar a casa, mi un cuerpo de un chico tumbado sobre el suelo de una calle.

Paré en seco, haciendo que Shawn casi saliera disparado de la cesta de la bicicleta.

Cogí en brazos al perro y me acerqué al cuerpo, dejando tirada la bicicleta en la acera.

Estaba boca abajo, sobre un charco de sangre. Tragué saliva.

La capucha de una sudadera que era exactamente igual a la tuya le cubría la cabeza completamente. unos pantalones idénticos a los tuyos. Sus deportivas también eran las mismas.

Demasiadas casualidades. Aquel chico tenía tu misma estatura: era completamente idéntico a ti.

Me negué a creer que realmente eras tú hasta que estiré de la capucha, mostrando una mata de cabello rubio, tan rizado y enmarañado cómo el tuyo propio.

Y entonces eché a correr, olvidándome de la bicicleta, pensando únicamente en llegar a casa.

Había visto tu cuerpo, Paul, tu cuerpo sin vida y rodeado de sangre que empezaba a resecarse.

Pero llegué a casa, y te encontré allí, en el recibidor, guardando tu sudadera en el armario.

Sin ninguna marca. Sin ningún rasguño.

Me sonreíste.

— ¿Qué te pasa, Wills?

Yo iba a contártelo todo, cuando, de repente, todas las luces de la casa se apagaron.







¡Hola!

He creado una cuenta de instagram de la historia, dónde publicaré noticias, frases y imágenes relacionadas con la historia.

Se llama @pauli_wattpad

El secreto tras la niebla (1) | Ganador #Wattys2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora