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Tú te levantaste despacio de entre los escombros y subiste las escaleras delante de Donna Lauren, quién me sujetaba fuertemente.

— Lamento tener que matar a una amiga de mis niñas, pero sabéis demasiado — me susurró al oído —. Compréndelo, querida, no podía dejaros marchar.

— Si que podría, en realidad — le contesté. Tú me echaste una mirada de advertencia, pero seguí hablando —. Realmente le prometemos que no contaremos nada. Y piense que sus hijas estarán muy enfadadas con usted si me mata. Al fin y al cabo somos amigas.

Ella se quedó parada, cavilando sus opciones.

Al parecer podía ser muy convincente si me lo proponía.

— ¡Niña! — exclamó, quizá dándose cuenta de que la quería engañar —. ¡No intentes engatusarme!

— No lo pretendía... — mentí, con un hilo de voz.

Ella presionó más mi cuello con el cuchillo, y yo enmudecí.

Te miré. Tú me devolviste la mirada, con los ojos muy abiertos, cómo si quisieras tratar de decirme algo.

Te tocaste la mano izquierda, e hiciste un gesto hacía Donna.

Entonces, recordé lo que ponía en el recorte:

« El cuerpo sin vida de Donna Lauren fue encontrado junto al tanque, con su mano izquierda congelada y desprendida de su cuerpo... »

Me fijé en su brazo izquierdo. En la muñeca tenía unos puntos de sutura que unían su mano del resto del brazo.

— Abre la puerta — te ordenó la señora Lauren.

Tú la obedeciste y entraste en una habitación con las paredes pintadas de azul, dos camas que debieron pertenecer a las gemelas y un enorme tanque en el medio de la habitación, con el que su madre las mató.

Cuando entramos, Donna aflojó el cuchillo sobre mi cuello.

Fue tan sólo un milímetro, pero en ese momento cogí su mano y estiré de ella, con todas mis fuerzas.

La mano salió volando y debió caer en algún punto del polvoriento suelo de madera.

— ¡Tú! — gritó, llena de ira. Sus ojos verdes brillaban más que nunca.

Estiró la mano (su mano restante) hacía la mesita de noche y al instante, la lámpara que había sobre ella estalló en mil pedazos.

Con un gesto, los trozos de cristal se elevaron del suelo y apuntaron hacía nosotros, cómo un afilado ejército que se prepara para entrar en batalla.

Cuando los lanzó hacía nosotros, corrí hacía la vieja estantería y conseguí moverla para que me hiciera de escudo, pero uno de los trozos me arañó el brazo.

Intercambiamos una mirada. A ti tampoco te habían dado.

Cogí rápidamente un libro de la estantería y se lo lancé a Donna.

Le dio en la pierna, pero la mujer no pareció darse cuenta.

Le lancé otro, que le estampé en la cara.

Cuando el libro calló al suelo, la señora Lauren parecía más enfurecida que nunca.

— ¿Cómo te atreves — exclamó —, a utilizar el objeto que me mató, de nuevo contra mí?

El secreto tras la niebla (1) | Ganador #Wattys2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora