Pegué un chillido en cuanto todas las luces se apagaron al mismo tiempo.
Sentí que me cogías del brazo, pero no dejé de gritar hasta que otra mano me tapó la boca.
Y comprendí que no habías sido tú quién me había cogido de la mano, mientras me llevaba a rastras hasta fuera de la casa.
Mi captor chasqueó los dedos cerca de mi oído y al instante perdí el sentido.
***
Cuando desperté estaba en una habitación oscura, iluminada solamente por la luz de una trémula vela que parecía estar a punto de apagarse en cualquier instante.
Nada me sujetaba, sin embargo, me sentía totalmente inmóvil.
Apareció de la nada, junto a mí, uno de los hombres con las máscaras en forma de triángulos.
Cuándo este chasqueó los dedos de nuevo, logré conseguir mover mi cuerpo.
— ¿Dónde estoy? —le pregunté.
Él se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, quedando a mi altura.
— Estás en un sitio seguro —respondió—. Esto no es una prisión, si no un resguardo.
— ¿Por qué estoy aquí?
— Para protegerte del mal que te espera ahí fuera.
— ¿A qué mal te refieres?
— Al mal que te acompaña por las noches, en tus más horribles pesadillas. Al mal que se encuentra en cualquier parte, mires dónde mires.
— No te entiendo.
— No debes comprenderlo. Sólo debes permanecer quieta, en silencio, hasta que sea el momento.
— ¿El momento de qué?
Chasqueó los dedos sin responder a mi pregunta y volví a sumirme en un extraño sopor.
***
La misma situación se repitió muchas veces más.
Él llegaba. Yo le hacía siempre las mismas preguntas: «¿Cuánto tiempo estaré aquí?» «El tiempo que sea necesario» Y llegaba un punto en el que dejaba de responderlas: «¿Por qué yo?». Entonces se marchaba, durmiéndome de nuevo.
No sabía cuanto tiempo había pasado. No notaba el paso del tiempo ni sentía hambre ni otras necesidades.
Era como si estuviese muerta. Lo repetí tantas veces en mi cabeza que me lo llegué a creer.
Llegué a imaginar mi tumba, en el cementerio del pueblo, con mis iniciales gravadas en la piedra.
Mis familiares llorando. Incluso mamá lloraba por mí.
Y entonces, escuché mi nombre.
— ¡Willow! — me saludó Klauss, apareciendo junto a mí.
Tardé unos instantes en reaccionar.
— ¿Qué tal estás? — me preguntó, sentándose a mi lado.
Giré lentamente la cabeza hacía él.
— ¿Qué día es hoy? — le pregunté, sintiendo la garganta seca.
Klauss tardó unos segundos en contestar, segundos en los que se quedó pensativo.
— No lo sé demasiado bien. ¿23 de Abril, quizá? —murmuró.
— ¡Eso es imposible! —exclamé—. ¡A penas era octubre la última vez que vi a Paul!
Se encogió de hombros.
Un pensamiento fugaz atravesó mi mente como un rayo.
— Klauss —le llamé—, ¿en qué año crees que vivimos?
— ¡Eso si que lo sé! —respondió, con una gran sonrisa—. ¡1942!
La visión de la tumba en el estanque de detrás de la colina con el nombre de Klauss Dalhen grabado en la lápida me provocó un súbito dolor de cabeza.
Me acordaba de la fecha de fallecimiento escrita: 23 de Abril de 1942.
Me levanté de golpe y me quité el polvo de los pantalones.
— ¡No me estás ayudando en nada, ¿lo sabías, Klauss Dalhen?! —le reproché, en un arranque de ira.
— Lo siento —respondió él, alzando las palmas de las manos en señal de rendición.
— ¡Ojalá pudiera salir de aquí! —exclamé, recorriendo la oscura habitación y tratando de hallar una salida.
Agarré el candelabro con la única luz que me alumbraba y lo lancé con todas mis fuerzas contra la pared, con un grito de
La vela se apagó y con ella se rompió su soporte, pero uno de los ladrillos que había golpeado empezó a girar, y con él los de su alrededor, hasta formar un pasadizo.
— ¡Por fin podremos salir de aquí! — exclamó Klauss, poniéndose de pie de un salto.
— ¡Soy yo la que estaba encerrada aquí, no tú, fantasma tonto!
Avancé por el pasillo, ahora totalmente a tientas, seguida por Klauss, que tarareaba una canción alegre.
— ¡Cuidado! —me detuvo el menor de los Dalhen.
Mis ojos ya se habían acostumbrado un poco a la oscuridad, por lo que divisé que el estrecho pasillo por el que habíamos llegado se convertía sin previo aviso a un gran abismo que parecía no tener final.
Si no hubiera sido por él, seguramente me abría caído. Le dirigí una rápida mirada de agradecimiento.
— ¿Qué habrá ahí debajo? —preguntó Klauss, asomándose por encima de mi hombro.
— ¿Para qué lo preguntas? —quise saber.
— Porque creo que es la única salida —explicó, al tiempo en que me empujaba al abismo y se tiraba detrás de mí—. ¡Siempre he querido hacer esto!
No me dio tiempo a replicarle algún comentario mordaz.
En ese momento sólo podía gritar a pleno pulmón, mientras bajamos y bajabamos, como si nuestra caída no acabara nunca.
Pero el impacto contra el suelo nunca llegó.
Pd: Gracias por esos 50.000 leídos!!!! ❤️❤️❤️
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El secreto tras la niebla (1) | Ganador #Wattys2017
Paranormal¿Pueden cambiar unas palabras a una persona? ¿Acaso puede volver loco un simple libro? Paul nunca ha sido el mismo desde que leyó "Los secretos tras la niebla". Willow tampoco lo ha sido desde que aquel libro volvió loco a su hermano, haciéndolo d...