— Repasemos — dijiste una vez más, sin disminuir el ritmo.
— Dinnah y Sarah murieron ahogadas — recité, tratando de alcanzarte —, su madre se volvió loca. Robert también. La señora Pickett murió entre pesadillas...
— Llevamos cinco... — contaste —, así que nos faltarían otras cuatro...
— Una en la nieve, otra loca, otra en sueños y la última, la elegida — completé.
Ambos habíamos bajado de las bicicletas y las llevábamos en las manos, arrastrándolas por la acera.
El perrito (que aún no tenía nombre) estaba tranquilamente sentado sobre la cesta de tu bicicleta. Sacaba la lengua y movía la cola, feliz. Sus ojos negros adquirían un leve tono verdoso con el contacto con la luz.
— Si mis suposiciones son correctas, las muertes del poema suceden en orden cronológico, lo que haría que la persona muerta en la nieve hubiera sido el primer muerto por el libro. Claro que tendría que tratarse de un asesinato que sucedió hace más de cuatro años. Tendré que pasarme un tiempo estudiándolo.
Suspiraste y seguiste andando sin decir nada. Supuse que estarías pensando.
A menudo hacías eso. Alejarte del resto de gente para reunirte con tus pensamientos.
No me gustaba. Me sentía un tanto excluida, ya que yo quería que compartieras lo que estabas pensando conmigo, que me contaras acerca de tus muchas suposiciones.
— También, la segunda persona muerta por haber perdido la razón debe haber muerto entre la muerte de Donna Lauren, hace cuatro años, y la de Robert, hace poco — seguiste diciendo, más bien para ti mismo —. Sólo nos quedarían dos muertes, ¿lo entiendes, Willow?
— ¿El qué?
— La muerte de Maddeline Pickett, esta pasada noche. La próxima muerte se llevará acabo de ahora en adelante.
— ¡Pero sólo puede haber más muertes si alguien lee el libro! — comprendí —. Si escondemos el libro, para que nadie pueda leerlo, ¡nadie más morirá! Sólo hay que esconderlo bien...
— ¿Estás siendo sarcástica, Wills? — comentaste, parándote para mirarme, alzando una ceja —. ¿Acaso tú podías prever que alguien encontraría un libro enterrado con una tumba?
— ¡Claro que sí! — exclamé —. ¿No sabías que tengo poderes mágicos?
Soltaste una carcajada. Me encantaba hacerte reír.
— Claro que si lo sabía, Wills — dijiste, siguiéndome el rollo —, pero había llegado a un acuerdo con tu hada madrina para que te enseñara a utilizarlos cuando fueses mayor.
— ¡Ja! ¿Mi hada madrina? Esa es una vieja traidora. Le pedí por mi cumpleaños los zapatos de rubí de la Bruja Mala del Este, y me trajo una horrible manzana — seguí hablando —. Mis poderes son tan alucinantes que ni Dumbledore tiene suficiente poder como para enseñarme algo. ¿No es así, Shawn? — le pregunté al perro.
Moví su cabecita de arriba a bajo.
— ¡Claro que si, Willow! — murmuré, poniendo una extraña voz, como si hablara él y haciendo que soltaras otra carcajada.
— ¿Shawn? — repetiste — ¿Por qué Shawn?
— Tiene cara de Shawn — contesté, encogiéndome de hombros cómo si la respuesta fuera obvia.
— Por supuesto — coincidiste, mirando de cerca al pequeño Shawn —. Aunque yo diría que tiene más bien cara de llamarse Hermenengildo.
— ¡No! — exclamé, negando con la cabeza rápidamente —. ¡Pobre Shawn! ¡El bullying que le harían los demás perritos si se llamara Hermenengildo!
— Llámale Hermie, entonces.
— Sigue siendo un nombre horrible. No, horrible no: ¡horriblisimo!
— Esa palabra ni siquiera existe.
— Ahora si — te corregí —. ¡Pero no me cambies de tema! ¡Estábamos hablando de mis alucinantes poderes!
— Si — corroboraste —, de que ni Voldemort y Dumbledore juntos pueden hacer nada contra ti.
— Veo que lo pillas — comenté con una sonrisa —. ¡Puedo vencer a Sauron sin siquiera pestañear!
— ¡Ni siquiera has leído el Señor de los Anillos!
— ¡Pero es que es un libro muy largo! — respondí, alargando la a de largo — Además, ¡no necesito un libro para ser poderosa! ¡Tampoco necesito un martillo, ni una espada láser! ¡Soy la mejor súper heroína de Gotham City y de todo el resto de ciudades que acaban en City! ¡Soy la Sith más poderosa! ¡Soy la elegida de...!
Callé al instante en el que me di cuenta de mi error.
— Creo —dijiste, muy despacio, con un extraño tono de voz—, que has elegido las palabras equivocadas, Wills.
— ¡Paul, yo...!
— No hace falta que digas nada —me cortaste.
Comenzaste a andar de nuevo, más deprisa, llevando tu bicicleta contigo.
Te llamé, grité tu nombre, pero no te giraste ni me diste ninguna señal de que me habías oído.
Yo tampoco fui detrás de ti, cómo tendría que haber hecho.
Aún hoy me arrepiento de habernos separado en ese momento.
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El secreto tras la niebla (1) | Ganador #Wattys2017
Paranormal¿Pueden cambiar unas palabras a una persona? ¿Acaso puede volver loco un simple libro? Paul nunca ha sido el mismo desde que leyó "Los secretos tras la niebla". Willow tampoco lo ha sido desde que aquel libro volvió loco a su hermano, haciéndolo d...