|Capitulo 6| ✔

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Al cabo de dos horas más tarde, Robín lo acompañó al contador hasta la puerta de su estudio y le estrecho la mano una vez más. Cerró la puerta tras él y se dirigió hacia la mesita auxiliar para servirse un vaso de brandy y se dirigió al diván, mientras bebía recordó el encuentro con Anna y su madre esa mañana, había tenido que hacer un esfuerzo para mantener sus recuerdos a raya durante todo el día. Por más que no quisiera, tuvo que reconocer que le había gustado cruzársela en el parque, recordó verla mientras hacía un barrido con la vista, acercarse hacia a ella y verla fascinado de la cabeza a los pies, recordó como el viento soltó unos mechones dorados de su peinado y había hecho que hasta él llegara el aroma a rosas el cual inundó sus sentidos e hizo querer tomar su cabello con las manos y aspirar su aroma mientras lo soltaba de las horquillas. De pronto salió de su ensoñación, si no se andaba con pie de plomo terminaría por volverse loco. Ahora que la había visto, podría dejar de pensar en ella y en todo lo que lo fascinaba y seguir con su vida.

Luego del almuerzo, Anna fue al saloncito a leer junto a la ventana para aprovechar la tarde ya que no se le daba muy bien el bordado. Pasó por el estudio de su padre agarró su libro de poesías de Byron favorito y se dispuso a leerlo.

Estaba intentando pasar del primer párrafo una y otra vez por milésima vez sin poder concentrarse, ¿Por qué su mente insistía en recordar su encuentro con Robín en el parque esa mañana?, recordó haberlo visto arriba de su caballo mientras buscaba algo con la vista, ¿a ella quizás? <fantaseó>, pero desechó la idea de inmediato, era imposible que alguien como él se fijara en ella, no por qué no se sintiera agraciada, sino porque parecía haber estado con mujeres más experimentadas, eso le provocó un nudo en el estómago al pensarlo, recordó también los destellos que el sol arrancaba de su cabello; y su mirada, esos ojos seguían haciéndola sentir que podía ver dentro de las personas, era algo que la incomodaba un poco.

El verlo allí parado al lado de su semental, hizo que sintiera que se le aflojaban las rodillas. A su vista parecía un Dios griego.

Mientras recapacitaba esto, soltó un suspiro y se dio cuenta de que había estado reteniendo el aire en sus pulmones. Sin pensarlo, en tan solo dos días su mundo se encontraba patas arriba.

No sabía por que, pero le había gustado verlo en el parque. Una vez llegada a esa conclusión, centró su vista una vez más en lo que tenía frente a su vista e intento una vez más leer el poema, pero esta vez con una sonrisa en sus labios.

Cuando Robín se internó en Mellors, consultó su reloj de bolsillo y lo volvió a guardar.

Escudriñó el lugar, estaba iluminado por unas pocas velas, el aire estaba viciado por el humo de los cigarros y había pocas mesas ocupadas, en una de ellas se hallaban Mark Hilton, dueño de una empresa de barcos dedicada al comercio de exportación, Patrik Moor, era dueño de uno de los establos de caballerizas más importantes de Shorkshire y Frederic Stevens, un prestamista. Vio que uno de ellos lo llamó.

-Hey Henderson, por aquí, -llamó Frederic Stevens, un hombre calvo y con algo de sobrepeso, lo cual hacía que pareciera de más edad de la que en realidad tenía- nos hace falta un jugador.

Cuando Robín se acercó a la mesa, le hizo señas al dueño que le acercara una medida de brandy a la mesa, mientras tanto los tres hombres lo saludaban animadamente.

-Buenas noches señores, con mucho gusto les daré una mano. -Afirmó Robín tomando asiento. A los pocos segundos el dueño se acercó a dejarle el vaso con la bebida color ámbar y volvió a su lugar detrás de la barra. Y así una partida tras otra se fueron sucediendo.

Cuando faltaba tan solo una mano para definir si ganaban o perdían Robín volvió a consultar su reloj y vio que ya era más de medianoche. Apuró su mano y así concluyó con una victoria más a su favor. Los cuatro hombres se levantaron de sus lugares y se despidieron.

Al salir de allí, subió a su carruaje y se internó en las sombras rumbo a Upper Grosvenor street.

Aquella noche, Anna, había asistido a la velada de Lady Marshall junto a sus padres. Había tenido la esperanza de poder ver a Robín entre los invitados mientras bailaba con una larga fila de pretendientes, -apenas había llegado y sin proponérselo se encontró rodeada por varios de ellos- pero, a medida que pasaron las horas, se dio cuenta de que no llegaría.

Al frecuentar los mismos círculos sociales, suponía que habría sido invitado, y con más razón aquella noche, que solo había esa fiesta en el cronograma de eventos sociales.

Se preguntó qué habría pasado para que se ausentara. Sintió un nudo en el estómago al pensar que quizás había decidido pasar la noche en brazos de alguna amante, aunque nunca oyó que se lo tildara de libertino, solo había escuchado el rumor de que lo habían dejado plantado en el altar, pero no sabía si en verdad había sido así. Eso le provocó un hueco en el pecho. Al fin reconoció para sí misma, con un suspiro de resignación, que le hubiese gustado verlo siquiera unos segundos y desde lejos.

Unas cuantas horas más tardes, Anna se encontraba tendida en su cama con la vista clavada en el techo, sintiendo una tristeza interior, no entendía por qué se sentía así, era de lo más ilógico, no debía sentirse atraída por alguien que ni siquiera conocía.

Mientras masticaba la conclusión a la que había llegado, dio vueltas sobre el colchón inquieta hasta que calló dormida en un sueño irregular.

Amor eterno®✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora