CAP (9). Despacio

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Narrativa: Rose Paige


Mi padre siempre decía: «Mantén la cabeza en alto, pase lo que pase y recuerda que todos los que te critican solo juzgan lo que ven, porque el tormento que llevas por dentro ninguno lo conoce.» En causa y como siempre, sus opiniones son nulas.»

Nunca había sido una de esas mujeres que se dejan impresionadas por un coche caro, por una cuenta bancaria grande, un efectivo gigante o una mansión, por lo tanto, el hecho de que ese hombre poseía todo lo que mencioné anteriormente me daba igual. Lo que en verdad me ponía los nervios de punta era el silencio agitador que se había formado y la forma en cuál lo decía nada sin la necesidad de usar alguna palabra.

«¿Cómo podría romper el hielo? , ¿por qué me había vuelto tan culpable?»

En la ventana del coche pude ver su rostro reflejado mezclado con las luces de la ciudad. Llevaba el ceño fruncido y los labios ligeramente entreabiertos, mirando fijamente el camino sin sacar ningún sonido. Su camisa llevaba los primeros dos botones abiertos que dejaban ver a la perfección su arteria que palpitaba apresurada. Seguí mordiéndome las uñas pensando en cómo podría alejar este silencio incómodo.

—¿Me puedes decir a dónde me llevas?—pregunté girando mi cabeza hacia él. Se quedó totalmente inexpresivo y no vi ni siquiera una pequeña chance en conseguir una respuesta de su parte, pero no iba a rendirme tan fácil. —Creo que no me has escuchado...—me calló de repente con un dedo que había levantado del volante.

—Te escuché— habló con claridad—. Igual a cómo escuché tu respiración agitada desde que te subiste en el coche. Créeme, es imposible hacer abstracción de ella— añadió con una sonrisa en la comisura de sus labios e instintivamente entrecerré los ojos notando su sarcasmo.

—Esto se llama secuestro—me crucé los brazos molesta. Normalmente me gustaba tener el control sobre mi vida y él ni siquiera quería decirme a dónde íbamos.

—Desde el punto de vista jurídico-penal, por secuestro se entiende al apoderamiento y retención que se hace de una persona con el fin de pedir rescate en dinero—replicó con tranquilidad, haciéndome rodear los ojos.

—Privación de libertad—recalqué, sonriéndole, contenta de mí misma, y él suspiró.

—La privación de libertad es la acción consistente en despojar a alguien de su libertad ambulatoria, recluyéndola sin tener en cuenta su voluntad, en un edificio cerrado destinado a tal efecto—hizo una pausa—En efecto, te subiste sola en mi coche.

—No es como si la otra opción fuera algo agradable—repliqué indignada—, aparte sabes perfectamente que me «canjeaste»—añadí apuntándolo con el dedo.

—Sí, claro—sonrió con sinceridad por primera vez a través de esa noche—Por favor, contrata un abogado y demandame.

—¡Lo haré!—alcé la voz, sacándome el orgullo.

—Si quieres, te paso el número de Ricardo—replicó en tono burlón, pero no, no iba a darle la oportunidad de joderme.

—¿Harías eso por mí?—pregunté contenta. —Por favor, dámelo. Anda, no perdemos más el tiempo.

—Te lo daré—hizo una pausa mientras apretaba el volante—Despacio—añadió, llevando su mano sobre mi pierna.

Lo escaneé con la mirada y pegué mis ojos a su piel. La imaginación comenzó a volar y aterrizó en una habitación de hotel hace más de una semana.

Su mano subió lentamente por mi pierna, mientras que su mirada seguía fija en el camino. Con cada centímetro que su piel tocaba, la mía me ponía más nerviosa. Un gesto tan infantil logró erizarme la piel y formar una descarga eléctrica en el momento en el cual su mano se posó debajo de mi vestido, acercándose peligrosamente hacia mis bragas. Sencillamente, mi mente no estaba preparada para aceptar lo que le ocurría a mi cuerpo. O ¿Era al revés?

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