CAP (47). Era hora

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Narrativa: Colin Russel

El momento que tanto había esperado por fin había llegado, por fin la tortura iba a acabar y de paso podré regresar a mi casa, a mi familia.

—¿Entramos?—preguntó Christopher depositando una pistola en su chaqueta.

La policía se había decidido a darnos una arma a cada uno de nosotros por si intervenía cualquier problema. Los órdenes eran claras, si intenta escaparse, uno de nosotros debe disparar.

Sabía que una vez que iba a entrar por esa puerta mi verdadera identidad iba a ser revelada y que no habrá marcha atrás. De ninguna manera iba a salir de ahí sin arreglar las cosas, era todo o nada.

—Vamos.—miré la puerta vieja y negra que estaba a unos pasos de mí.

—Dejé que yo entre primero—se apresuró Christopher. —Mi rostro es menos conocido.

—No, te puede pasar algo, debemos ser conscientes de que puede pasar todo lo que no hemos anticipado.

—Colín—depositó su mano sobre mi hombro, mirándome a los ojos. —A mí nadie me espera en la casa, no hay quien me extrañe si no vuelvo, pero tú...tienes muchos corazones que te necesitan.

No estaba de acuerdo con él en absoluto, pero una vez que acabó de hablar se dirigió hacia la puerta, sin darme el tiempo necesario para impedirlo.

Lo seguí en el edificio, lleno de oscuridad y olor asqueroso, lleno de basura. Los dos caminábamos mirando alrededor.

—Demasiado silencio, ¿no crees?—giró su cabeza hacia mí, levantando una ceja.

—Algo me dice que algo no está bien.—murmuré, agarrando la pistola y caminando atentamente hacia delante.

Hemos pasado por un pasillo con paredes llenas de sangre, donde el aire faltaba, haciéndome sentir una ligera asfixia. Christopher, algo más sensible, empezó a toser, me giré hacia él y le señalé con la cabeza el final del pasillo, de donde salía una luz.

Él asintió con la cabeza y una vez más se apuró en ser el primero que entra, corriendo el riesgo de ser disparado o, quién sabe, matado.

Christopher abrió la puerta con decisión y se quedó parado, girándose hacia mi, totalmente desconcertado.

—No hay nadie.

—¿Qué?—pregunté nervioso, caminando hacia él y entrando en la sala principal donde había unas mesas y sillones elegantes.

—Es una trampa—me susurró Christopher, enseñándome un vaso con whisky. —¡Sálganse, desgraciados!

Unos largos y pesados aplausos se escucharon y de inmediato apunté al lugar con el pistola.

—Tranquilo, Russell, tranquilo.—se rió Ricardo, quien hace poco apareció.

—¿Dónde está Alberto?—pregunté amenazándolo con la pistola.

—En Los Angeles.—sonrió irónico y me tensé.

Christopher giró rápidamente la mirada hacia mí, entendiendo rápidamente el miedo que recorrió mi espina dorsal.

—Quizás nos está mintiendo—murmuró.

—Es de mala educación hablar entre dos cuando hay tantas personas aquí presentes.

Una vez dicho esto, unos diez hombres salieron, rodeándonos a los dos. Christopher me sorprendió en el momento en el cual sacó el arma y disparó en la pierna de una persona.

—Para que noten que no tenemos tiempo para estas tonterías. ¿Dónde está Alberto?—preguntó.

—¿Están sordos o qué? Les dije que no estaba aquí sino en Los Angeles.—Ricardo se dirigió hacia mí, negando con la cabeza. —¿Realmente pensabas que podrías meterte con mi jefe y ganar?

—Los voy a matar a cada uno de ustedes si toquen a mi familia.—lo amenacé.

—¿Cómo? A ver, sorpréndeme.—se rió histéricamente y todos sus adeptos hicieron lo mismo. —Tú estás aquí y tu familia está allá, bajo los ojos de Alberto, ojalá él sea generoso con ellos y los mate sin hacerlos sufrir mucho.

Sin pensarlo, me apoderé de él, agarrándome del cuello de su sucia camisa, temblando por los nervios.

—¿No sabes que para ganar algo hay que perder algo también?—sonrió.

Estaba atónito con el agarrado. Christopher volvió a disparar, esta vez disparó a Ricardo, quien cayó de rodillas en mi frente con la piel que sangraba.

—Tú.—se giró hacia él. —También nos mentiste, pero eres un perro solitario sin nadie en el mundo, ¿qué podríamos quitarte a ti? ¿La miserable vida que llevas?

Agarré la pistola más fuerte en mi mano y la apunté hacia su cabeza, cuando una voz me detuvo.

—Hijo, no.—gritó mi madre apareciendo de la nada.

La miré sin poder creer lo que acababa de suceder. ¿Mi propia madre se había bajado a este nivel?

—¿Qué haces tú aquí?—pregunté soltándolo y caminando hacia ella.

—Hijo.—intentó acariciarme la mejilla, me la rechacé. —Solamente intento evitar un error que tú puedes hacer.

—¿Un error?—le grité. —Sabes perfectamente que estos son unos desgraciados.—negué con la cabeza.

—Desgraciados o no, Ricardo es tu hermano mayor.—soltó de repente y fruncí el ceño.

—¿Perdón?

—Él también es mi hijo.—suspiró. —Al igual que tú. Es hijo de una relación que mantuve con Alberto por mucho tiempo.

—Dime que yo no soy hijo de este desgraciado.

—No, corazón. —intentó acariciarme de nuevo pero le agarré la mano.

—¿Quién te ayudó?—pregunté.

—Me pareció interesante la manera en cuál Alejandro se alejó de Rose, evadiendo a encontrarse con ella, inventando cualquier pretexto, así que le pedí a Alberto que lo siga por un tiempo.

—¿Te confesó la verdad?

—Si lo hubiera hecho, ahora estaría vivo y tu avisado acerca de lo que sucede ahora mismo.

Negué con la cabeza. ¿Alejandro estaba muerto?

—La foto que recibiste de Rose y tu hija, la hice yo.

—Fuiste tú quien me adelantó—asentí con la cabeza. —Pusiste en riesgo a toda mi familia, a Rose, a Lana, Diego y Maria. ¿A todos por un maldito desgraciado?

—Lo sé, hijo, pero me aseguré que mi familia estará intacta, nadie tocará un pelo de mis nietas.

—¿Y Rose?—le volví a gritar.—¿Y mi hijo? ¿Diego? ¡Contéstame!—giré la cabeza hacia Christopher, haciéndole nuestra señal.

—Mira donde te llevó esa mujer, destruyó tu vida, te hizo meterte en esto.—negó con la cabeza, llorando. —Lo siento, hijo.

—No, lo siento yo.—me alejé de ella.

La miré disgustado mientras escuché el tercer disparo de Christopher, esta vez apuntó hacia una ventana . El tercer era la señal que la policía necesitaba para pasar a la acción.

Sin tardar más de unos segundos, entraron y empezaron a detenerlos a todos los presentes. Me di la vuelta y me encontré con el jefe de la policía a quien le expliqué cómo nuestro plan se había ido a la mierda.

Mi madre seguía detrás de mí cuando le dije al policía:

—La mujer también.

Sin volver a mirarla, me dirigí hacia Christopher, quien me miraba preocupado.

—Vete, Colin, yo arreglo todo lo que falta, ve a tu casa.

Sin más, me vi saliendo de allá a toda prisa, sacando mi teléfono y marcando el número de la casa, esperando a que Rose esté bien.

Marque una vez...dos veces...tres veces...y nada.

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