CAP (28). Buscando una solución

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Narrativa: Colin Russell

Unas horas más tarde, estaba llegando por fin a la casa. El cansancio era tan profundo que lo único que quería era tirarme sobre la cama, pero apenas logré hacer unos pasos hacia la sala que un grito y un cuerpo pequeño me acarició las piernas.

—¡Papáaaaa!—gritó Lana a todo pulmón sin soltarme ni por siquiera un segundo. —¿Y mi regalo?—me miró con sus ojos grandes y azules, moviendo sus pestañas con rapidez.

—Se me olvidó...—la miré con cierto temor, esperando a que empiece la guerra pero ella se encogió de hombros tranquila y empezó a sonreír.

—No pasa nada, papá, a todos nos pasa olvidarnos de nuestra propia hija.—acentuó las últimas tres palabras.

Rodé los ojos ante su chantaje emocional.

—Lana, realmente pensé comprarte algo pero como ya ves me regresé más pronto porque aparecieron unos imprevistos.—hablé mientras ella me soltó y comenzó a caminar hacia la sala, a donde la seguí también.

—No te preocupes, papá, para la próxima me compras dos.—señaló con sus dedos mientras se sentó en el sofá. —Tengo...que...decirte algo.—sonrió agitada.

—¿Y ahora qué hiciste?—pregunté negando con la cabeza mientras me senté a su lado.

—Tampoco exageres, papá, sabes que a todo se me da de maravilla.—siguió contando.

—Al grano, Lana.—la miré a los ojos.

Aunque Lana era una niña muy buena y casi siempre hacía lo correcto, también era traviesa. Así que nuca sabía a qué podría esperarme de ella.

—Bueno papá, como te dije esta semana no estuve a mi trabajito, ósea al jardín, pero hoy sí —habló con rapidez.

—¿Cómo me dijiste?—pregunté levantando una ceja. —Nunca me dijiste que no ibas a ir.

—Ya soy grandecita, papá, puedo tomar mis propias decisiones.—añadió orgullosa.

—No, no, tú no eres grandecita, tú eres un bebé. Grandecita serás cuando tengas treinta años, apenas entonces hablamos de decisiones que tú puedes tomar.

—¡Ay, papá! Eso ni tú te lo creas.—empezó a reír mientras la regañé con la mirada. De repente mi hija mostró una cara seria. —Papá, espérate, déjame hablar, tendrás más razones para regañarme, pero primero escúchame.—le indiqué seguir sintiéndome preocupado. —Mira papá, cuando tú te habías ido a Italia y me dejaste dinero... Creo que también olvidaste una de tus tarjetas de crédito...

—¿Crees?

—Bueno, la olvidaste, da igual,y pues yo saqué un poquito de dinero de allá.—me miró a los ojos igual de seria.

—Antes de preguntarte de dónde saber mis códigos, explícame para qué necesitaste más dinero.—intenté mantenerme la calma, al final de todo podría ser algo importante, mi hija nunca sacaba dinero por su cuenta.

—¿Te acuerdas de mi amigo?—preguntó y asentí. —Bueno, hace tres días la miss nos dijo que se encontraba muy enfermo y todos decidieron dar una cantidad de dinero para ayudarlo.—hizo una pausa y luego volvió a hablar su voz temblorosa y a mirarme con sus ojos azules que se volvieron cristalinos. —Papá, nosotros tenemos mucho dinero, pero a nosotros no nos sirve porque tenemos todo lo que necesitamos. Él lo necesita y ¿para qué tener dinero si no puedes ayudar a alguien con él?

Su rostro era triste, se notaba el gran susto que llevaba por dentro también.

Miré a mi hija y me sentí el padre más orgulloso del mundo, mi hija tenía unos sentimientos puros hacia las personas y eso era algo que quería mantenerlo vivo en ella, apoyarla en seguir siendo igual. Sin más, me acerqué a ella y la abracé , diciéndole:

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