CAP (11). ¿Aceptas?

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Narrativa: Rose Paige


¿En qué momento llegué a la cama de este hombre? Y cuando hablo de su cama me refiero a su cama y no a una cama cualquiera de un hotel. Fue un pensamiento que logró erizarme la piel por completo a través de esa noche.

Un sutil y frío viento que entró por la ventana entreabierta sopló la pluma que anoche cayó sobre la mesita de noche. La pluma era el único testigo de lo ocurrido.

Las sabanas aún llevaban su olor. Si me hubiese puesto a buscar con atención, seguro hubiera encontrado un cabello suyo, una pestaña larga y ondulada, un pedazo de su ser perdido entre las sábanas de terciopelo. Blancas. ¿Por qué deberían ser precisamente de un blanco inmaculado?

—Rose—me sobresalté en cuanto escuché mi nombre y al mismo tiempo con la caída de un cuerpo que se había tirado a mi lado en la cama.

Giré lentamente la cabeza y me encontré con ese par de ojos azules intensos de anoche que en ese precioso momento solamente me estaban mirando a mí. Pude notar su torso desnudo, vestido con unas sutiles gotas de agua que se deslizaban lentamente por su rostro, cuello y pecho, levemente iluminado para que después se esfumen sobre la sabana.

—¿Me estabas escuchando?—frunció el ceño y negué con la cabeza de manera inconsciente.

—¿Qué decías?—me giré con todo mi cuerpo hacia él, prestándole toda mi atención. Y no, no lo hice para ser educada, sino porque quise verlo mejor. Necesitaba ver más de él.

—Vamos a comer y después hablamos— objetó y en ese momento fui yo la que frunció el ceño.

—Creo que te dejaré comer solo— repliqué y observé su rostro que reflejaba un fuerte desacuerdo— tengo que llegar a mi casa—añadí.

La realidad me estaba citando.
El sueño bonito había acabado, era hora de volver con los pies en la tierra y enfrentar a la fiera. Sí, Alex era una bestia cuando se lo proponía.

—Te dije que necesito hablar algo contigo—insisteció serio mientras se había levantado de la cama—. Lo más rápido que te mueves, lo más rápido llegarás a tu casa.

—Te encanta hacerte el dictador, ¿verdad?

—Hay momentos en los cuales es mejor dejar el orgullo. Tienes que entender cuándo una situación está a tu favor y cuándo no, y si resulta ser el momento oportuno, solamente te queda centrarte en el produjo final, ¿entiendes?

—No. Me perdiste—repliqué con ironía, sacando una risa.

—Ven, levántate— tiró la sábana que cubría mi cuerpo y al próximo segundo mi piel reclamó su falta de tacto.

—¡Ah, eres una bestia!—me quejé mientras lo miré sosteniéndose en la pared sin la mínima intención o señal de querer dar el brazo a torcer. —Ya voy—rodé los ojos mientras me incorporaba.

No necesité mucho tiempo para entender la manera en la cual mi cuerpo me estaba haciendo pagar la bonita diversión de anoche. Por más que intenté ignorar la pesada sensación que sentía en mis piernas, no había conseguido algún resultado positivo porque los ojos de Colin ya habían intuido la posible existencia de un problema.

—¿Todo bien?— cuestionó divertido.

—Perfecto—sonreí falsamente, disimulando la verdad.

Caminé en silencio a su lado por el pasillo. Era la primera vez que el silencio me pareció perfecto y totalmente necesario porque, para ser completamente honesta, con cada paso que daba debía apretar mis labios y cortarme la respiración en busca de un mental alivio.

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