PRÓLOGO

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---AÑOS ANTES---

Los meses de agosto eran calurosos. Pero aquel año, las temperaturas ascendían a más de treinta y ocho grados. El calor era asfixiante, tanto como la incertidumbre que estaban viviendo dos familias. La Familia Urtizo, y la familia Asbal.

-Maldita sea, Zacarías como has podído permitir que tú hijo se arrimase a mi hija.-Los gritos de Miguel, el dueño y jefe de Zacarías eran tan graves que retumbaban en aquella sala medio vacía, tan solo había algunas estanterías con libros de cuentas y algún libro lleno de polvo.

- Señor, yo...-La voz de Zacarías era bajita, su temor aumentaba al sentir la mirada feroz de su jefe. El cual, era un trabajador que le ha sido fiel durante toda su vida y ahora por culpa de su hijo se ha tenido que ver envuelto en una situación algo embarazosa.

- Sí, tú hijo Raúl ha estado cortejando a mi hija y no solo se ha conformado con eso si no que me acabo de enterar que está embarazada.

Al escuchar aquella revelación Zacarías alzó su cabeza dejando por unos minutos de arrollar su pequeña boina entre sus manos. Una sonrisa de felicidad se dibujó en su rostro. Aquella felicidad no iba a ser duradera. Ya que era más que evidente que Miguel Urtizo, dueño y señor de aquellas fincas de uva, y de las mejores bodegas de la comarca. No iba a permitir que su única hija, acabe casándose con un don nadie, como era Raúl Asbal.

- Señor Urtizo, mi hijo está dispuesto a casarse con Eloísa.

-Así, así de simple ves la solución. Nosotros la familia Urtizo, una de las más respetadas y adineradas de la provincia se va relacionar con gente tan insignificante como tú Zacarías, un capataz que has trabajado en mis tierras durante años. No quiero sonar descortés, sabes que siempre te he agradecido tu fidelidad. Pero en estos momentos debo mirar por el futuro de mi hija. A la cual se deberá de casar con un hombre de nuestra clase social.

- Señor, deje que nuestros hijos se casen. Ellos están enamorados, desde niños lo han estado y ese amor ha ido creciendo. Usted no puede...-Zacarías no pudo terminar su frase, la mano de Miguel dió un fuerte golpe en la mesa acallando aquel hombre que se mostraba ante él tan desvanecido y tan poca cosa.

Fulminando con sus ojos marrones, Miguel se acercó hasta Zacarías poniendo un dedo índice en su pecho en modo de advertencia. Pronunciando a su vez unas palabras amenazadoras muy despacio para que aquel hombre pudiera entender que debía separar a su hijo de su hija o las consecuencias iban a ser efímeras. Zacarías, apretando su boina contra su pecho sintiendo el rencor en los ojos de su jefe, un hombre que se ha ganado la reputación de ser poco considerado con quien no hace lo que el diga, estaba avisándole que Raúl debía alejarse de la vida de su hija Eloísa o él iba a pagar hasta con su vida si fuese necesario si Raúl no se marchaba de la finca aquel mismo día.

-Señor, mi hijo no quiere irse, él quiere cumplir con su responsabilidad.

-Ya me has escuchado Zacarías. O tú hijo se marcha de la finca, o el peso de mi ira caerá sobre tí y tú familia.

Zacarías lo miró con detenimiento. Lo conocía demasiado bien para saber hasta dónde era capaz Miguel de Urtizo de llegar si algo que le guste se le atraviesa en su camino. Miguel era despiadado, malvado y muy orgulloso.

Al llegar a su casa, Zacarías tomó asiento en la primera silla que vió. Se sentó sintiendo aún como sus piernas flacas temblaban. Su hijo, se arrodilló ante su padre exigiéndole que le dejase quedase. El amaba a Eloísa y solo quería cumplir con su responsabilidad.

Zacarías, como el hombre generoso y buen padre que ha sido para sus hijos, puso su mano en el hombro de su hijo. Calló la amenaza que le dirigió Miguel para no preocupar a su hijo. Habló con detenimiento sin apartar sus ojos arrugados claros de su hijo haciéndole entender que lo que mejor es que se vaya al extranjero y siga con su idea de estudiar medicina.

CONCÉDEME EL DESEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora