El cantar de los pájaros se escuchaba en todo el hogar. Una mañana con una brisa acogedora que te envolvía a penas caminabas por las angostas calles. Era una mañana del seis de febrero, cuando Christopher le daba un sorbo más a su café antes de emprender el rumbo hacia su trabajo. Dejó la vacía taza en el fregadero y el dio un suave beso a su esposa en los labios. Finalmente tomó su respectivo maletín y se marchó.
Al salir de su hogar, sintió la fría brisa impactar contra su rostro mientras caminaba directo hasta su automóvil. Sin más Christopher subió al mismo y lo colocó en marcha al darse cuenta que llegaría unos minutos tardes.
Lo único para lo que vivía Christopher era para su esposa y su trabajo, se especializaba en ser un contador público y dedicaba cada una de sus mañanas a Goccia, una pequeña empresa de ropa deportiva encargada de la distribución de esta ropa a pequeñas tiendas alrededor de toda la ciudad y situada en la misma, no muy lejos del hogar de Christopher. Sin embargo, para Christopher su prioridad número uno era su esposa. Trataba de dedicarle el máximo tiempo posible y de disfrutar cada día a su lado luego del trabajo.
Sin más, el joven estacionó su vehículo en su respectivo sitio y se dispuso a caminar rápidamente hasta su oficina, tratando de que su jefe no se percatara de su ausencia. Christopher era nuevo en la empresa, por lo que su jefe lo supervisaba tratando de notar su puntualidad y Christopher, él no era nada puntual, aunque lo intentase.
Entró a su oficina luego de saludar a algunos de sus compañeros, tomando asiento en su cómoda silla y preparándose para realizar su trabajo. Así pasaron las horas, con Christopher haciendo lo que más le gustaba; manejar la contabilidad de la empresa. Tras papeleos y varias horas sentado, se percató que la hora del almuerzo había llegado y que su jefe no lo había supervisado. Tomó su maletín y una pequeña taza sacó de allí para seguidamente dirigirse a almorzar con sus compañeros de trabajo.
—Hey, Christopher —lo saludó una joven licenciada acercándose a él — Has llegado tarde de nuevo, ¿cierto?.
—Me he retrasado un poco —confesó—.Había un poco de tráfico.
—Si, seguro —contestó la castaña, con algo de gracia.
Los minutos que restaban para culminar el almuerzo Christopher los pasó entre silencio y saludos a sus demás compañeros. Cuando los segundos libres quedaron en cero, Christopher caminó una vez más hacia su oficina, echó un vistazo a las pocas horas que restaban antes de estar de nuevo en casa con su esposa y se enfocó de nuevo en su trabajo. Tomó entre sus manos los registros que llevaba de la empresa y se dispuso a realizar su informe para la gerencia lo antes posible, debido a que dentro de unas semanas habría una reunión con unos inversores. Su jefe le había exigido días antes un trabajo impecable, capaz de convencer a estos señores a invertir en su empresa para la fabricación de una nueva marca y la autoría del 18% de la compañía; y eso es lo que Christopher haría.
Al pasar las horas, checó una vez más el reloj y se dio cuenta que era hora de irse. Guardó todo en su respectivo lugar, apagó su computadora y tomó su maletín para seguidamente salir de la oficina, no sin antes apagar la luz de esta. Al caminar hacia la salida se topó con algunos compañeros y no dudó en despedirse de ellos. Christopher sin duda alguna, era alguien que le gustaba desearle una feliz tarde a las personas y eso era lo que él hacía con sus compañeros de trabajo.
Subió a su vehículo luego de haber caminado varios segundos hacia él, lo encendió y seguidamente lo colocó en marcha. Sentía el cansancio recorrerlo y lo único que deseaba era estar junto a su esposa. Cada mañana durante el trabajo y por la tarde camino a su casa, la extrañaba. Por lo que al llegar a su casa y estacionar su auto no dudó en salir del mismo rápidamente con su maletín en mano. Abrir la puerta de la misma y adentrarse rápidamente para encontrar a su esposa en la cocina. Dejó su maletín de lado y se dispuso a abrazarla por la espalda haciendo que esta carcajeara.
—Hola cariño —saludó Elizabeth girándose entre los brazos de Christopher para estar frente a él —. ¿Cómo te fue hoy? —interrogó feliz de verlo.
—Bien, me la he pasado un poco atareado, pero en general todo estuvo bien —contestó y plasmo un beso en los labios de su esposa.
—Espérame en el comedor, casi está lista la cena —comentó dulce y Christopher asintió plasmándole nuevamente un beso.
Minutos más tarde Elizabeth había terminado de colocar la mesa y de servirle a su esposo. Le había preparado la cena con todo el amor que ella tenía para darle y Christopher se lo había agradecido.
—Te quedó muy rica la cena, amor — comentó Christopher contemplado a su esposa.
—Te lo agradezco — respondió Elizabeth con una leve sonrisa marcada en sus labios.
Ambos acostumbraran a comer en silencio, por lo que al terminar de comer Elizabeth se levantó de su asiento y comenzó a recoger los trastes con ayuda de Christopher. Caminaron hacia la cocina luego de haber dejado el comedor sin nada encima y comenzaron a lavar juntos. Tras mirada y sonrisas dedicadas, la pareja seguía en silencio.
Al culminar, Elizabeth se dirige hacia su habitación seguida de Christopher. La noche había llegado y el joven sentía el cansancio recorrerlo, por lo que optaron por tomar una ducha antes de dormir. La semana recién comenzaba y a Christopher ya le pegaba todo el trabajo que tenía en sus manos.
—¿Te has sentido bien hoy? —preguntó Elizabeth recordando la condición de Christopher, mientras secaba su cabello.
—He estado bien, no tienes nada de qué preocuparte —aseguró Christopher robándole un beso a su esposa, causando que ésta sonriera.
Sin embargo, eso no dejaba a Elizabeth tranquila. Estaba aterrada por la serie de enfermedades que padecía su esposo y lo único que deseaba era cuidarlo y amarlo. Para Elizabeth, disfrutar cada segundo al lado de su esposo, era lo más importante.
Christopher tomó a su esposa de la mano, cómo todo joven romántico y juntos caminaron directo a su cama, esa donde por los fines de semana pasaban horas hablando durante la noche o simplemente dormían abrazados. Estaban preparándose para dormir, cuando Christopher comenzó a sentirse mal. Debido al estrés del trabajo y todo lo que tenía acumulado, había olvidado tomar sus pastillas, tanto la de la noche anterior —Cuando dijo a Elizabeth que lo había hecho para no preocuparla y luego lo olvidó— Cómo la de esta mañana. Con nervios y al recordar su falta, Christopher se levanta en busca de sus pastillas y entonces la dificultad para respirar volvió.
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Una noche más. |Terminada|
Ficción GeneralChristopher Caswell es felizmente casado y vive una vida tranquila junto a su esposa Elizabeth. A sus 26 años de edad se dispone a dedicar su tiempo al máximo junto a quien sería su compañera de vida, pero mientras Elizabeth goza de excelente salud...