XIII

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Pensé en quedarme en casa y encerrarme con cadenas, pero poco tiempo después me di cuenta de que eso no iba a hacer mucho.

La segunda opción sería suicidarme yendo con Tobías a alguna parte de la faz de la tierra. Y a mí parecer, la única que iba a hacer.

Llegué a casa y como casi siempre, no había nadie, desértica. Me preparé la comida y disfruté de unos cuantos episodios de series que no había visto en la vida.

Al subir a la planta de arriba, entré en el dormitorio y un fuerte ruido que provenía de las ventanas hizo que perdiese la cabeza.

Un individuo odiado con toda mi alma estaba lanzando piedras a la ventana, y eso no me hacía precisamente gracia.

— ¡Ey, maldito! —grité con una media sonrisa.

— ¿Has mirado la hora, amor? —respondió sarcásticamente.

Dirigí mi mirada hasta el reloj que tenía en la muñeca derecha; 5:30

Intenté poner mi sonrisa más convincente y corrí hacia el vestidor para coger una sudadera y el teléfono, bajando a toda prisa las escaleras.

Como llegue un minuto más tarde, me echara mal de ojo o algo así.

Cuando estuve frente a frente con Tobías me saludo como es debido.

— Hola, nena. —eché mi pelo hacia atrás y le enseñé mi dedo medio— Estas hiriendo mis sentimientos.

— ¿Tienes? —esa pregunta le dolió. Para que mentir, no le importo en absoluto.

— Así vestida no me preocuparé porque te violen allá donde te llevo. —se subió en su 4X4 y me hizo un gesto con la cabeza.

Rodé los ojos y abrí la puerta del coche, montándome en este, y en ese momento, firmé el contrato con el demonio.

Tobías pitó el claxon y le tuve que dar un empujón para que entrara en razón y la sangre regase su cerebro.

— ¿Sabes una cosa? —su mano rozó mi pierna y este sonrió.

— ¿Qué? —aparté su mano y puse mi teléfono en mis muslos.

— No se como eres tan corta de mente, podría llevarte otra vez a la cabaña y dejar que te matasen. —advirtió el mirando al horizonte con una sonrisa.

— No lo harás. —susurré.

— ¿Cómo estas tan segura, cielo? —volvió a hablar, esta vez sonreí yo.

— No permitirías que me pasase algo. —acabé la frase y el aparcó bruscamente el coche en un lado de la carretera.

Me miró y sus ojos ardían de deseo. Los míos no se creían ni lo que veían y prácticamente me tiré a su asiento, besándolo salvajemente.

— Joder, Ley. No te confíes...—besó mi cuello— no soy bueno para ti.

— Eso ahora mismo me importa una mierda. —besé sus labios, eran suaves y carnosos, me perdí en su boca.

Me volví a sentar en mi sitio, me abroché el cinturón y Tobías me miraba perplejo.

— Acabas de besar a la muerte. —murmuró alzando las cejas.

— Simplemente se me antojó hacerlo, no te flipes. —me encogí de hombros y sonreí.

Seguimos el camino hasta llegar a un principio de un sendero, donde el coche no cabía.

— ¿Aquí? —murmuré.

— Baja del coche y sígueme. —prosiguió él.

A cambio de nada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora