Capitulo 5

3.9K 264 6
                                    

"Muchos honores y títulos, despersonalizan a la persona.

«Clemenceau»

—Bájate del auto, inmediatamente— le ordena el hombre. Andrómeda entorna los ojos y abre la puerta a mala gana. Antes de salir del auto, encara a Elliot.

—Muchas gracias por traerme, señor Cárter. No se preocupe por lo de la muñeca, yo le he lanzado la compresa así que...

—¡Dakarai!

—¡Ya voy, Horus! — responde igual de furiosa y agitada. Le sonríe, como si un hombre con gesto hostil no la estuviese esperando—. Estamos a mano—abre la puerta y baja de prisa. No entiende muy bien los cambios de ánimo que los dos se tienen mutuamente hacia el otro. El hombre es un idiota y no hay duda de ello. Pero cuando se disculpó, algo en ella se removió.

Andrómeda levanta el rostro preparándose mentalmente para lo que viene.

Ahí está él.

Uno de sus principales dolores de cabeza.

Su ceño está fruncido. Andrómeda se hubiese alarmado de no estarlo, ya que ese es siempre su semblante habitual. Su cabello rubio está desordenado, los músculos de su cara están tensos y su mandíbula está apretada.

—Camina, Horus. Hablemos en casa.

—No pienso moverme de aquí ¿Cuándo piensa bajarse del auto? ¿Quiere que lo baje yo mismo? —cuestiona. No suena enojado, pero cuán lejos se encuentra de estar sereno.

Pero su mente no se concentra en lo que puede estar pasando por la mente del hombre en ese instante o los sermones y el escándalo que le esperan al llegar a casa. No. Su mente está envuelta en la confusión y la sorpresa.

¿Elliot aún no se ha marchado?

Como si el universo quisiera responderle, escucha un sonido proveniente del auto. Que la hubiese tranquilizado si hubiese provenido del motor o de los neumáticos, pero no lo fue, fue un sonido de una puerta abrir y cerrarse lo que habían escuchado sus oídos.

Volteo para asegurarse de que no son alucinaciones auditivas, y se espanta al ver a Elliot acercarse a ellos.

«Esto no es nada bueno, ¿Por qué no solo encendió su delicado auto y se largó?»

Pero esa era una respuesta, que ni el mismísimo autor de los hechos, sabía.

Cuando Elliot vio como Andrómeda le sonreía para luego salir de su auto, sintió unas terribles ganas de... ¡quién sabe qué!

¡Ella no le podía sonreír así!

¡Era inaudito que con tan solo una sonrisa la mujer lo haya hecho sentir culpable!

Porque es eso lo que siente; culpabilidad cada vez que la ve. No pudo evitar sentirse enojado cuando escuchó como ese hombre le ordenaba que saliera del auto como si de su dueño se tratase, no iba a mentir, le alegraba la idea de que alguien controlara a esa bestia salvaje de piel oscura, lo que no le agradaba...

Era quién lo hacía.

Como si se tratara de un duelo de miradas, Horus y Elliot no despegan la mirada del otro, los dos con aire despreocupados, pero con un fuego arrebatador en ambos pares de ojos. Llega a la conclusión de que aquel hombre es algo importante en la vida de la mujer que había en medio.

Horus sonríe, mostrándole toda una hilera de perfectos dientes y soltando una carcajada.

«Ay no. Se ha carcajeado»— se lamenta Andrómeda. Va a castrar a Elliot.

DULCE ATADURA (EL AMOR DE MIS VIDAS#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora