Acostumbrada a cambiar el mundo...

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Me crie con el pensamiento de que debía cambiar el mundo, avance por la vida creyendo tener la certeza de un gran error y era el de tener la obligación de cambiar vidas, en mi familia nunca faltaban los problemas, pero yo... yo era ese punto intermedio entre todos, yo era el buzón de quejas, yo era en quien todos depositaban sus angustias, no era que no disfrutara ayudarlos con un buen concejo que los hiciera sentir mejor, es solo que no era reconfortante saber que aun así nada cambiaba, yo era la encargada de mandar mensajes e indirectas, yo siempre sabía lo que los demás odiaban de otros, lo que les hería y lastimaba, y siempre intentaba ayudarlos, pero nadie supo lo que yo odiaba, nadie quiso ser mi buzón, nadie tuvo el tiempo ni la paciencia de ayudarme y así seguí creyendo que no podía desahogarme con nadie que no fuera yo, -ese era mi trabajo y nadie debía hacerlo por mí-, además nunca aprendí a expresarme, yo no me enfrento a los problemas, yo los resuelvo conmigo misma, sentada en cualquier rincón sola escribiendo, como lo hago ahora.

Empecé ayudando a personas que no querían mi ayuda, a meterme en sus vidas descaradamente, después simplemente podía psicoanalizarlos tan solo con una mirada, sabía lo que les afectaba, lo que necesitaban y porque sufrían, me empeñe en ayudarlos, pero... ¡que tonta fui!, solo los aleje, ellos no querían un sermón, ni un consejo, ni siquiera una solución, solo querían vivir sus vidas a su manera, querían espacio, privacidad, yo invadí sus vidas por costumbre.

Crecí acostumbrada a ser mi consejera, mi punto intermedio entre lo correcto e incorrecto, sé que cometo errores, pero no pierdas tu tiempo enfrentándome a gritos, no intentes herirme, las palabras son mi fuerte, no intentes hacerme menos que tú, porque simplemente lograras mi indiferencia, no soy quien para cambiarte, -lo sé-... pero llevo tanto tiempo acostumbrada a que soy quien da la manera de hacerlo, que pienso que puedo hacer lo mismo por ti, te veo, veo lo que haces, lo que ocultas, veo quien tratas de ser y en lo que intentas convertirte y entonces intento mil maneras de que lo notes, de que recapacites, pero es que ese no es mi trabajo, -¡ahora lo sé!-, pero la costumbre me toma por sorpresa y ataca en el momento menos esperado, entendí que no puedo ayudarte, que nadie puede más que tú.

No pediste mi ayuda, nadie lo ha hecho desde que me fui de aquella casa que algún día fue mi hogar, nadie ha vuelto a necesitarme, y extraño eso... extraño sentirme útil para una vida, extraño la confianza que depositaban en mí y la manera en que sus ojos brillaban al soltar cada carga que llevaban sobre sus hombros, siempre lograba hacerlos sonreír al terminar sus relatos, tan trágicos y complicados que lograban afectarme aunque nunca lo notaran

Ayudarlos siempre fue un arma de doble fijo, llegue hasta el punto de sentirme agobiada, es decir ... todas esas personas conformaban mi familia, en cada uno de ellos existía el odio, odio entre ellos mismo, ese odio que partía mi alma y gastaba mis esperanzas, muchas veces intente cambiarlo todo, pero tanta información termino por consumirme, guarde tantos secretos que temía que se saliesen por los poros de mi piel, hasta que un día simplemente cerré mis oídos y deje escucharlos, los aleje a todos, aleje sus problemas y su odio, ahora solo queda la hipocresía esparcida por el aire que compartimos al hablarnos, en la presión que existe al vernos, en el tacto que se crea al saludarnos, -¿Qué nos ha ocurrido?- me acostumbre a ayudarlos y terminaron por destruirme.

Se lo que supone una familia y al mirarlos no veo eso, solo veo problemas y tantas personas con cosas por cambiar, que sencillamente opte por ignorarlos, a veces cuando nos vemos suelen hablarme de nuevo, yo hago como que los escucho pero realmente sigo repitiéndome si alguna vez cambiaran, y sigo preguntándome si alguna vez cambiare.

Tal vez algún día logre acostumbrarme a cambiar por mí y no a cambiarlos para mí, logre ver mis errores y darme todas las soluciones posibles, mirarme y lograr saber que quiero, que odio, que me hace sufrir, que es lo que me falta.

Tal vez algún día logre ayudarme, porque es lo único que podría darle al mundo, una mejor versión de mí...


Relatos de un corazón frágilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora