Capítulo 8. Las insignias malvadas y el duelo de los dientes

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  Bajé a desayunar, todo el colegio estaba ya allí excepto Potter y Hermione. Me senté entre Theo y Goyle.
  Cogí una tostada y comencé a untar mantequilla. En ese momento llegaron las lechuzas y la que yo había usado el día anterior vino a mí.
  —Hola, ¿has venido eh? Toma —cogí una tortita, la partí en tres trozos y se los di. La lechuza ululó agradecida—. Me haces un favor, ¿llevas un mensaje?
  La lechuza extendió la pata.
  Cogí el trozo de pergamino que me sobraba del bolsillo y escribí:

  Espero que todo haya ido bien con Potter.
DM

  —Toma, lleváselo a Hermione Granger por favor— susurré. La lechuza se marchó volando.
  —¿Qué tal con Granger? —me preguntó Theo en un susurro.
  —Bien, hemos quedado esta mañana.
  —Lo sé, has madrugado. Y estás muy contento —comentó mientras se echaba huevos en su plato.
  —¿Qué toca ahora? —preguntó Blaise.
  —Transformaciones —contestó Theo. -Con Ravenclaw, y después Cuidado de Criaturas Mágicas, con Gryffindor —añadió mirándome.
  —Bien —contesté feliz pensando en Hermione—. Una oportunidad de meternos con San Potter —añadí ante las caras incrédulas de Pansy y Blaise.

  Cuando llegamos a la cabaña del gigante vi a Potter y a Hermione y puse mi mejor cara de desprecio.
  —¡Ah, mirad, tíos, es el campeón! —les dije a Crabbe y a Goyle para que todos lo oyesen—. ¿Habéis traído el libro de autógrafos? Tenéis que daros prisa para que os lo firme, porque no creo que dure mucho: la mitad de los campeones murieron durante el Torneo. ¿Cuánto crees que vas a durar, Potter? Mi apuesta es que diez minutos de la primera prueba.

  Crabbe y Goyle se rieron a carcajadas, vaya par de bobos. Hermione, por su parte, me miraba seria. Entonces salió Hagrid de la parte de atrás de la cabaña. Llevaba una torre de cajas, cada una con un escreguto.
  Ese tío pretendía que sacáramos a dar una vuelta a esos bichos.
  —¿Sacarlo a dar una vuelta? —repetí con asco mientras miraba una caja—. ¿Y dónde le vamos a atar la correa? ¿Alrededor del aguijón, de la cola explosiva o del aparato succionador?
  Hermione sonrió imperceptiblemente ante mi sarcástica pregunta.
  —En el medio —dijo Hagrid—. Tal vez deberíais poneros antes los guantes de piel de dragón, por si acaso. Harry, ven aquí y ayúdame con este grande...
  Era obvio que solo quería hablar con Potter.

  La clase con esos bichos fue horrible pero Hermione estaba muy atractiva intentando pasear a ese bicho. En un momento de distracción, cuando todos intentábamos no morir por culpa del escreguto se acercó y me susurró:
  —Gracias por tu nota. Las cosas no van muy bien, Harry y Ron se han peleado porque Ron está celoso pero Harry cuenta con mi apoyo y eso parece reconfortarlo.
  —De acuerdo, me alegro —respondí con una sonrisa.

  Los días siguientes fueron un total acoso para Potter pero mi relación con Hermione mejoró muchísimo, ya no solo la veía en sueños, ahora la veía casi todas las noches en el tercer piso. Habíamos llegado a conocernos muy bien.

  El jueves, en la comida, se nos ocurrió la forma perfecta de molestar a Potter. Bueno, en realidad yo solo fingía pero Flint, Crabbe y Goyle son demasiado bobos para darse cuenta y Blaise se estaba besando con una de segundo curso (era un degenerado) así que no se enteró de mi actuación.
  Creamos unas insignias bien grandes de color negro con unas letras en rojo luminoso que rezaban:

Apoya a CEDRIC DIGGORY:
¡el AUTÉNTICO campeón de Hogwarts!

  Y si las apretabas el mensaje era reemplazado por otro en color verde:

POTTER APESTA

  Las repartimos por las mesas de Slytherin, Hufflpuff y Ravenclaw.
  Cuando, después de comer, fueron todos a su clase doble de Pociones, los de Gryffindor no habían llegado. Sacamos las insignias y nos las colocamos en el pecho.
  A los cinco minutos aparecieron Potter y Hermione. Ella y yo nos miramos y, con los labios dije:
  —Perdón por esto—. En cuanto vi que asentía imperceptiblemente y se asustaba un poco me gire hacia Potter y le dije en voz extremadamente alta—: ¿Te gustan Potter? Y eso no es todo, ¡mira!
  Apreté la insignia y el mensaje cambio a POTTER APESTA.
  Todos los Slytherin se partieron de risa y apretaron sus insignias. Potter enrojeció de furia. Hermione también se enfadó. Eso me dolió pero me lo esperaba.
  —¡Ah, muy divertido! —dijo dirigiéndose a Pansy y las chicas que estaban con ella, que eran las que más se reían—. Derrocháis ingenio.
  La comadreja no defendió a Potter. Que triste, por si tenía pocas cualidades positivas, la de ser buen amigo también se le iba a la mierda. Le odié aún más.
  Me dirigí a Hermione a duras penas:
  —¿Quieres una Granger? Tengo montones—. Y añadí mirándola con dificultad—. Pero con la condición de que no me toques la mano. Me la acabo de lavar y no quiero que una sangre sucia me la manche.
  Hermione se sorprendió de mis palabras y yo me sentí morir. Potter, sin embargo, estalló de ira y cogió su varita. Todos se apartaron.
  —¡Harry! —le advirtió Hermione mirándonos alternativamente.
  —Vamos, Potter —lo desafié—. Ahora no tienes a Moddy para que te proteja. A ver si tienes lo que hay que tener...
  Nos miramos, él con odio, yo con remordimientos por mis palabras a Hermione, y luego, al mismo tiempo, atacamos.
  —¡Furnunculus! gritó Potter.
  —¡Densaugeo! grité yo.
  De las varitas salieron dos chorros de luz, que chocaron en el aire y rebotaron. El conjuro de Potter le dio a Goyle en la cara, y el mío, por desgracia, a Hermione. Goyle chilló y se llevó las manos a la nariz, de donde le brotaban unos asquerosos forúnculos. Hermione se tapó la boca con gemidos. Yo me asusté muchísimo.

El sueño repetitivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora