Capítulo 7. El abrazo

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  Me desperté a las seis tras el sueño de siempre, tiré la almohada a la cama y me metí rápido y silenciosamente en el baño. Cuando estaba preparado salí de la habitación con cuidado de no despertar a nadie, crucé la Sala Común y salí en dirección al tercer piso. Todo estaba vacío por la hora. Llegué a las siete menos cuarto pero Hermione ya estaba allí.
  —Uy, hola. Creía que habíamos quedado a las siete —pregunté nervioso pensando que llegaba tarde.
  —Sí, lo sé, pero no me gusta llegar tarde y no tenía nada mejor que hacer —ella también parecía nerviosa.
  —Te entiendo, a mí tampoco me gusta llegar tarde. ¿Qué tal?
  —Bueno, la situación está un poco tensa como te dije anoche. Ya viste que los Hufflpuff están enfadados y, aunque entiendo sus motivos, insisto en que Harry no metió su nombre en esa estúpida copa.
  —Te creo, bueno, en realidad parece ser que creo a Potter —yo estaba incrédulo pero Hermione me sonreía y parecía emocionada.
  —Oh Malfoy, eso es fantástico, creía que con esto odiarías a Harry de por vida —no lo parecía, ella estaba muy emocionada.
  —Uy, lo hacía. De hecho en el momento me enfadé mucho, pero tú lo aseguras y a ti te creo. Así que, por ello, a Potter también —es tan difícil ocultarle nada a Hermione que ser sincero es el único método.
  —Merlín Malfoy, gracias —ella estaba tan emocionada que me abrazó. Me abrazó, a mí. Al principio me quedé de piedra pero rápidamente correspondí al abrazo. Su perfume olía a miel y almendras e inundaba mis fosas nasales y ella era tan frágil pero a la vez tan fuerte que me derretía por dentro.
  Cuando me soltó y se recompuso estaba muy colorada.
  —Yo, yo, Malfoy, yo... —si le aumentaba el rojo de la cara estallaría.
  —No te preocupes Granger, todo está bien —dije en el tono más tranquilizador que pude, ella se relajó un poco—. Pero te voy a pedir una cosa, por favor, vamos a dejar de llamarnos por nuestro apellido.
  —Eh, claro Mal... Draco.
  —Bien Hermione.
  Hubo una pausa en la que yo miraba su sonrojo embobado y ella... No sé muy bien qué hacía porque yo me perdí en su mirada. Cuando reaccionamos intenté ser lo más amable que pude. Hablamos sobre las clases y nuestros gustos. Pasado un rato decidí mostrarme colaborativo con lo de Potter.
  —Eh, bueno, sobre lo de Potter, deberás apoyarle. Si hay algo que le caracteriza es la búsqueda de problemas. Y tú eres su apoyo incondicional así que... —increíble lo que se llega a decir por amor.
  —Oh Draco, gracias por tu apoyo —ella me sonrió dulcemente—. Ya es tarde y nos tenemos que marchar. Quedaremos otro día.
  —Claro, Hermione pero ten en cuenta una cosa, para los demás nos odiamos así que me tendré que comportar como un estúpido. Y más ahora con Potter en el torneo. No me odies si digo cosas hirientes —no podía permitir que me odiase, otra vez no.
  —Tranquilo, te responderé con la misma moneda —me contestó guiñándome un ojo—. Adiós, Draco, nos vemos más tarde.
  Hermione se fue y yo me fui a desayunar. La cita había sido perfecta. Ese abrazo, oh Morgana, ahora soñaría con eso.

El sueño repetitivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora