Prólogo

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Quise abrir mis ojos pero sentía como si estuvieran cerrados con pegamento. Moví mis manos un poco, mi cuerpo sin fuerza, débil y lento.

Traté de descubrir en dónde me encontraba pero un fuerte dolor en mi cabeza no me permitía concentrarme lo suficiente. Recorté entonces, un accidente, un tráiler demasiado rápido impactando de lado contra nuestro auto, el golpe fue brutal.

Todo fue tan rápido y sin embargo tan lento a la vez, miré como dábamos vueltas por la ladera, mi cuerpo no saltando del parabrisas por un milagro, zacate y árboles moviéndose borrosamente en mi línea de visión mientras mis manos desesperadas intentaban agarrarse a algo.

Entonces, cuando todo se detuvo y pensé que había más partes rotas en mí que lo que estaba sano, cuando pensé que iba a morir en cualquier momento y ni siquiera sentía dolor, sólo frío en todo mi cuerpo; fue que decidí mirarlo.

Estábamos de cabeza, sostenidos por los cinturones, su cuello estaba girado anormalmente en mi dirección, sus ojos grises vacíos y demasiado abiertos parecían mirarme directamente y había sangre en todo su lado derecho del rostro.

No supe por cuánto tiempo grité, pudieron ser horas o días, pero seguí gritando sin parar hasta que la voz ya no salía de mí.

Dios, Sebastián.

Apreté mis ojos cerrados mientras sentía la humedad recorrer por mis mejillas, probablemente mis sentimientos hacia él no hayan sido los mejores siempre, y sé que iba contra mi voluntad en ese auto, pero aún así él no merecía morir.

Siempre fuimos vecinos y nos odiábamos desde niños cuando él, muy groseramente, sacó su chicle y lo puso entre mi cabello. Sé que era sólo un bebé de seis años pero… una tiende a recordar esas cosas, sobre todo si él siguió molestándome toda la adolescencia:

“-¿No crees que deberías peinarte?

-Jódete

-Jódeme-me guiñó su ojo gris malvadamente y tuve que apretar mis puños para olvidarme del efecto que provoca en mí

-Primero muerta, gracias.

-Desde aquí puedo ver tus pezones marcándose a través de tu blusa ¿Tanto me deseas?

Jadeé y envolví los brazos alrededor de mi pecho, ganándome una risa burlista de parte de él. Miré hacia abajo y me aseguré de que mis pezones estaban bien escondidos. Imbécil.

-Eres tú el que me deseas, puedo ver un enorme paquete en tu pantalón, y al menos que tu billetera esté extraviada, alguien está muy feliz-le grité sonrojada, con ganas de hacerle daño físicamente.

-Al menos estás bien en una cosa: Es un enorme paquete. Y no, tu cuerpo de niña no inspira mi libido… ”

Sacudí mi cabeza sin importarme el dolor, queriendo apartar esos recuerdos de mí. Más que nada por eso no entendía el porqué llegó ese día después de la universidad, exigiéndome que me montara a su auto y me fuera con él.

A pesar de que me negué, él era mucho más fuerte que yo, fácilmente me alzó y me sentó en el asiento del acompañante, poniéndome el cinturón y montándose antes de que me recuperara de la sorpresa.

Le exigí, mientras él iba manejaba como un desquiciado por la carretera, que se detuviera y me dejara marchar. ÉL sólo negaba con su cabeza y me decía las cosas más extrañas y locas: “no te puedo dejar ir”, “Están siguiéndonos”, “Te vas a casar conmigo”. En ese momento creí que estaba borracho, busqué por su rostro cualquier signo pero además de que no dejaba de mirar por el retrovisor y estar aterrado, parecía estar bien.

Murky MemoriesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora