Capítulo tres

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El jalonazo de dolor que recorrió por mi brazo fue lo que me despertó. Abrí mis ojos y todo fue como un dejavú del primer día de mis pesadillas.

Las cuatro paredes blancas parecían querer abalanzarme sobre mi cuerpo en la camilla y tenía mi brazo izquierdo conectado a una vía, probablemente lo causante de mi dolor repentino.

Sentí un peso a mi lado en la cama y me volví para ver el rostro durmiente de Sebastián demasiado cerca de mi cara.

Todas las líneas de tensión estaban relajadas y lo hacían ver casi como si fuera dulce, no es que me fuera a engañar, sabía la clase de persona que era.

Miré su piercing con dos flechas en cada punta, escabulléndose entre sus labios. Era de color negro y perfecto para contrastar con el color melocotón de su boca.

Seguí con la mirada hacia sus cejas color arena, elegantes e incluso dormido, arqueadas burlonamente. Subiendo por la piel suave de su frente, me concentré en mirar su cabello. Para estar dormido no sabía cómo hacía para que pudiera mantenerlo hacia arriba, probablemente su gel es uno muy fuerte.

Muy suavemente, toqué con mi índice el cabello por sus sienes, donde sabía que iba a estar suave y sin una pizca de producto para el cabello. Mi dedo se deslizó entre los mechones claros y Sebastián suspiró.

Me quedé inmóvil, esperando por que se despertara y sintiendo miedo de que volviera a atacarme.

Cuando él solo se movió más hacia mí y me puso de tal manera de que su cabeza descansaba entre mis pechos, mi aliento se detuvo.

Él se acurrucó contra mí y susurró mi nombre contra mi pecho izquierdo. Una de sus piernas se subió sobre la mía y me vi preocupada cuando hicieron contacto piel con piel.

Suavemente alcé la sábana para notar que estaba en ropa interior… igual que él.

Antes de que pudiera sentirme profanada, miré por la esquina de mi ojo una sombra moviéndose. Volví mi cara hacia la persona o lo que sea que hubiera estado allí pero que ya no estaba.

Puse mis manos en los hombros de Sebastián para tratar de apartarlo pero volví a notar la mancha negra moviéndose en la esquina de la habitación y desapareciendo cuando trataba de enfocarla.

Asustada de que esto fuera uno otro de esos momentos en donde todo se ponía bizarro, moví de nuevo a Sebastián hasta que éste suspiró y rodó hacia su lado.

Temblorosamente me puse de pie y tomé una de las batas que estaba en la silla junto a la cama y me la puse.

En el momento en que me iba a dar la vuelta, sentí un suspiro frío contra mi cuello y cada pelo de mi cuerpo se erizó de miedo. Miré a Sebastián quien parecía dormir perfectamente y quien era obvio no era el responsable del aliento en mi nuca.

Muy lentamente me di la vuelta, con mis manos temblando.

Detrás de mí, había una niña, si pudiera llamarse así. Largo pelo rubio hasta la cintura, lacio sobre su rostro y ondas en las puntas.

Tenía las pupilas de un ciego, como si hubieran sido quemadas durante una explosión o haya mirado el sol directamente durante muchísimo tiempo.

Ojos azules sin vida.

Sus mejillas eran grandes y redondas. Aún conservaba la grasita de un bebé. Probablemente debería andar entre los cinco o seis años.

Casi parecía normal, por lo que mi corazón no debería haberse detenido en mi pecho y ni mi respiración quedarse atrapada en mis pulmones.

Excepto porque estaba al nivel de mi rostro. Y no había nada bajo sus pies.

Estaba malditamente flotando.

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