Capítulo diez

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Sebastián llevó las cosas más allá, lo que provocó un nuevo miedo en mi interior.

Me había desnudado y se había desnudado él mismo. Esta es la primera vez en la que ambos vemos nuestros cuerpos completamente, la piel exponiéndose. Y tuve que admitir que la de él se miraba deliciosa, ligeramente bronceada de un tono dorado.

Un camino de vello rubio bajaba por su abdomen en una línea delgada que luego se ampliaba sobre su entrepierna. Los muslos estaban marcados por los fuertes músculos, al igual que el resto de él. Mi mente quiso tomarle una foto mental, de modo en que pudiera mirar su cuerpo cada vez que cerrara mis ojos y permitirme, por primera vez en mi vida, el derecho a fantasear con Sebastián.

Sin embargo, lo que tenía en frente era completamente distinto a una fantasía. El calor de su cuerpo era real, tan real como sus manos dentro de mi cabello y sus ojos claros e intensos clavados en los míos como una enorme tormenta a punto de estallar.

Sebastián extendió la mano y sin quitar sus ojos de los míos, encendió la ducha. El agua tibia comenzó a caer sobre mi cuerpo y un suspiro de alivio escapó de mí mientras que relajaban mis músculos y acariciaban mi piel. Las sensaciones se mezclaron aún más cuando alcé mi rostro para que el agua cayera directamente sobre él y se vio obstaculizada cuando otro rostro se inclinó sobre el mío.

Delicados labios repartieron besos adormecedores sobre mis mejillas y mi quijada, lamiendo las gotas de agua que se deslizaban por allí. Mordió la comisura de mis labios mientras comenzaba a frotar sus manos dentro de mi cabello, acariciando mi cuero cabelludo.

Me derretí. Literalmente. Él besó mi barbilla una y otra vez y cuando regresó a mis labios, éstos se abrieron sin resistencia, exigiendo que él entrara de nuevo.

Y así lo hizo. Su lengua fue amable pero poderosa al mismo tiempo mientras se entrelazaba con la mía. El sonido de nuestra respiración acelerada era lo único que se escuchaba aparte del agua al caer. Las yemas de sus dedos se sentían callosas contra mis mejillas mientras se alejaba para mirarme y me acariciaba los pómulos. Entreabrí mis ojos y me encontré con sus ojos grises. Las gotas de agua se abrazaban a sus pestañas y creaban pequeños caminos descendentes que terminaban en nuestros pies.

Mi inhalación fue temblorosa y me apoye en la pared para no caer. Estaba excitaba, pero eso no era lo más vergonzoso, lo más vergonzoso era saber lo satisfecha que me sentía por ver que él también se encontraba en la misma situación.

Su mirada bajó por mi cuerpo, deteniéndose demasiado tiempo sobre mis pechos y luego dirigiéndose a mi abdomen. Sus manos fueron a mi cintura y él tiró de mí, de modo en que mi torso aterrizó sobre el suyo.

Jadeé entrecortadamente por la sensación de mis pechos contra el suyo. Mis pezones se apretaron en pequeños guijarros y la piel de mis brazos se erizó. Sus manos se apoyaron sobre mi espalda baja, justo encima de la curva de mi trasero.

Y podía sentirlo así. Podía sentirlo presionando contra mi estómago.

Sebastián gruñó bajo en su garganta antes de agacharse y comenzar a besar la sensible zona entre mi cuello y mi hombro, sus brazos fuertemente cerrados a mi alrededor.

Coloqué mis manos sobre sus hombros para mantener el equilibrio mientras dejaba caer mi cabeza hacia atrás, dándole más espacio a los besos traviesos de Damián.

Entonces él flexionó sus caderas y su miembro se acomodó entre mis piernas, todo su largo acariciando mi intimidad. Mis uñas se clavaron en su espalda mientras gemía, lo que pareció volverle loco, porque un rugido ronco escapó de entre sus labios antes de que comenzara a mover su pelvis.

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