Capítulo Veintisiete: Solo Suyo

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JUDAH

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JUDAH

Trago saliva con fuerza mientras admiro el collar que cuelga entre mis dedos, pensando en lo estúpido que he sido al dejarla ir sin detenerla, sin pelear por algo que de verdad me importa, porque ya no tengo ideas de cómo demostrarle que es la única mujer que existe en mi pobre y roto corazón.

Su rostro cuando no pude contestar su pregunta fue todo lo que necesitaba para darme cuenta que algo se había roto en ella al vernos juntos. Pero no existe amor en mí hacia Roxanne, jamás lo ha habido. La quiero, pero jamás voy a amar a una mujer de la manera en que yo amo a mi rubia de ojos mieles. Nunca habrá mujer la cual consiga que mi corazón se acelere con un solo roce, ninguna que me haga querer saltar o gritar de alegría con tan solo verla delante de mí, sana y salva.

El timbre de la casa suena y frunzo el ceño, no he invitado a nadie. Limpio mis mejillas todo el camino hacia la puerta, no queriendo verme hecho un desastre ante cualquier persona que esté esperando por mi atención. Mi corazón se detiene cuando veo a mi mejor amiga parada bajo la lluvia, toda empapada y congelada. Sus ojos tienen un pequeño color rojo carmesí en ellos y por primera vez, no veo más que tristeza en ellos.

No dudo en rodearle con mis brazos cuando un sollozo sale de sus labios, tratando de darle calor corporal. Tiembla en mi pecho, y no es por el frío, sino por los sollozos que salen de su boca, provocando que se ahogue con su propio llanto. Cierro la puerta con mi pie, debido a que tengo miedo de soltarla y que se desvanezca en el suelo. Se encuentra mucho peor que yo, jamás la he visto de esta forma.

—Calma —le pido, no sabiendo qué más decir. Su cuerpo se siente completamente frío —, estás demasiado helada.

—Ayúdame, Judah —solloza, mirándome a los ojos —. No me dejes sola.

Se vuelve a aferrar a mí, a lo que yo no dudo en abrazarla con todas mis fuerzas esperando que aquello sea suficiente para calmar su dolor, aunque sea un poco. No necesito preguntar por quién sufre, debido a que sé muy bien quién es el responsable de sus lágrimas. Me preocupa el hecho de dejarla así por mucho tiempo, ya que puede enfermarse y lo menos que quiero es tenerla estornudando y ardiendo en fiebre.

—¿Vienes conmigo? —Tomo de su mano sin necesidad de una respuesta y subo con ella hacia mi habitación.

Claudia se encuentra demasiado agotada, su mirada no hace más que reflejar aquello. Pequeñas gotas de agua corren por su rostro, no teniendo en claro si son sus lágrimas o producto de la lluvia. Me acerco al cajón para tomar alguna de mis prendas, ofreciéndoselas. Pero ella solo se queda mirando a la nada, para luego comenzar a sollozar otra vez.

—No llores —le pido, poniéndome a su altura. Me duele mucho verla así —, todo va a estar bien.

—Nada está bien —replica, negando con la cabeza —, todo dejó de estar bien para mí hace mucho tiempo, Judah.

Judah ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora