¿Quién será regente?
Luis X El Turbulento expiró la noche del 4 al 5 de junio de 1316, poco después de medianoche.
Por primera vez, desde hacía trescientos veintinueve años, moría un rey de Francia sin dejar heredero varón a quien transmitir la corona.
Monseñor Carlos de Valois, tan diligente de ordinario en organizar las pompas reales, fueran nupciales o fúnebres, se desinteresó por completo de los últimos honores que habían de rendirse a su sobrino.
Llamó al gran Chambelán Mateo de Trye, y le dijo:
-Haced como la última vez.
Él mismo se preocupó de convocar desde las primeras horas de la mañana un Consejo, no en Vincennes, donde tal asamblea hubiera tenido que ser presidida por la reina, sino en París, en el palacio de la Cité.
-Dejemos a nuestra querida sobrina con su dolor -declaró-, y no añadamos nada que pueda perjudicar a su preciosa carga.
Este Consejo, por su composición, más parecía una reunión de familia que una cámara de gobierno. Asistían Carlos de La Marche, hermano del difunto, Carlos de Valois y Luis de Evreux, hermanos de Felipe el Hermoso, Luis de Clermont, nieto de San Luis, Mahaut de Artois y Roberto de Artois, nieta y biznieto respectivamente de Luis VIII, y Felipe de Valois, hijo de Carlos, a los cuales habían sido añadidos el canciller, el arzobispo de Sens y el conde de Bouville, a fin de que estuvieran representados la justicia, la iglesia y los grandes dignatarios de la Casa Real.
Valois no había podido dejar de invitar a la condesa Mahaut, que era junto con él mismo el único par del reino presente en París. Así, la asesina de aquel cuya sucesión se iba a debatir inmediatamente, estaba allí, confirmada en sus prerrogativas, y deleitándose secretamente en su victoria. Aunque Valois esperaba alguna oposición por parte de Mahaut, no la temía. Se creía
apoyado enteramente por el resto de la parentela. Además el canciller Mornay era hechura suya; el arzobispo Marigny estaba ligado con él, y en cuanto a Bouville, todo el mundo conocía su falta de iniciativa y su docilidad.
En verdad, Valois se congratulaba de que Felipe de Poitiers y el condestable Gaucher de Châtillon estuvieran ausentes. Con ellos las cosas hubieran sido menos fáciles; pero por ahora estaban en Lyon, esforzándose en reunir a los cardenales.
De este modo, monseñor de Valois se sentía con las manos libres, hasta demasiado libres... Se sentó a la cabecera de la mesa, en el sillón real. Aunque intentaba dar a su rostro una expresión de pena, no podía ocultar la satisfacción que experimentaba al ocupar dicho sillón.
-Nos hemos reunido, en este día de duelo que nos abruma -comenzó diciendo-, para decidir cosas urgentes; la designación de curadores del vientre, que deben vigilar en nuestro nombre el embarazo de la reina Clemencia, y la elección de un regente del reino, ya que no puede haber interrupción en el ejercicio de la justicia ni en el del gobierno. Os solicito vuestro consejo.
Empleaba ya expresiones de soberano y se mostraba manifiestamente como poseedor de atribuciones reales. Su actitud disgustó a su hermanastro, el conde de Evreux, cuya delicadeza de espíritu, rectitud de juicio, pulcritud moral y respeto a las instituciones se avenían mal con tales procedimientos. A causa de su natural irresoluto y escrupuloso, jamás había participado activamente en el poder. Pero observaba, juzgaba y desaprobaba casi la totalidad de los actos llevados a cabo desde hacía un año bajo la inspiración de Valois.
Como éste, respondiéndose a sí mismo, proponía que el nombramiento de curadores se confiara al regente, Evreux, con la repentina brusquedad que tienen a veces las personas reflexivas, lo interrumpió:
-Permitid, hermano mío, que hablemos nosotros también, y si puede ser, no mezcléis todas las cuestiones. La elección de regente es asunto que tiene precedentes y depende del consejo de los pares. La designación de curadores es otro asunto que depende de los miembros de la familia, y ése sí podemos resolverlo aquí, con la asistencia del canciller. ¿Podéis adelantar algún nombre?
Sorprendido por esta intervención, y más aún por el tono determinado con que había sido hecha, Carlos de Valois, para ganar tiempo, respondió:
-Y vos, hermano mío, ¿a quién proponéis?
El conde de Evreux se pasó los dedos por los párpados.
-Creo -dijo-, que debemos elegir a hombres cuyo pasado sea irreprochable, lo suficientemente experimentados para que podamos confiar en su prudencia, y que hayan dado grandes pruebas de lealtad y abnegación hacia nuestros reyes. Yo me inclinaría a proponeros al senescal de Joinville, si su mucha edad, que se acerca a los cien años, no lo tuviera postrado... Pero veo aquí a messire de Bouville, que fue primer chambelán del rey nuestro hermano y le sirvió en todo con fidelidad digna del mayor elogio. El condujo a Francia a la reina Clemencia, la cual le demuestra mucho afecto...
Valois respiró, aliviado. Si las elogiosas palabras de Luis de Evreux no tenían otro fin que proponer a Bouville para la función de curador, se sentía tranquilo. Se apresuró a manifestar esta satisfacción a su hermano y aprobó calurosamente la proposición, afirmando que Bouville era precisamente la persona en la que él había pensado. Todos los presentes asintieron, quién de palabra, quién con un movimiento de cabeza, otros finalmente con un simple murmullo.
El gordo Bouville se levantó, turbado. En ese momento recibía la consagración de largos años de dedicación a la corona.
-Es un gran honor, es un gran honor, monseñores -declaró-. Juro vigilar el vientre de la señora Clemencia, protegerla contra todo ataque o asechanza, y defenderla con mi propia vida. Pero ya que monseñor de Evreux ha citado a messire de Joinville, desearía que se nombrara al senescal junto conmigo, o si él no puede, a su hijo, con el fin de que el espíritu de monseñor San Luis esté presente, en esta guarda, en su servidor, como el espíritu del rey Felipe, mi dueño, lo está conmigo, su servidor.
Raramente había pronunciado Bouville una parrafada tan larga en el Consejo, y las cosas que acababa de expresar eran un poco sutiles para él. Sus últimas palabras eran confusas; pero todos comprendieron su intención, y el conde de Evreux le dio las gracias.
-Ahora -dijo Valois-, podemos abordar la elección de regente.
De nuevo fue interrumpido, pero esta vez por Bouville, que se había reanimado.
-Antes, monseñor...
-¿Qué hay, Bouville? -preguntó Valois con aire benévolo.
-Antes, monseñor, debo rogaros muy humildemente que dejéis el sitio que ocupáis porque es el sitio del rey; ahora bien, nosotros debemos pensar que, por ahora, el rey está en el seno de la señora Clemencia.
Se hizo un silencio durante el cual sólo se oyó el toque de muertos de las campanas de París. Valois lanzó a Bouville una furiosa mirada, pero comprendió que debía obedecer e incluso fingir que lo hacía a gusto. «Para que uno se fíe de los tontos -se decía mientras cambiaba de puesto-, y me he equivocado al concederle mi confianza. Tienen ideas que no se le ocurrirían a nadie.¿ Todos los asistentes de la derecha tuvieron que correrse un lugar.
Bouville dio la vuelta en torno a la mesa, cogió un taburete y fue a sentarse con los brazos cruzados, en actitud de fiel guardián un poco retrasado del sitio vacío que iba a ser objeto de tantas codicias. Valois hizo un signo a Roberto de Artois, el cual, hablando sentado, pronunció unas
palabras apenas corteses que en resumen querían decir: «¡Basta de tonterías, vayamos a cosas serias!» El tiempo, según él, era demasiado corto para perderlo en formalidades, y la cámara de los pares no podría menos que ratificar lo que allí se decidiera. Luego propuso, como algo que se imponía evidentemente, confiar la regencia a Carlos de Valois.
-No se cambia de mano el arado en medio del surco -dijo-. Bien sabemos que nuestro primo Carlos ha gobernado todo este año en nombre de nuestro pobre primo Luis que vamos a enterrar. Y antes perteneció siempre al Consejo del rey Felipe, a quien evitó más de un error y para el cual ganó más de un combate. Es el primogénito de la familia, y pronto llevará treinta años colaborando en las tareas de rey...
Sólo había dos personas que parecían desaprobar sus palabras: Luis de Evreux, que pensaba en Francia y Mahaut de Artois, que pensaba en sí misma.
«Si Carlos es regente -se decía Mahaut- no quitará al mariscal de Confían ni levantará el secuestro de mi condado. Carlos y Roberto están confabulados. Tal vez me precipité demasiado al despachar a Luis; debería haber esperado el regreso de mi yerno. Tendría que hablar por él, pero ¿no atraeré sospechas sobre mí?»
Intervino Evreux, dirigiéndose de nuevo a Valois.
-Carlos, si nuestro hermano el rey Felipe hubiera muerto siendo niño nuestro sobrino Luis, ¿quién hubiera sido regente por derecho?
-Forzosamente yo -respondió Valois, sonriendo como si le llevaran el agua a su molino.
-Porque vos erais el hermano mayor. ¿No corresponde, pues, en derecho a nuestro sobrino el conde de Poitiers ocupar la regencia?
Mahaut recobró sus esperanzas. Y habiendo creído muy hábil decir Carlos de La Marche que su hermano Felipe no podía estar a la vez en el cónclave y en París, ella se lanzó al debate.
-¡Lyon no está en tierras del Gran Khan! Puede estar aquí en unos días. No somos bastantes para decidir ahora un asunto tan grave. De los pares del reino, sólo estamos dos de los doce... Ningún duque-obispo, ningún conde-obispo, no está el condestable ni el duque de Borgoña...
Al oír este nombre, se sobresaltaron Roberto de Artois, Felipe de Valois y Luis de Clermont. El duque Dudes de Borgoña, el nuevo duque y su madre Agnes de Francia eran a los que más temían, y había que darse prisa para adelantarse a sus intrigas. (17) El hijo de Clemencia estaba aún por nacer, admitiendo que naciera, y solamente entonces se vería si era varón o hembra. Eudes de Borgoña podía, pues, reclamar el derecho de regencia lo mismo contra Poitiers que contra Valois en nombre de su sobrina, la pequeña Juana de Navarra, hija de Margarita. Ahora bien, se sabía que Juana era bastarda...
-¡Vos no sabéis nada! -exclamó Luis de Evreux-. Las presunciones no son certeza, y Margarita se llevó el secreto a la tumba donde vos la pusisteis.
Evreux había dicho ese «vos¿ en una acepción vaga y general; pero el gigante, que tenía motivos para sentirse aludido personalmente, rogó a Evreux que aclarara sus palabras o se retractara.
-Olvidáis, Luis, que os casasteis con mi propia hermana, y ¿debo esperar que mi más próximo pariente se haga eco de mis calumniadores? No hablaríais de otro modo si os pagaran los Borgoña. El incidente empeoraba y por un momento pudo temerse que los dos cuñados iban a
desafiarse en combate.
Una vez más, el escándalo de la torre de Nesle y sus consecuencias dividían a la familia de Francia, y en este momento amenazaban con dividir el reino.
El arzobispo Marigny hizo oír entonces la voz de la Iglesia y, predicando la concordia, invitó a los adversarios a respetar lo que el llamó «tregua del duelo¿. A su parecer, no había que atribuir intención infamante a las palabras de monseñor de Evreux, y en su boca la palabra «tumba¿ significaba sin duda la fortaleza de Château-Gaillard, donde Margarita de Borgoña había estado recluida «como en una tumba¿ y donde había muerto.
Luis de Evreux ni aprobó ni negó. Por lo que se refiere a Roberto, éste gruñó:
-Después de todo, Château-Gaillard está más cerca de Evreux que de mi castillo de Conches. Se abrió la puerta, entró Mateo de Trye y dijo que tenía que hacer una grave comunicación.
Le rogaron que hablara.
-Mientras embalsamaban el cuerpo del rey -dijo el chambelán, un perro que ha entrado sin ser advertido, ha lamido los trapos ensangrentados que habían servido para sacar las entrañas.
-¿Y qué? -preguntó Valois-. ¿Esa es vuestra gran noticia?
-Es que, monseñores, el perro ha sido presa enseguida de dolores, y se ha puesto a gemir y a retorcerse como si tuviera el mismo mal que el rey; tal vez ya esté muerto.
De nuevo, sólo se oyó el toque de muertos de la campana de Notre-Dame. La condesa Mahaut no se inmutó; pero una atroz ansiedad le oprimió el corazón. «¿Van a descubrirme por la glotonería de un perro?», se decía.
-¿Creéis, pues, Mateo, que ha habido envenenamiento? -preguntó Luis de Evreux.
-Habrá que hacer una investigación, y llevarla rápidamente -dijo Carlos de Valois.
Bouville, que durante toda la discusión se había mantenido en silencio detrás del asiento real, se levantó.
-Monseñores -dijo-, si han querido atentar contra la vida del rey, es de temer que se quiera atentar también contra el hijo que ha de nacer. Solicito una guardia de seis escuderos armados y bajo mis órdenes de dia y de noche, para vigilar ante la puerta de la reina y detener cualquier mano criminal. Le respondieron que obrara como juzgase mejor. Poco después se aplazó el Consejo para el
día siguiente sin haber decidido nada en concreto. Valois esperaba mejorar sus asuntos las próximas horas.
Ya en la puerta, Mahaut alcanzó a Luis de Evreux y le dijo en voz baja:
-¿Vais a enviar un correo a Felipe, para comunicarle lo que acaba de suceder?
-Desde luego, prima mía, voy a hacerlo. Y otro a nuestra tía Agnes.
-Entonces, os dejo actuar, ya que estamos de acuerdo en todo.
Bouville, al salir de la sesión, fue abordado por Spinello Tolomei que lo esperaba en el patio de palacio, y venía a pedirle protección para su sobrino.
-¡Ah, nuestro querido muchacho, el buen Guccio! -dijo Bouville-. Guccio es el hombre que necesito para ayudarme a velar sobre la reina. Inteligencia despierta, viveza... A la señora Clemencia le agradaba mucho su compañía. Es una pena que no sea bachiller, ni siquiera escudero. De todas formas, hay ocasiones en que la virtud vale más que la alcurnia...
-Lo mismo piensa la joven que lo aceptó en matrimonio -dijo Tolomei.
-¡Ah, entonces se ha casado!
El banquero le explicó brevemente la malaventura de Guccio. Pero Bouville le escuchaba mal. Tenía prisa, debía regresar en seguida a Vincennes, y su intención era colocar a Guccio en la guardia de la reina. Tolomei deseaba para su sobrino un puesto menos vistoso y más alejado. Tal vez junto a una alta autoridad eclesiástica, un cardenal por ejemplo...
-¡Muy bien! Entonces, amigo mío, enviémoslo con monseñor Duéze. Decid a Guccio que venga a verme a Vincennes, de donde no puedo moverme en adelante. Él me detallará su asunto... ¡Es una buena idea! Podrá prestarme un gran servicio yendo allá. Dadle prisa; lo espero. Horas después, tres jinetes por tres itinerarios distintos galopaban hacia Lyon. El primero, pasando por «el gran camino¿, es decir, por Essonnes, Montargis y Nevers, llevaba en su cota las armas de Francia, y debía entregar una carta de Carlos de Valois a Felipe de Poitiers en la que por una parte le comunicaba la muerte de su hermano, y por otra le informaba de que él, Valois, empujado por las circunstancias y designado por los votos del Consejo se encontraba en la necesidad de ejercer inmediatamente la regencia.
El segundo jinete, con el distintivo del conde de Evreux y viajando por «el camino placentero¿, por Provine y Troyes, debía detenerse en Dijon en casa del duque de Borgoña, antes de proseguir viaje hacia el conde de Poitiers; los mensajes que él iba a entregar no tenían en modo alguno el mismo contenido que el de Carlos de Valois.
Por último, siguiendo el «camino corto¿, por Orleans, Bourges y Roanne, cabalgaba Guccio Baglioni, mensajero ocasional, disimulado por la librea del conde de Bouville. Oficialmente Guccio había sido enviado al cardenal Duéze; pero su misión lo llevaba igualmente al conde de Poitiers, al cual debía comunicar de palabra que había sospecha de envenenamiento en la muerte del rey y que la protección de la reina reclamaba la más extrema vigilancia. El destino de Francia estaba pendiente de estas tres rutas.
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Los reyes malditos III - Los venenos de la corona
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