Instinto de estupidez

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Mi madre se pasea por mi cocina, llevando de un lado a otro un frutero, supongo que aún no sabe dónde se verá mejor: si en la barra o en medio de la mesa. Geiro por otro lado la sigue, adora a mi madre y, bueno, ese gato adora a todas las mujeres. Es un cabrón.

Volteo a ver a mi papá, él está revisando algunas cosas de la calefacción o algo así, se ve nervioso, tenso y muy encabronado, él no quería estar aquí en primer lugar. Mi papá se quería ir de vacaciones a Cancún, de hecho sí lo van a hacer, pero atrasaron sus vuelos para verificar que mis hermanos y yo estemos en mi casa mientras pasa la tormenta.

Según los del clima, se acerca una tormenta de nieve increíblemente fuerte, pero realmente estoy seguro que no va a hacer así, tal vez sólo caiga granizo o algo por el estilo. Aunque yo crea esto, mis papás piensas diferente y es molesto, lindo que se preocupen por mis hermanos y por mí, pero molesto porque no ven que ya somos grandes.

Caleb se sienta a lado mío, arrebatándome el control remoto y cambiando los canales uno por uno, ¿por qué no sólo pone los canales de preferencia?

Escucho una puerta abrirse, veo sobre mi hombro y Esteban acaba de salir de una de las habitaciones, supongo que ha acabado de ordenar sus cosas.

— Bien, tienen la comida necesaria para las dos semanas que esto va a durar, de igual forma su padre ya arreglo la calefacción y ¿seguros que no quieren venir con nosotros? – la pregunta de mi madre me hace enfocar a mi papá, quien esta tras de ella y niega efusivamente, formando una equis con sus brazos.

— Estaremos bien. – Caleb responde en mi lugar. – Sólo serán dos semanas y sabes muy bien que los climas cálidos no van con nosotros. – papá alza un pulgar.

— Por otro lado creo que te hace falta un poco de color, Lucinda. – Esteban se deja caer al otro lado de mí y tras mi mamá, papá alza el otro pulgar. Sólo falta que yo remate.

— Prometo que llamare diario.

Mi papá alza los brazos en victoria, nosotros sonreímos mientras mi mamá suelta un suspiro de derrota, asiente y nos brinda una de sus bellas sonrisas que hacen que todo luzca maravilloso.

La hora de despedir va a continuación, mi mamá me da sus números de teléfono y pone en marcación rápida los de emergencia. Papá sólo nos agradece, nos da de contrabando una caja de condones a cada uno y nos entrega unos billetes extras, para "emergencias".

Les despedimos desde la entrada, ondeando nuestras manos como niños pequeños de kínder, pero cuando les perdemos de vista corro hacía el sillón y me dejo caer boca abajo, no pasa mucho tiempo cuando siento a mis hermanos caer sobre mí.

— ¿Haremos una fiesta? – pregunta Caleb.

— ¿Puedo invitar a alguien? – Esteban mueve mis hombros, yo sólo digo algo como "hmm". – Vamos, Darío, no es sano pasar el invierno solo.

— Nos tenemos a nosotros. – digo, soné tan de novela que me merezco un premio.

— No seas mamón, tú no puedes darme el calor que yo quiero. – chilla Esteban, Caleb se ríe y yo, bueno, también me río.

— Está bien. – suspiro. – Cada quien invite una persona a quedarse a dormir y unas diez para hacer la fiesta, no olviden que es de "Traje" ¿de acuerdo?

No me dan respuesta, pero al ya no sentirlos arriba de mí y después escuchar un par de puertas cerrarse, me dejan en claro que van a hacer su lista de invitados. Extraigo mi celular de mi pantalón, le veo un momento antes de irme a la lista de contactos e irme hasta el nombre de Aretha, tanteo un poco, de hecho dudo, pero al último presiono el botón de llamada.

Suena una, dos, tres veces. Cuelgo y vuelvo a llamar. Vuelve a sonar una, dos y contesta.

— ¿Estás libre? – pregunto y de fondo escucho su música rara.

¿Para qué?

— Mis padres se fueron de vacaciones, mis hermanos se quedaran conmigo y haré una fiesta; quiero invitarte a la fiesta.

Bueno.

— ¿Eso es un sí?

Claro.

— Bien, también tráete una maleta. – trago, esto no quiero decirlo, pero surge. – Con ropa para dos semanas.

¿Estás loco?

— ¿Estás asustada? – sonrío de lado. – ¿Temes sucumbir ante mi irresistible belleza?

Bien, para dos semanas.

— Bien. – la escucho suspirar, una voz al fondo y su risa, no puedo evitar sonreír aún más. – Te espero a las ocho entonces.

De acuerdo Darío, nos vemos.

Y ahora estoy sonriendo como idiota mientras invito a unos cuantos amigos por medio de mensajes, pero al ver el nombre de Eliana no dudo en enviarle un mensaje también. Tal vez sea momento de hablar las cosas.

Espero no equivocarme. 

Querido Dario...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora