Capítulo 5- La herida

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Caminamos como dos largas horas. Finalmente cuando nuestras piernas no podían más, un carro negro apareció de entre las tinieblas. Luego este se estaciona en frente de nosotras, baja la ventana, y un señor que estaba al parecer en sus cuarentas nos preguntó:

-¿Necesitan ayuda?

-Buenas...eh...señor...le molestaría si nos podría llevar a alguna plaza donde podamos encontrar ayuda...-le dije

Nos miró de arriba abajo y luego nos dice:

-Entren...

Mi hermana y yo subimos al auto y este inmediatamente arrancó. No había pasado ni una hora cuando todo vuelve a un entorno extraño y peligroso:

-¡Denme todo lo que tengan!-nos dijo aquel señor mientras nos apuntaba con 2 pistolas amenazadoras a detonar.

Ahí nos dimos cuenta que eso no saldría bien. Sin tener en cuenta los riesgos, rápidamente, tomé la mano de mi hermana y saltamos del auto en movimiento. Nuestros cuerpos impactaron fuertemente con el suelo rocoso y poco pavimentado y nuestras cabezas fueron amortiguadas por el poco césped sin vida al lado de la carretera.

Duramos unos minutos en el suelo, adoloridas y confundidas. Cuando logramos sentarnos, con mucho esfuerzo, noté manchas de sangre por toda mi camiseta y parte de mi pantalón. Me revisé pensando que tenía alguna grave herida, pero solo tenía unas pequeñas raspaduras y aberturas en los brazos y rostro. Cuando fijo mi mirada hacia mi hermana, quedé atrapada en un pánico terrible...

-¡Alia!... ¡Tú brazo!... ¡Y tu pierna!... ¡Están sangrando!

Me deslicé a través del suelo pedregoso hasta ella. Ahí pude revelar la causa de sus heridas. ¡Las dos eran heridas de bala! No sé en qué preciso momento sucedió, pero al parecer aquel tipo desalmado disparo contra mi hermana y lo hizo en tan ligero momento, que hasta el sonido de aquellas detonaciones no se dejaron oír.

-¡Ay! ¡Me duele mucho!-gritó Alia mientras lloraba del dolor.

Corté un gran pedazo de mi pantalón y este en dos y los coloqué suavemente, pero de una forma ajustada, para detener aquel torrente de sangre que emanaba de su débil templo de Dios.

-¡Tengo que llevarte a un hospital!-dije, mientras que cada palabra que salía de mi boca venía acompañada de toneladas de desesperación y miedo. -A ver...estamos en... "Berries Street"...así que el hospital más cercano está a... ¡Quince cuadras de aquí!...y lo peor es que no sabemos si estará abierto, mira estas calles... ¡Están totalmente inhabitadas!

Baje mis terrores y empecé a buscar una solución.

 A pocos metros de nosotras, bajo las ramas de un árbol marchito, se encontraba un carretoncillo. Sabiendo lo difícil que sería para mi hermana caminar, tome aquel carretoncillo y la lleve adonde ella. Luego la subí en él, e inmediatamente me puse a caminar.

No pasamos ni cinco cuadras cuando la noche nos encerró. Nos asentamos bajo los brazos desnudos de un árbol, que al parecer era imponente, a descansar. Desde ese momento, los días pasaban cada vez más rápido y cada día solo lográbamos recorrer media cuadra. Cada día se hacía más cansado para mí y cada día el estado de mi hermana empeoraba aún más. Sin embargo, una milagrosa tarde, logramos llegar a un hospital. Y para la sorpresa de nosotras estaba repleta de personas pidiendo ayuda y de doctores que corrían de un extremo a otro y que probablemente no habían dormido en días.

Tomé a mi hermana en brazos y entré al hospital, casi desnuda al tener que cambiarle aquellas tiras que cubrían sus heridas cada vez que una se empapaba en sangre. Un doctor y dos enfermeras rápidamente se acercaron a mí y me quitaron a mi hermana de brazos y la pusieron en una camilla, llevándola a un cuarto al final del corredor. Al ver entrar a mi hermana, me desplomé junto a la pared. Estaba exhausta. Levanté mí mirada hacia el resto del hospital. Ahí se podía ver como niños y ancianos estaban recostados en las camas con un sinfín de heridas, otros se les notaba luchando por sus vidas, y para aquellos que estaban sanos, se les notaba llorando la pérdida de un ser querido. Todos estaban incomunicados. Solo estaba una radio pequeña en el borde de la mesa de recepción, pero cuyos mensajes no se entendían. El hospital estaba iluminado por lámparas de emergencia y linternas, porque no había luz.

Una de las enfermeras se me acercó y me entregó un par de ropa. Cambiarme fue de lo más incómodo posible, porque los baños estaban repletos, así que me tuve que cambiar en unas de las esquinas más oscuras que encontré. Aun así sentía que todas las miradas se posaban sobre mí.

Luego de aquel embarazoso momento, le pregunté a una de las enfermeras que hora era. Lo que ella me contestó hizo que un escalofrío recorriera todo mi ser:

-Son las cinco de la tarde del lunes dieciocho de octubre.

-¡Qué! ¡Se supone que eso hubo haber sido hace...diez días atrás! ¿Qué habrá sucedido?

Según lo que mi mente recuerda, los días y las noches pasaban a la velocidad de la luz, el cielo se adormecía y tenía sueños relucientes por las noches y se despertaba todas las mañanas a saludar al sol. Había haber parecido que habían pasado semanas. Quizás mi yo estaba concentrado en los problemas en mis adentros mientras no nos dábamos cuenta lo que en realidad estaba sucediendo en nuestro alrededor.

Dejé a un lado aquel problema meteorológico y me centré en mi hermana. Un doctor con la expresión recaída se me acercó y me dijo:

-Tu hermana está muy grave. Aunque está respondiendo bien a los medicamentos, ella perdió mucha sangre y su herida está lamentablemente infectada. Haremos lo que este en nuestros alcances para salvarle la vida.

Aquella expresión que el doctor cargaba se contagió a mi rostro. Sentí como si el mundo se me estuviera acabando, el físico y el emocional.

Salí a tomar un poco de aire fresco, para despojarme del dolor causado por aquellas palabras. Me senté en un banco que estaba a las esquinas del hospital, junto a un árbol pequeño, que, sorprendentemente, tenía hojas.

Minutos después un hombre con gorra, lentes, y un bastón no muy sofisticado se me acerca y se sienta junto a mí. No hablamos, ni nos miramos.

Me sumergí en el océano de mis recuerdos, lleno de buenos momentos que pasé con mi familia antes de que empezara toda esta odisea. Estaba tan distraída que uno de mis pies se encontraba al frente de aquel hombre, así que cuando este se fue a levantar, se tropezó con mi pie y fue a caer. Por suerte, desperté de mi trance a tiempo y lo logré atrapar. Luego este se da la vuelta, me da las gracias, y continúa caminando.

Miré la esquina donde estaba aquel señor. Ahí yacía un papel amarillo y una pistola. Los levanté y el papel decía: "Todo mejorara y al final se verá la luz. Atentamente: Anónimo". La pistola la guardé en mi bolsillo y la nota en mi corazón. Aquella nota me dio las esperanzas que tanto anhelaba pero no encontraba.

Después de nueve largas horas, los doctores pudieron curar exitosamente a Alia. La hospitalizaron y el resto del día nos las pasamos contando chistes y recordando momentos graciosos para realzar nuestros ánimos.

Dos días después, le dieron de alta. Y con nuevas esperanzas, continuamos nuestro viaje de regreso a casa.

 Y con nuevas esperanzas, continuamos nuestro viaje de regreso a casa

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El Apocalipsis: El Diario de una AdolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora