c a p í t u l o c a t o r c e

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Capítulo 14. El espectáculo

Por una semana y media, la Ópera Popular se encontró desconcertantemente callada. La Faure-Dumont apenas desapareció tres o cuatro veces y volvió sin problema para su protagonismo en los ensayos diarios de su ópera; mientras que Monsieur Fiquet mantuvo su distancia, observando cómo poco a poco, la alegría que a la joven se le había arrebatado con su primer y segundo rapto, le volvía a envolver. La Paulette, por otro lado, miraba cada ensayo desde el palco número uno, esperando el momento en el que se le llamase al escenario para cantar y volver a su papel de Prima Donna, pero nada de eso ocurrió. Y mientras el día de la apertura del nuevo espectáculo se encontraba más y más cercano, el aire de tensión y nerviosismo en cada persona del elenco incrementaba de manera descontrolada.

Fue la mañana previa al estreno, que Anya le dijo a su padre el título de su ópera, y los carteles de presentación quedaron completamente finalizados. Desde el Corazón de una Dama, una obra romántica y nueva que—según lo esperado por todos los participantes y creadores—dejaría atrás a los clásicos, haciendo que la audiencia deseara más. Sería éste el nuevo Fausto, el nuevo Elixir de Amor, la nueva Carmen. La revolución de las óperas conocidas desde el comienzo del arte. Pero para la Faure-Dumont, algo como aquello era una responsabilidad que no se deseaba sentir sobre sus hombros. Mucho menos cuando, al acabar su clase matutina, Erik—que había dejado de esconderse detrás del espejo y se encontraba sentado frente a ella—la miró a los ojos y le dijo:

—Estás lista, mi ángel. Hoy, cuando se abra el telón, serás la estrella más brillante que el mundo haya presenciado.

La Faure-Dumont se llevó un mechón de cabello detrás de la oreja y mordió su labio inferior.

—No sé si esté de acuerdo, Erik. No me siento del todo lista.

—Cántame, Anya —dijo en respuesta—. Cántame tu primera pieza. —Y la muchacha cumplió el deseo de su maestro, tomando una gran bocanada de aire, soltándola, y comenzando a dejar que la música fluyera.

"La luz que de su oscuridad ha explotado,
el corazón que de terror me ha llenado,
el amor que en mí he gozado:
todo es por él", cantaba la joven, la voz saliéndole de una manera tan delicada, que le costaba creer que verdaderamente fuera suya. Sonaba cercana, real, pero divina e imposible. Era el poder del cielo en sus manos, en su cuerpo, en su voz.

Finalizó el área y soltó una sonrisa. Su madre estaría verdaderamente orgullosa de aquello en que se estaba convirtiendo, y no podía imaginar que alguien sintiera más alegría de la que esa mujer habría sentido de saber que su hija estaba a horas de su debut en la Ópera Popular de París.

—Estás lista —repitió Erik—, mi Anya.

»Sal a mostrarles el poder que en ti se encuentra, el poder que a mí de amor me llena y me eleva a las nubes. Ve, querida mía, a mostrarles quién es Anya Faure-Dumont.

 Ve, querida mía, a mostrarles quién es Anya Faure-Dumont

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Anya | El Fantasma de la ÓperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora