c a p í t u l o n u e v e

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Capítulo 9

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Capítulo 9. El trato de Monsieur Fiquet

Monsieur Farmechon, jefe de la policía de París, dejó caerse en su silla por lo que parecía la milésima vez desde que el joven frente a él había aparecido en la comisaría aquella mañana. Habían transcurrido cuatro días ya desde que la Faure-Dumont había desaparecido de nuevo, y según el reporte que indicaba que ella se había ido por su propia voluntad, la policía había cerrado el caso, diciendo que la hija del director dimisionario se había escapado con algún mozo francés que había conocido y se había ganado su corazón. Pero aquella tarde, cerca de las seis, el tenor más importante de la Ópera Popular había llegado a exigir que la búsqueda comenzara de nuevo, puesto que aseguraba que Mademoiselle Faure-Dumont se encontraba aún en la casa de la Ópera—en las catacumbas, más específicamente—siendo torturada por algún hombre que era más que una grotesca superstición. El cantante aclamaba, además, que la había escuchado suplicar por misericordia a través de las paredes de su camerino, y que la desaparecida requería de toda la ayuda que se le pudiera brindar. Les narró una fantasía que Mademoiselle Anya le había contado el día que había sido vista antes de esfumarse nuevamente, diciendo que estaba en manos del fantasma de la Ópera y que no tenía idea de cómo regresar, puesto que él se las arreglaba para impedirle de ver el camino, evitando así que la joven escapase.

La policía, al igual que el resto de las personas en la comisaría, se echaron en carcajadas en cuanto escucharon el cuento, que claramente había sido pensando con cautela y anticipación, y le dijeron que fuera a casa a descansar. Pero Monsieur Fiquet no pudo hacer tal cosa.

Tras salir de las oficinas de la supuesta justicia, Gustave se marchó directo a la Ópera Popular de París, esperando encontrarse con una persona que podría ayudarlo a rescatar a la joven de las garras de aquella bestia desfigurada que la había tomado prisionera desde hacía siete días ya: el Persa. Él ya había llevado al vizconde de Chagny hasta la guarida del fantasma para liberar a la Daaé del mismo monstruo enamorado. Él podía llevar también a Gustave.

Corrió por los pasillos de la casa de la Ópera, las miradas de jovencitas del cuerpo de baile, cantantes, coristas, y otros más, instaladas en él mientras gritaba a todo pulmón:

—¡Monsieur Persa! ¿Dónde se encuentra usted?

Pero se vio obligado a detenerse unos veinte minutos después, cuando el reloj marcaba ya las ocho de la noche, y su garganta estaba seca y quizá inflamada.

—Dudo mucho que encuentre a aquel hombre por aquí. —Llamó una voz detrás de él, y el joven Fiquet saltó del escalón en el que tomaba asiento para girarse y mirar a Meg Giry, con un vestido grisáceo que le quedaba un tanto grande, y un peinado medio suelto, diferente al que usualmente tenía cuando bailaba en el escenario de la Ópera Popular.— Él no tiene más negocios en la casa de la Ópera desde que a la Faure-Dumont se la llevó el fantasma.

—De igual manera, ¿sabe usted dónde puedo encontrarlo? —preguntó.

—En su casa, Monsieur —respondió la pequeña Meg—, mas me temo que no conozco la dirección como para decírsela.

Anya | El Fantasma de la ÓperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora