c a p í t u l o d i e c i n u e v e

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Capítulo 19

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Capítulo 19. El candelabro de la Ópera Garnier

Por alguna razón, mientras la cargaban hacia la salida de la Ópera Popular, la Faure-Dumont se sentía incluso más aterrada que la primera vez que había sido raptada por Erik. Al menos él había sido delicado—tanto como su naturaleza se lo permitía. Pero estos hombres eran simplemente extraños y verdaderamente no parecía importarles en lo más mínimo su bienestar.

Sentía que en cualquier momento iba a comenzar a vomitar y a ahogarse en aquel desagradable líquido. Traía la vista completamente nublada y emblanquecida, como si tuviera algo cubriéndole los ojos. Aunque quizá lo traía. No estaba segura, había llegado a aquel punto en que no sentía absolutamente nada, al menos no físicamente. Sus emociones, sin embargo, se habían intensificado. ¿Traía los párpados abiertos o cerrados? ¿Seguía en los brazos de aquel hombre? No conseguía escuchar nada, y era casi como si estuviese ella flotando, mas completamente en cámara lenta. Vaya droga.

Pronto, se detuvo a pensar. ¿Droga? ¿De cuál droga hablaba? Pues por supuesto de aquella que le habían dado los sujetos que ahora mismo la estaban raptando. ¿En verdad la estaban raptando? Sí, para llevarla a Escocia. ¿Y en dónde quedaba Escocia? No sabía—y es que ni siquiera se lo había planteado—si era verdaderamente estúpida o si era efecto de la... ¿cómo se llamaba? Oh, sí, belladonna.

Anya —alcanzó a escuchar en algún lugar muy distante. En Escocia, quizá. ¿En Escocia? ¿Pero no era eso terriblemente lejos? Sí, sí, por eso lo escuchaba por allí.

No veía más que blanco. Era como si se hubiera quedado ciega, pero ya no estaba en sus cinco sentidos y no podía procesarlo como para sentirse asustada. Ciega. ¡Ja! Se reiría si pudiera. Era una palabra simpática. Casi tanto como Escocia. O fantasma. ¿Fantasma? ¿Por qué de pronto pensaba en fantasmas? ¿Había alguna vez visto un fantasma? Quizá habría de esos en Escocia. Fantasmas.

—Erik. —Sintió sus labios moverse suavemente. Casi como si no se hubiesen movido en lo más mínimo. Pero su garganta le había ardido.— Erik. —Lo hizo de nuevo. Ardía, quemaba.— Erik. —Estaba gritando.— ¡ERIK!

La oscuridad de la noche le llenó la visión casi de golpe y escuchó los gritos de aquel hombre tan escuálido y débil, un muchacho que jamás había sido fuerte, pero que era temido por su cerebro, por los trucos que guardaba bajo la manga y alrededor de la Ópera Popular. Erik yacía en el piso, los brazos cubriéndole la cabeza y las piernas acurrucadas ante el pecho. Tres hombres de tamaño colosal lo golpeaban con fuerza, como si fuera él una piedra irrompible.

—¡BASTA! —Consiguió exclamar la muchacha y sintió su cuerpo ardiendo en temperatura. ¿Cómo es que estaba consiguiendo hablar? No tenía idea. Se encontraba todavía inmóvil, aún no era dueña de sus movimientos. Pero la Faure-Dumont no dejó que eso la detuviera.— Por favor, Monsieur, dígales que se detengan —rogó suavemente, y el otro, aquel que la sostenía fuertemente en sus brazos, mirándola con aquellos sorprendidos ojos azules, carraspeó.

Anya | El Fantasma de la ÓperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora