c a p í t u l o q u i n c e

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Capítulo 15

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Capítulo 15. ¿Christine?

La Faure-Dumont dejó escapar el centésimo suspiro de la noche y se mordió el labio inferior, la cabeza dándole vueltas y las preguntas que con su voz le llenaban, incrementándole la migraña. ¿Sería verdad que había vuelto la Daaé a la Ópera Popular? ¿O habría sido aquello una simple confusión?

Le parecía a la Faure-Dumont, que no habían confusiones en aquello. Recordaba pues, que a sus quince o dieciséis años de edad, había ido a la Ópera con su madre y se había encontrado con una mujer cuyo físico era lastimosamente similar. Una mujer a quien le habían presentado—desde la evidente distancia de un espectador que aprecia en un palco a la Prima Donna—como Christine Daaé, hija del violinista sueco que había fallecido otros tres o cuatro años antes. Pero conocía la historia—o lo que había escuchado entre cuchicheos y rumores—y sabía que la Daaé había huido de París. Entonces, ¿por qué regresaría a un lugar en donde corría el riesgo de perder la libertad que se le había otorgado? ¿Habría escuchado los nuevos cuentos de la Faure-Dumont y el fantasma?

—No parece que esté disfrutando de la velada, Mademoiselle Faure-Dumont. —Llamó una voz detrás de la joven, quien de inmediato volteó en torno a la muchacha de los rizos dorados y el rostro pálido como el de un muerto.— ¿Hay algo que la esté molestando?

—¿Christine Daaé?

—No pronuncie ese nombre. Podría él estarnos escuchando —replicó la otra.

—¿Erik? —murmuró Anya, y la Daaé asintió. Entonces, tras una pausa que a la nueva Prima Donna le heló la sangre, se llevó la mano a la boca para morderse las uñas y dijo, de manera poco entendible—: ¿por qué regresó a la Ópera?

—No es seguro hablar aquí. Encuéntreme el sábado en el café Avenue a las ocho y media de la mañana —ordenó—. Hablaremos entonces.

Y Christine se marchó sin decir más, dejando a la otra sentada entre un sinfín de vestidos y encajes danzantes. El esplendor de la celebración no parecía querer terminar, pues Monsieur Faure-Dumont zapateaba entre tragos y sonrisas, exclamando lo feliz que lo ponía el haber mirado a su pequeña retornándole la fama a la Ópera Popular de París. Pero a Anya, el seguir recibiendo a galantes caballeros cuyas intenciones eran más que evidentes, y tener que responder las preguntas que los reporteros le hacían de manera tan irritante y entusiasmada; no le causaba ninguna alegría.

—Discúlpame, padre. Me retiraré a descansar en mi camerino.—Le dijo al viejo que dejó de sonreír al instante.— Me siento agotada.

—¿No será más bien que tienes que regresar con ese hombre, hija?

La Faure-Dumont lo miró sin replicar, el rostro aún más palidecido ahora, de lo que se encontraba en los segundos previos.

Anya | El Fantasma de la ÓperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora