Capítulo 1: Un nuevo tenor
París, 1875
Aquella tarde, cerca de las cuatro, cuando llegaba usualmente el director a la casa de la ópera, el elegantísimo camerino de Jammie Paulette—la soprano más importante de París en el momento—se llenó de media docena de chiquillas del cuerpo de baile que venían de la primera prueba de vestuario para la ópera que se inauguraría en un par de semanas.
Jammie, quien gozaba de los momentos que tenía a solas en aquella habitación, y que había subido con el pretexto de descansar su voz para el ensayo que se acercaba, las miró a todas con desgana mientras se colaban con gritos, risas, susurros y saltos alborotados.
La pequeña Amelie, de cabellos negros, piel color avellana, ojos penetrantes, y mejillas coloradas, fue la primera en hacerle frente a la cantante malhumorada y en decir:
—¡Ha llegado el nuevo tenor!
Y cerró la puerta detrás de ella. Aquel camerino de distinción tan peculiar como el de Jammie, era un paraíso para las jovencitas del cuerpo de baile y algunas otras del coro. No estaba excesivamente amueblado, a comparación de los camerinos comunes, pues sólo componía de un armario, un par de sillones, un espejo y un deslumbrante tocador; pero era para las bailarinas un salón de juegos, un comedor, e, incluso, el lugar al que iban cuando deseaban embriagarse o escapar de sus madres, de Madame Giry, de los vestuaristas, las maquillistas, o los mismos directores de la Ópera.
Jammie, que llevaba tantísimo tiempo esperando oír las palabras que acababan de salir de los rosados labios de la pequeña Amelie, soltó un grito para sí y se giró en torno a la chiquilla.
—¡Pero si dijeron que llegaría al final del mes!
Las bailarinas se echaron a reír, pues Jammie, aún no creyendo lo que acababa de oír, estaba colorada hasta las orejas.
—¿Le has visto? —preguntó.
—Tan claro como te veo a ti —replicó la pequeña Amelie sonriendo antes de dejarse caer, tan agraciadamente como una vaca, en el sillón más cercano.
Fue Meg Giry quien, en ese instante, saltó por encima del grupo, haciéndose notar, la que dijo:
—Yo también lo vi. Es muy apuesto.
Jammie, la más ansiosa de conocer al nuevo tenor, se volteó hacia el espejo y atinó a cepillarse los rizados cabellos castaños.
Cuatro años atrás, después del rapto de la soprano Christine Daaé, la desaparición del importante vizconde de Chagny, el asesinato de su hermano Philippe y el de Joseph Buquet, sin mencionar la caída del viejo candelabro y otros tantos eventos desafortunados; la casa de la Ópera Popular de París había perdido su esplendor, su fama, sus filas enormes afuera de las taquillas; pues la gente hablaba, los rumores se expandían, y el terror por la figura encapuchada, a la que todos llamaban el fantasma de la Ópera, se infundía en la ciudad.
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Anya | El Fantasma de la Ópera
FanficPAUSADA Algunos lo llamaban fantasma. Otros lo llamaban bestia. Ella lo llamaba Erik. «El fantasma de la ópera existió. No fue, como se creyó durante mucho tiempo, una inspiración de artistas, una superstición de directores, la grotesca creación de...